_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Reflejos del 11-S

Óleos y fotografías le sirven a Carmen Pastrana, licenciada en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, para expresar el precipitado vital y estético de los dos años que lleva de estancia en Nueva York. El ataque terrorista a las torres gemelas el 11-S es su fundamento clave. De ahí que las paredes de la galería bilbaína Bilkin estén cargadas de sentido.

La iniciación vital de la artista parte de una porción anónima de mar, para adentrarse en el obsesivo y ahogante detritus reinante en la ciudad. Luego entra en tromba el mundo de imágenes, cuya representación es el miedo, la vulnerabilidad, la violencia visual, la vida bajo el terror terrorista, la defensa ante ataques foráneos, la bandera de las barras y estrellas por todos los rincones de la psique ciudadana, y la careta anti-gas como símbolo permanente de extrema vigilancia. Las figuras extraterrestes insertadas no aportan gran cosa, porque no pasan de ser un recurso de fácil comodidad.

En los óleos Carmen Pastrana recuerda el tono de tres artistas americanos de principios del siglo XX, como Pickett, Sheeler y Spencer, y en las fotografías parece estar presente el modo apasionado y subjetivamente objetivo de pulsar el click de la cámara que atesora Robert Rauschenberg. No obstante, todo ello se percibe adaptado o sometido a una visión con voluntad muy personal.

El resultado es una exposición presentada con notable pulcritud esteticista, al punto de poder palpar con mayor énfasis las peligrosas reacciones que puede llevar a cabo la histeria colectiva ensimismada en el amor excesivo a su bandera. Se han cometido en la historia de la humanidad demasiadas atrocidades por el macro excedido amor a cada bandera de turno.

Otro cariz tiene la exposición del mallorquín Guillem Nadal en la galería Colón XVI de Bilbao. Es muy aparente, pero carece de verdadero y profundo sentido. Hay demasiada dependencia de la obra de Antoni Tàpies. Parece como si fuera a enmendarle la plana al propio Tàpies, haciéndole ver a éste que sus obras son mucho más bellas y estéticas. Grave error. Risible pretensión. El agua que se estanca es cenagosa, ya que el esteticismo por el esteticismo en arte no vale gran cosa

Por si fuera poco, también se perciben ecos de las perforaciones de Lucio Fontana, y algún eco más que habita en las obras colgadas. Vale más saber que un artista no para de recorrer un camino que le conduzca al centro de sí mismo, con todas las vicisitudes que ello conlleva, que verlo instalado en el acolchado sillón del falso triunfo que suele conceder el vulgo iletrado. Vulgo municipal y espeso lo llamaba Rubén Darío.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_