El Trambesòs vuelve a circular tras retirar a última hora el chapapote
Poca afluencia de viajeros a mediodía y vagones llenos por la tarde
El Trambesòs empezó a funcionar ayer, como estaba previsto. Eran las 14.00 horas. En la curva que describen los raíles del tranvía al flanquear la plaza de las Glòries, un grupo de operarios retiraba a marchas forzadas la substancia bituminosa que funciona como aislante de las vías y cuyo derentoretimiento obligó a suspender el servicio hace una semana. A mediodía se reanudó el servicio, pero sin demasiada afluencia de público. Por la tarde la gente se animó y los vagones iban llenos.
Un cuarto de hora después de las 14.00, el Trambesòs parecía cobrar vida. Un vehículo blanco y turquesa enfiló, silencioso, el tramo de la avenida Diagonal que desemboca en el mar. En la estación apenas esperaban media docena de personas. En respuesta a un acto reflejo, se acercaron al borde del andén convencidos de que el tranvía desaceleraría y abriría sus puertas automáticas. Pero pasó de largo."Estos tipos son unos cachondos, nos anuncian por megafonía que el tren ya está operativo y luego nos quedamos con cara de tontos", se lamentaba Joan, de 33 años, aficionado a la fotografía que tenía la intención de gastar un par de carretes en el Fórum.
La detección, el fin de semana anterior, de un material "de aspecto bituminoso" o chapapote acrecentó la breve pero prolija historia de despropósitos del nuevo medio de transporte de Barcelona. Algunos, al referirse al tranvía, se mostraron socarrones. "No sé si emplearon cartón piedra para construir las vías, pero a este paso saldrá más rentable ir andando o en bici", dijo Daniela, una joven uruguaya, mientras abandonaba la estación con cara de decepción.
En un intervalo de media hora, pasaron por la zona tres convoyes, todos vacíos. El cartel digital de la parada, hasta entonces optimista, anunció repentinamente la suspensión del servicio. Los andenes quedaron desiertos. Más cerca de la costa, en dirección al Fórum, uno de los trenes, con cierta semejanza con el AVE, permanecía parado. Dentro, un conductor toqueteaba el cuadro de mandos. Abrió una pequeña ventanilla situada a la izquierda de su cabina: "Estamos en fase de pruebas para comprobar la seguridad, no sabemos a qué hora funcionará".
Carente de la meticulosa puntualidad británica, producto más bien de la espontaneidad mediterránea, el Trambesòs echó a andar bastante después de las dos de la tarde, cuando muchas familias almorzaban. En la avenida, completamente asfaltada, iluminada por un sol espléndido, el único sonido que quedó fue el zumbido de las locomotoras eléctricas.
A las 18.00 horas el panorama se había transformado radicalmente. Los vagones estaban repletos. El pasaje no parecía irritado. Al revés. "El fin de semana es un buen momento para el tranvía, me relaja", aseguraba Juan, jubilado de pelo cano y bigote gris.
Más allá de la utilidad de este servicio público, los sábados y domingos se consolida entre sus usuarios una vertiente alternativa, un método sencillo de convertir el transporte en un mirador móvil con vistas al nuevo entramado urbanístico, aún inconcluso, que ha propiciado la metamorfosis del extremo oriental de la ciudad. "Es que una se lo pasa bien aquí, sentadita y tranquila, sin el peligro de los coches, viendo a los extranjeros, a la gente joven", explicaba Marta, la mujer de Juan. El trazado del otro brazo del tranvía, el Trambaix, permanece en cuarentena. El problema del material derretido también le afecta. Está previsto que esta línea empiece a funcionar de nuevo mañana.
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