¿De qué se escandalizan?
Las fotografías publicadas de las torturas a los prisioneros iraquíes y afganos han tocado la fibra sensible del Occidente supuestamente civilizado, y algunos estamos sorprendidos de esa reacción. Resulta que esas imágenes van a hacer más labor antimilitarista que todas las campañas de denuncia contra los ejércitos, y eso también es sorprendente.
Desde la noche de los tiempos, la guerra ha sido así, fea, desagradable, y ni la Convención de Ginebra, ni el hecho de estar en el siglo XXI ni el cambiar de planeta va a variar el tratamiento que los conquistadores hacen de los invadidos. Los vikingos llenaron Europa de pelirrojos; los españoles, primero, y los anglosajones, después, se encargaron de perpetrar sendos genocidios en América, y las guerras del siglo pasado cumplieron las exigencias del guión: holocausto judio, matanzas en Vietnam, limpiezas étnicas en África y en los Balcanes, invasiones en Irak...
Como escriben los Pérez-Reverte o los Sistiaga de turno, los conflictos armados son sucios por definición y sacan a relucir lo peor de los humanos, ese monstruo que vive en cada uno de nosotros. Así que, si no queremos ver esas fotografías (o esos vídeos, que ya aparecerán), donde unos uniformados torturan física y psicológicamente a personas, habrá que evitar las guerras; o, mejor aún, que si hay guerra no vaya nadie a ellas porque no haya soldados.
Aquí ya se está empezando a notar esa falta y, si prospera la objeción fiscal, igual hasta los pocos militares que se alistan en el Ejército se quedan sin financiación. Es más que un deseo.
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