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La ruptura diplomática con Cuba divide a la sociedad mexicana

La izquierda nacionalista acusa al presidente Fox de plegarse a los intereses de EE UU

Juan Jesús Aznárez

Izquierdistas mexicanos acuden hasta la Embajada de Cuba para gritar ante sus puertas: "México, con Cuba; Fox, con Bush". La revolución de Fidel Castro, casi un asunto interno en México, dividió de nuevo al país: el radicalismo nacionalista e ideológico vuelve a comparar "su dignidad frente a Estados Unidos" y la alfabetización y cobertura sanitaria de la isla caribeña con "la sumisión del presidente Vicente Fox a Washington" y la mendicante pobreza del 50% de los 104 millones de mexicanos.

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Quienes aplaudieron la expulsión del embajador antillano subrayan que la miseria es solucionable en democracia y que Cuba es una anacrónica y provocadora dictadura. El debate es parecido entre el resto de América Latina.

El duro discurso de Fidel Castro en la fiesta del Primero de Mayo contra México y Perú, que el 15 de abril votaron a favor del envío a Cuba de un relator de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, causó la retirada de los embajadores de esos dos países y una crisis bilateral que, en el caso mexicano, rompe casi cien años de entendimiento.

La Cámara de Diputados había recomendado la abstención. La revolución cubana rompió con unos y encontró nuevos aliados en los presidentes de Argentina, Brasil y Venezuela. "Si Gobiernos anteriores aguantaban impertinencias, injerencias y ofensas a los mexicanos o a nuestro país", pues él no, proclamó Fox este jueves. Se refería a los Gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), creado en el año 1928 por caudillos revolucionarios.

Hace semanas, el oficialista Juan de Dios Castro, presidente de la Cámara de Diputados, defendió la resolución de Ginebra contra Cuba por considerar rebasada la Doctrina Estrada, que estableció el principio de la no intervención de México en asuntos de otros países. La doctrina impugnada por el oficialismo fue obra del canciller del PRI, Genaro Estrada, en el año 1930 y establece que México no otorga ni retira reconocimientos a Gobiernos específicos al no calificar el derecho de otras naciones de mantener o sustituir a sus Gobiernos o autoridades. En el caso de Cuba, se produjo un viraje en el año 1994, con el último presidente priísta Ernesto Zedillo (1994-2000), activista contra Castro.

Durante el arranque de las relaciones bilaterales éste fue el pacto: la revolución atemperó la solidaridad con las guerrillas mexicanas de los sesenta y México votó a favor de Cuba en los foros internacionales. Fue el único país que lo hizo en contra de la expulsión de la isla de la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1962, a solicitud de Washington.

El escenario cambió con la caída del bloque soviético y los nuevos intereses comerciales, sociales y políticos de México, masivamente asociados con Estados Unidos, fundamentalmente, y con el repliegue del activismo revolucionario cubano en una América Latina progresivamente pacificada, con guerrillas transformadas en partidos políticos y participando en el sistema a través de elecciones. Después de la guerra fría, La Habana ya no importaba tanto.

La crisis bilateral en curso, acentuada tras la deportación desde La Habana de un empresario mexicano de origen argentino, resultaba previsible, según la ex embajadora en La Habana, Beatriz Paredes, del PRI, porque México nunca tuvo antes un Gobierno "abierta y claramente de derecha" como el de ahora. El distanciamiento de "un régimen medularmente antagónico" era lógico. La relación fue accidentada y a veces contradictoria desde la investidura del conservador Fox en el año 2000, quien visitó a Fidel Castro un año antes, siendo candidato, para darse un electoralista baño de izquierdismo, según los analistas.

Su primer canciller, Jorge Castañeda, nombró un embajador de izquierdas, contrario a la posición del Gobierno respecto a Estados Unidos y Cuba. Paralelamente, La Habana no supo leer los alineamientos de la política exterior de Fox, de acuerdo con Paredes. Desde hace años, agrega, el Gobierno cubano "no entiende lo que está pasando en México, quizás porque tiene una idea romántica del pasado".

La idea del Gobierno mexicano es más pragmática que romántica: amigarse con Washington porque el comercio bilateral es multimillonario y porque se busca un acuerdo migratorio. La oposición sostiene que, con un poco más de oficio, la presidencia de Fox pudo haberse llevado bien con Washington sin romper con La Habana.

Los ministros de Gobernación, Santiago Creel (izquierda) y de Exteriores, Luis Ernesto Dérbez, el viernes en México.
Los ministros de Gobernación, Santiago Creel (izquierda) y de Exteriores, Luis Ernesto Dérbez, el viernes en México.EFE

El voto anunciado por Washington

"Lo paradójico de nuestra condena a Cuba, un país que sin duda tiene muchos problemas internos, entre los que se cuentan la violación sistemática de los derechos políticos y económicos de los ciudadanos, es que en México hay violaciones tan serias o más a los derechos de los gobernados", dice el analista Sergio Sarmiento.

El ministro de Gobernación, Santiago Creel, condenó en febrero un informe crítico de Estados Unidos sobre los derechos humanos en México, porque "no tiene ningún derecho de revisar asuntos propios de la vida interior del país". Un mes después, México juzgaba a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y era sabido que Vicente Fox votaría en ese sentido, pero "lo humillante es que el anuncio lo hizo días antes desde Washington el portavoz de la Casa Blanca", agrega Sarmiento. "Si alguna vez hubo esperanza", escribió en el diario Reforma, "de que la decisión de México se interpretara como un gesto genuino de preocupación ante la situación de los derechos humanos en Cuba, y no como una simple y humillante sumisión a un dictado de los Estados Unidos, ésta se perdió con las declaraciones de McLellan".

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