_
_
_
_

Pere Casaldáliga y Nicolás Castellanos defienden la vigencia de los curas obreros

"No es que la clase obrera se alejase de la Iglesia; fue la Iglesia la que se alejó de la clase obrera", dice el catalán Pere Casaldáliga, obispo de Sâo Félix do Araguaia (Brasil), a propósito del libro Los curas obreros en España, del sacerdote Julio Pérez Pinillos, editado por Nueva Utopía. Otro prelado, Nicolás Castellanos, que abandonó el palacio episcopal de Palencia para irse a trabajar a una de las zonas más pobres de Bolivia, subraya la importancia de esta polémica experiencia presbiteral, perseguida inicialmente por la jerarquía católica y aceptada más tarde por el Concilio Vaticano II a impulsos de Juan XXIII, que antes de ser elegido pontífice romano vivió en París como embajador (nuncio) vaticano.

El movimiento de los curas obreros nació en 1944 en Francia y se extendió a España en 1964. Muchos participaron en las revueltas sindicales contra la dictadura franquista, encabezando comités de empresa y sonadas reivindicaciones obreras. Además del cura Pinillos, destacaron entonces Mariano Gamo y Francisco García Salvé.

"Los curas obreros se colocaron en la periferia, como Jesús de Nazaret, en medio de los excluidos y empobrecidos. Colocarse ahí supone muchas rupturas institucionales, suscita recelos, envidias, amenazas al poder y del poder, contestación a muchos hábitos aburguesados, faustos y poderíos, que huelen poco a evangelio", dice Castellanos, que prologa con enérgicas palabras el libro de Pinillos. Casaldáliga escribe el epílogo, también con radicales apreciaciones de apoyo y denuncia. Según Pérez Pinillos (El Cerrato, Palencia, 1941), en España hay ahora unos 400 curas obreros. Llegaron a sumar 800. [En España hay 20.000 sacerdotes diocesanos, con una edad media de 65 años].

Los primeros, en Bilbao

"La primera constancia de curas obreros nos remite a Vizcaya-Bilbao, foco industrial importante de la época y puerta-frontera con Francia, de donde nos llegaron los aires eclesiales y pastorales renovadores que la España franquista silenciaba, retrasaba y, si podía, asfixiaba", dice Pinillos antes de citar al primer cura obrero, el jesuita David Armentía, de la fábrica Laminaciones de Bandas. Su obispo le ordenó dejar el trabajo a causa de un conflicto con la patronal, pero Armentía siguió en el tajo, protegido por su superior provincial. Poco más tarde, el sacerdote secular Pedro Solabarría obtuvo permiso episcopal para trabajar a jornada completa.

"Los curas obreros fueron una riqueza para la Iglesia por su compromiso y contenidos sociales y ministeriales, dando sentido radical del Evangelio y de la vida. La hora del bocadillo era entonces un tiempo revolucionario en el que los trabajadores tenían el poder compartido con la empresa porque tres mil obreros unidos podían parar una fábrica; hoy eso ya no es posible porque ni siquiera quedan fábricas como aquellas", dijo Pinillos en un encuentro con periodistas, acompañado de Luis Santiago Díez Maestro, coordinador nacional del colectivo.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_