La desigualdad nace del paro
La desigualdad económica es una incitación permanente al debate académico entre economistas. Tiene desde luego una descripción matemática que no hace al caso y que fue convenientemente desarrollada por Amartya Sen en On economic inequality, que suele ser el texto de referencia de los últimos años. El caso es que los desarrollos matemáticos no tienen como función buscar causas; y tampoco es fácil encontrarlas con otra u otras disciplinas. Así que con frecuencia los ensayos sobre la desigualdad económica bastante hacen con despejar algunas dudas (pocas) y suscitar nuevos interrogantes. Al fin y al cabo, dicen, sobre las preguntas, más que sobre las repuestas, reposa el progreso científico.
Desigualdad y cambio industrial. Una perspectiva global
James K. Galbraith y Maureen Berner (Editores)
Editorial Akal
ISBN 84-460-2029-7
Desigualdad y cambio industrial pretende explicar, con la aportación de muchas firmas, las relaciones entre desarrollo y desigualdad, mediante un repaso teórico a las teorías sobre las rentas y la evolución empírica de los beneficios y los salarios durante algunas etapas históricas. La revisión histórica parte de la teoría de la productividad marginal (los beneficios constituyen la retribución del capital y los salarios son proporcionales a la productividad) hasta las proposiciones de Keynes, Kaldor y Kalecki, que definen el beneficio como la recuperación de la inversión en capital más el equivalente a consumo suntuario.
Pero en este camino de demilitación de la desigualdad, el texto encuentra que algunas proposiciones manejadas como axiomas por los economistas ortodoxos son simples leyendas utilizadas probablemente con efecto propagandístico. Una de ellas es esa tan socorrida que sostiene que el desempleo en Europa está originado por los generosos sistemas de protección social y las rígidas estructuras salariales. Pues bien, la realidad no avala semejante afirmación. Porque los países europeos con mayor desigualdad no son precisamente los que tienen menor tasa de desempleo; y tampoco se cumple que los países con salarios más elevados sean los que tienen mayores tasas de paro. Así pues, cabe deducir que estamos ante otra pieza propagandística similar a la que durante años relacionó el déficit del sector público con las dificultades de financiación del sector privado.
Los autores encuentran otras relaciones causa-efecto para explicar la desigualdad. Así, por ejemplo, sugieren que es el desempleo el factor que genera la desigualdad, sin más. Y apuntan a otra razón para entender la desigualdad que, en esta concepción, estaría inducida -o al menos potenciada- por el desempleo: las políticas macroeconómicas globales (como la que se aplica en la UEM, para entendernos) limitan el margen de actuación de los Gobiernos nacionales para tomar medidas que limiten el desempleo. La política monetaria está fuera del alcance de las decisiones nacionales, y otras políticas decisivas, como la presupuestaria, sufren restricciones importantes.
La ventaja de Estados Unidos (EE UU) en materia de empleo provendría pues de la autonomía de su Gobierno para dedicarse intensivamente a políticas activas de generación de puestos de trabajo. Lo cual llevaría a una curiosa perversión ideológica: ¿no será Estados Unidos la auténtica socialdemocracia mundial?
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