La Casa Blanca cierra filas en torno a Rumsfeld
Bush y los líderes republicanos arropan al secretario de Defensa
La decisión final sobre si el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, dejará su cargo por el escándalo de las prisiones iraquíes dependerá de cómo valore la Casa Blanca el impacto de la medida en la campaña electoral del presidente George W. Bush. Si Karl Rove, cerebro político del presidente, cree que es mejor no abrir la crisis, Donald Rusmfeld seguirá. Esa es, ahora mismo, la escuela de pensamiento dominante en la dirección republicana. Pero si se considera que el presidente tiene algo que ganar de su sacrificio, el jefe del Pentágono dejará el puesto.
Por el momento, después de haberle expuesto públicamente a la responsabilidad de no haber calibrado el volumen del caso, el presidente George W. Bush le ha apoyado y ha asegurado que seguirá en el Gabinete. Bush hizo explícito el apoyo trasladándose al Pentágono el pasado lunes, acompañado del mentor de Rumsfeld, el vicepresidente Dick Cheney. También Condoleezza Rice, la consejera de Seguridad -la veleta imprescindible para saber por dónde va el aire en el Despacho Oval- ha hecho pública manifestación de respaldo.
¿Qué hace falta para que Rumsfeld se vaya? Que la situación empeore -testimonios aún más chocantes en las nuevas fotos o vídeos, declaraciones que dejen claro que el problema no puede quedarse en unos sargentos y en una cárcel- y que eso se traslade a una opinión pública que en este momento se encuentra confusa: tres de cada cuatro estadounidenses creen que no hay ninguna justificación para lo ocurrido en las cárceles, pero el 64% según Gallup -y el 70%, según otro sondeo- no cree que Rumsfeld deba dimitir, porque el escándalo se atribuye a los responsables directos de los abusos. Si estos datos cambian y afectan a Bush -ya tocado en los últimos sondeos- siempre quedará abierta la posibilidad de la salida del jefe del Pentágono.
¿Qué impide por ahora su salida? Además del dato de la opinión pública, por ahora bueno, la Administración -según fuentes en contacto con la Casa Blanca- "ha llegado a la conclusión de que entregar la cabeza de Donald Rumsfeld sería un tanto político colosal para el candidato demócrata, John Kerry y, lo que es peor, implicaría aceptar que toda la política de Irak ha sido un monumental error".
Que un presidente que dice -y el electorado lo agradece- que mantiene el rumbo y que hay que concluir la misión en Irak haga eso a menos de seis meses de las elecciones es muy difícil. Las opciones electorales están ya tomadas en ambos campos, y la gran mayoría del electorado republicano no perdonaría una concesión como la de convertir al secretario de Defensa -muy popular entre las bases- en cabeza de turco.
Por otra parte, este razonamiento es válido mientras sea útil. Como advierten las mismas fuentes, "aunque no hay que subestimar el espíritu de lealtad de Bush con su equipo, si el escándalo de las fotos va a más y la opinión pública reacciona más críticamente, Rusmfeld podría no llegar al otoño".
Es decir, en el momento en el que mantener a Rumsfeld pase de ser una ventaja a ser un inconveniente, su salida sería inmediata.
Y eso podría ocurrir cuando una mayoría clara y abrumadora de norteamericanos crean que es necesario que alguien en el Gobierno asuma las responsabilidades de todo lo que ha ido mal en los últimos meses.
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