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Xacobeo 2004

El jubileo compostelano se celebra cuando la fiesta de Santiago coincide en domingo. Esto sucede según un ciclo irregular con períodos de seis, cinco, seis y once años. Así, el último jubileo del siglo pasado se celebró en 1999; 2004 es nuevamente año santo, el próximo será 2010 y ya no volverá a caer hasta 2021. Sin perjuicio de esto, el 25 de julio es la fiesta grande de Galicia, y en Compostela se celebra con pompa y circunstancia.

Cuando en tal ocasión, y en la doble condición de regidor de la ciudad y delegado regio, tuve que presentar la llamada ofrenda nacional al Apóstol, miraba al rostro socarrón y comprensivo de Santiago peregrino, entronizado en el altar mayor de la catedral, mientras, en pie, recibía el velado rapapolvo con el que el arzobispo Rouco Varela respondía al oferente, censurando los aires laicos de la nueva sociedad democrática. En aquel momento, resignación y silencio. En la monumental basílica hay otras imágenes que representan las variantes iconográficas del hijo de Zebedeo: el Boanerges, imperial y belicoso, el menos amable, y la espléndida efigie sedente del parteluz del Pórtico de la Gloria, un apóstol majestuoso, sereno, ataviado con el ropaje que distingue a quienes siguen su camino. Peregrinación que siempre fue de perdonanza del alma y no de arreglo del cuerpo, aunque no cabe duda de que jornadas de veinte o treinta kilómetros durante días o semanas estimulan las endorfinas y el espíritu exulta, cosa en verdad saludable de la que puedo dar fe.

La historia secular de Santiago ha sido un trajín de carne -la translatio desde Jerusalén a Galicia- y huesos -la inventio o hallazgo del sepulcro-. Los restos migraron incluso por el interior de la propia catedral en el siglo XVI, como en una peripecia fabulada por Torrente Ballester, cuando se ocultaron con el pretexto de Drake el corsario, aunque al parecer fue para evitar su traslado a El Escorial por orden de Felipe II. Ahí se pierde su pista, hasta que en el XIX se encuentra una urna cineraria en un escondrijo y una bula papal, como debe ser, confirma su autenticidad. Al fin, igual da saber qué o quién está en el sarcófago, porque la existencia de las reliquias es una cuestión de fe. Lo importante es percatarse de cómo a lo largo de más de un milenio se creó y se ha mantenido la primera red de comunicación, religión, economía, ideas, cultura, arte y pensamiento. Ahí, en el adobo de estas palabras, está el secreto de buena parte de los encuentros y desencuentros recurrentes entre Iglesia y Administración.

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En los años ochenta, cuando España se incorporaba a la Unión Europea, algunos -Javier Solana, Marcelino Oreja et alii- pensamos que la idea de Goethe "Europa se hizo peregrinando a Compostela" venía como anillo al dedo como referente para lo que tenía que ser la construcción del espacio común: múltiples sendas, fronteras, lenguas y culturas en el contexto de un solo camino. Espacio político que es, a su vez, diversidad y unidad, y que se simboliza en la espléndida plaza del Obradoiro, conformada por estilos varios y donde se representa el encuentro de poderes y ciudadanos. Razones había para ello, porque por donde quiera que uno vaya encontrará iglesias, hospitales, calles, puertas o puentes, asociaciones e institutos, citas a Santiago y al camino, y también porque la peregrinación, con sus vaivenes de mayor o menor intensidad, ha transitado entre tres milenios y en este momento se manifiesta con fuerza, aunque la Iglesia contabilice a todos los que entran en la catedral como suyos, cosa que, evidentemente, es exagerada.

Así se llega al año 1993, en el que confluyen dos proyectos: el municipal, Compostela 93-99, y el autonómico. La Xunta entiende que lo que es bueno para la capital puede serlo también para Galicia e inventa el Xacobeo. Desde entonces, se ha hecho un esfuerzo notable por reparar las rutas, dotarlas de infraestructuras, coordinarse con otras comunidades y con los proyectos de Estado, e implicar a las poblaciones del itinerario. Todo ello ha facilitado, sin lugar a dudas, un incremento de la peregrinación y de la comunicación.

