La bacteria que cambió el rumbo
Un centenar de afectados de brucelosis de Palma del Río esperan que se solucione su caso
A una bacteria no le hace falta ser grande para provocar estragos. Hay una que se llama Brucella que se cebó con 250 personas, casi todas de Palma del Río (Córdoba). ¿Por qué? Se desconocen las motivaciones personales del microorganismo, pero si alguien come un queso cómplice de su existencia y a la vez su transporte, enfermará de brucelosis. Eso le ha ocurrido a 250 vecinos de Palma del Río y otras localidades por gustarle el queso y por tomar uno en concreto allá por 1999. Desde entonces esperan a que los responsables de su enfermedad lo paguen.
En esa dilatada angustia está algo más de un centenar de vecinos personados en el proceso judicial en el que los principales implicados son el ganadero dueño de las cabras, que ya pagaron con el sacrificio sin tener culpa de nada, y un pastor que elaboró el fatal queso fresco, descuidando los cauces sanitarios adecuados.
El resto de afectados decidió no emprender acciones legales. Los que sí lo hicieron crearon incluso la Asociación de Afectados de Brucelosis de Palma del Río. Su presidente es Emilio Fernández, de 57 años, uno de los más perjudicados por el brote.
Un buen día, el hijo de Emilio -agente de seguros- llevó un queso fresco de cabra a casa de su padre, en las afueras de Palma del Río. "Estaba muy bueno", recuerda Emilio. Le gustó tanto que este trabajador de la construcción compró otro poco después. No sabía lo que hacía, pero ahora no se atreve a probar el queso fresco. Ni mentarlo.
Desde que se lo echó a la boca por última vez, su vida ha cambiado. Emilio fue el último al que le diagnosticaron la brucelosis. Y cuanto más tiempo pase, peor. Durante año y medio de pistas falsas, Emilio perdió la calma hasta dar, desesperado, un puñetazo en la mesa del hospital.
Después de estar un tiempo incubando su ataque sin avisar -hay casos en que tarda varios meses-, la dichosa Brucella se reivindicó disfrazada de fiebre, debilidad, sudores y dolores incongruentes para Emilio y Francisca Caro, de 55 años, que camina junto a su marido en esta enfermedad de la que no supieron hasta más de un año después de tenerla. Cuando Emilio estaba con tiriteras y tres mantas encima en pleno agosto, no sabía que lo peor estaba por llegar.
Emilio Fernández pasó por el urólogo y el traumatólogo. Él vive apartado del municipio y tampoco reparó en que los rumores de un brote de fiebre en el pueblo llegaran hasta su casa. Tampoco sabía de qué iba un asunto que ahora conoce tanto. Además de dolores de cabeza, la brucelosis afecta a las articulaciones. Cuando ya estaba harto de batas blancas, a Emilio le sacaron medio litro de líquido de sus inflamadas rodillas en seis pinchazos.
A Emilio también le dijeron que sus análisis tumorales eran altos. Y, para cuadrar el círculo de su mala suerte, la noticia de un cáncer de próstata, enfermedad temida entre los hombres de su edad. "Eso fue lo peor", recuerda. Pasó un mes con esa certeza y tomando medicamentos para su próstata. Por no hablar de la biopsia: "¡Qué dolor!", exclama. Al final fue la prueba que le libró.
Tras año y medio, a Emilio le presentaron formalmente a una tal brucelosis. Otros vecinos estuvieron entre tres y ocho meses de baja. Él estuvo once. Ya ha vuelto al tajo, pero no tiene la fuerza de antes, asegura que se cansa si está media hora de pie y quieto. Y tiene gafas que antes no gastaba, como Francisca. "Alguna vez tuve que vestir a mi mujer porque no tenía fuerzas", afirma. Cuenta el caso de una chica que abortó por culpa del brote. La mayoría de los 250 afectados son mayores de 50 años y muchos son ancianos, un lastre más para su mermada capacidad de movimiento.
Tribunales
Emilio Fernández y los miembros de la asociación de afectados quieren llegar al final. Y para ellos está en los tribunales. La Audiencia Provincial de Córdoba está pendiente de resolver el auto de imputación que le llegó de los juzgados de Posadas para enviar el caso al juez de lo penal de la capital. Según fuentes jurídicas, hay algo más de media docena de imputados, incluidos el ganadero y el pastor que elaboró los quesos. Cinco años después de que alojara sin querer a su huésped más ingrato, Emilio sabe que aunque ya acabó con él, no podrá con sus estragos. Su enfermedad se ha convertido en crónica. Y su paciencia rebosa desde hace tiempo.
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