Maradona, fuga y misterio
El argentino, con síndrome de abstinencia, deja el hospital contra el criterio de los médicos
"Un poco más tranquilo, bajo control", estaba ayer por la mañana Maradona según uno de los amigos que le acompañan en la quinta del gran Buenos Aires, propiedad de Pascual Mastellone, presidente de la mayor compañía productora y exportadora de productos lácteos del país, y en la que se alojaba también cuando sufrió la crisis cardíaca que le tuvo al borde de la muerte durante siete días en una sala de cuidados intensivos donde le ingresaron hace dos semanas y de la que huyó el jueves por la tarde. "Probablemente se va a quedar acá hasta el cumpleaños de la hija, después se vuelve a Cuba, pero nadie sabe, ni él, que va a hacer ahora".
Maradona estaba intratable desde el lunes, cuando ya respiraba, se alimentaba por sí mismo y tomaba los antibióticos para curar la infección pulmonar por vía oral. La rebaja en la dosis de sedantes le alteró. El síndrome de abstinencia aumentaba y el martes maltrató a médicos y enfermeras. Le disgustaba la comida y quería irse: "Me quiero ir ahora". A un médico le sugirió que le alcanzara un balón para demostrarle cómo se sentía: "Dame una pelota y vas a ver que estoy bien". Sólo sus hijas lograban calmarle. El miércoles caminó por la habitación, vio por televisión el partido amistoso que Argentina jugó con Marruecos y su petición ya era desesperada.
Dando voces, Maradona le pidió a un amigo, periodista, que le sacara "ya mismo" de allí
Su médico personal, Alfredo Cahe, había pedido a los directivos de la clínica que le retuvieran "todo lo que se pueda" en cuidados intensivos. La intención de Cahe era hacerle a Maradona un "tratamiento de recuperación" para que rebaje de 100 a 90 kilos. Cahe suponía que la tradicional fiesta de los 15 años de su hija menor, Gianina, que los cumple el próximo día 16 y está programada para el 21, era una razón de peso como para convencerle.
El jueves por la mañana Maradona ya no respondía a nadie. A mediodía la ex esposa, Claudia Villafañe, reclamó de urgencia a Cahe. Las hijas hicieron un último intento para tranquilizarle, pero fue inútil. Dando voces, Maradona le pidió a un amigo, periodista, que le sacara "ya mismo" de allí. La ex esposa se negó a firmar la autorización. Maradona firmó y se hizo responsable. El doctor Cahe se comprometió a continuar la asistencia médica. Claudia le dio un beso y cien pesos, unos 10 euros. El periodista estacionó su camioneta, Maradona se vistió y se marchó con él.
El último parte de los directivos de la clínica informaba sobre la decisión de Maradona sin tener el alta médica. En el texto se consignaba la "satisfacción por la buena evolución", y se aclaraba: "Se han indicado diversos tratamientos, siendo voluntad del paciente, y de su médico, resolver la modalidad de los mismos".
De camino a la quinta, con campo de golf, Maradona condujo la camioneta. Una vez allí se vistió con ropa de abrigo por recomendación de su médico, y salió a jugar al golf con pelotas fluorescentes. A las siete de la noche, después de una ducha, se sentó frente al televisor para ver el Boca-Newell's, que terminó igualado 1-1. Maradona protestó fallos, recriminó por pases mal hechos y le puso de mal humor el resultado. Cenó pollo con verduras. Con él quedaron el médico personal, una enfermera, tres guardias y tres amigos. Ayer amaneció "más tranquilo", habló con sus hijas por teléfono y esperó que le visitaran por la tarde. Después volvió a jugar al golf con una camiseta de Newell's.
Los especialistas advierten de que la vida de Maradona corre un serio riesgo, pero nadie sabe qué hacer. Ayer, circulaba por Internet una foto donde se veía el 10 de Argentina colgado entre las nubes y la cara de Dios que devolvía a Maradona a la tierra y se quejaba: "Tanto lío porque le quería ver jugar en un picadito".
Cuando el viento soplaba los restos del santuario montado en la acera de la clínica donde estuvo internado -pancartas, velas, rosarios, estampas religiosas, dibujos, fotos, cartas, réplicas de copas, mensajes...- las tres enfermeras y los ocho médicos que atendían a Maradona, la gerencia, los comerciantes de esa calle, los periodistas de guardia en turnos de seis a ocho horas, los reporteros gráficos, todos, suspiraban con evidente alivio. A última hora ya no quedaban señales del improvisado campamento.
El padre, en una clínica
El padre de Maradona, por otro lado, ingresó ayer en una clínica de Buenos Aires aquejado de fiebre alta por un cuadro de neumonía. El ex jugador recibió la noticia en la quinta a la que se trasladó después de abandonar el jueves el hospital.
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