A fines de diciembre pasado se levantó prometedor el telón de un nuevo año jubilar, con la presencia de los Reyes y la inauguración de un cierre permanente para la Puerta Santa. Henos, pues, en pleno jubileo-Xacobeo, con el camino en ebullición y la ciudad al completo. Para los próximos meses se anuncian actos múltiples y multitudinarios, que van de exposiciones serias a contrataciones estelares, como corresponde a toda gran fiesta que se precie, quizá para dar una imagen más optimista de Galicia y disipar a base de gaitas, espectáculos y fuegos artificiales la negra sombra que el Prestige extendió sobre Finisterre.

Y como no hay evento sin monumento, al igual que el municipio, de la mano de la Administración central y autonómica, aprovechó estos años señalados para impulsar la conservación-transformación del conjunto histórico compostelano y de la ciudad misma, la Xunta construye la Ciudad de la Cultura. Aún se escucha el rugido de las excavadoras que, en una colina al este del núcleo urbano, practican el hueco donde se alojará el complejo diseñado por Peter Eisenman, hoy algo apartado de los trabajos, de los que se ha hecho cargo Andrés Perea. Si el atrevido proyecto arquitectónico es bien conocido en los medios profesionales, no puede decirse lo mismo del proyecto cultural. Aún se sabe poco sobre su contenido, y surge la cuestión de su complementariedad con la ciudad histórica, no vaya a ser que ésta quede como casa de la religión y parque temático lleno de hoteles con encanto, y la cultura del presente y del futuro se traslade a la nueva montaña mágica.

Si el Camino es cultura y religión, turismo y evento, espíritu y economía, historia e imaginación, y el Xacobeo es su apoteosis, necesita una revisión más allá de la tradicional afluencia de peregrinos y visitantes y de actos lúdico-culturales. A los gallegos nos queda por hacer el camino de vuelta hacia Europa y América -con la que nos unen tantos vínculos-, ya no como emigrantes, sino como aquellos que, con empeño, queremos cooperar, competir, abrir mercados y devolver, en alguna medida, solidaridad. Galicia como charnela entre dos continentes, un gran espacio de colaboración entre regiones, municipios, universidades, empresas, jóvenes y ciudadanos en general, que permitirá cualificar e incrementar nuestra reserva tecnológica y humana.

Democracia, autonomía y Europa han sido mano de santo, tan buena para Galicia como la del propio Apóstol, ya que han permitido dejar atrás miseria -como suena-, marginación y olvido. A pesar de todo, pienso que la Galicia de hoy necesita tres esfuerzos que deben interesar tanto al que gobierna como al que se opone y, cómo no, a cada uno de nosotros. Un primer esfuerzo territorial que implique un nunca máis al estropicio de buena parte del territorio, sobre todo en la costa, y preserve su belleza como bien natural, cultural y patrimonial mediante una nueva concepción cuidadora y no depredadora del paisaje. Un esfuerzo económico para propiciar, aprovechando el empuje del PIB en los años xacobeos y el Plan Galicia, una dinamización de los sectores productivos vinculados a la investigación, el desarrollo y la innovación, emulando a otros países y regiones con niveles de renta parecidos y, al mismo tiempo, regularizar progresivamente la cuantiosa economía sumergida en una comunidad que ha sido y necesita seguir siendo preferente para los fondos de solidaridad. Y, por último, un esfuerzo por la reproducción del capital humano para que un país a la cola de la demografía mundial -situación que, entre otras cosas, compromete seriamente el sistema universitario, clave de nuestro futuro- pueda generar prosperidad y no sólo pensiones. Una Galicia, en fin, que sea capaz de emprender su camino de vuelta ya sin muletas, porque quizá dentro de poco no dispondrá de ellas.

Xerardo Estévez es arquitecto.

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