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EL REGRESO DE LAS TROPAS | El artículo de Aznar
Columna
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La vergüenza de Aznar y la nuestra

Escribía ayer Ánsar en la tercerita del diario Abc que "muchos españoles nos sentimos avergonzados por la retirada de nuestras tropas" y preocupados "por las consecuencias que va a tener para la seguridad de todos y para la defensa de nuestras libertades frente al terrorismo". Asegura que la decisión es equivocada "porque por ella hoy estamos peor situados en el escenario internacional, nuestra seguridad es menor, somos más débiles, como lo es nuestra alianza con las democracias más poderosas y antiguas del planeta". Enseguida añade que "el mensaje que se lanza al mundo es el del desistimiento, pero también el del asesinato como herramienta para conseguir objetivos políticos", que "el Gobierno ha tomado el camino del apaciguamiento", que estamos negando ayuda a los iraquíes que la necesitan y que nos alejamos del consenso europeo y atlántico sin avanzar un solo paso hacia el consenso nacional, sin dar la oportunidad prometida a Naciones Unidas antes del 30 de junio, ni atender a la realidad de una guerra internacional contra el terror.

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Vayamos por partes. Cuando José Luis Rodríguez Zapatero accede a la presidencia se encuentra con un compromiso tornado por su predecesor el 11 de julio de 2003 en contra de todas las demás fuerzas políticas con representación parlamentaria. El acuerdo del Gobierno anterior autorizaba el envío a Irak de un contingente integrado por unidades de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil para participar en operaciones encaminadas a proporcionar seguridad y estabilidad y facilitar su reconstrucción hasta el 30 de junio. Nuestras tropas fueron enviadas, sin misión de combate alguna, después de que el 1 de mayo el presidente Bush, en la cubierta del portaaviones de la US Navy Abraham Lincoln, proclamara el fin de las hostilidades abiertas en Irak.

Poco después, con fecha de 22 de mayo, el Consejo de Seguridad aprobaba la resolución 1.483 que endosaba el hecho de la ocupación angloamericana de Irak y reconocía "la autoridad, la responsabilidad y las obligaciones específicas que, en virtud del Derecho Internacional aplicable, correspondían a esos Estados en su calidad de potencias ocupantes". Pero al carecer España, según la 1.483, del estatuto de potencia ocupante, tampoco tenía las prerrogativas que del mismo se derivaban y sin una misión autorizada por Naciones Unidas nunca se aclaró, como ha subrayado la profesora Yolanda Gamarra, en condición de qué España estuvo cooperando entre agosto y el 16 de octubre de 2003, fecha en la que se adoptó la resolución 1.511 bajo la cual se autorizaba la creación de una fuerza multinacional bajo el mando unificado de EE UU.

Tampoco se habían asignado antes misiones de combate a la unidad conjunta de las Fuerzas Armadas cuyo envío autorizó el Gobierno el 21 de marzo de 2003 para apoyo humanitario al puerto de Ulm Kasar, así como las unidades del Ejército del Aire para la defensa de Turquía, dentro de los acuerdos alcanzados en el seno de la Alianza Atlántica con una vigencia de tres meses que expiró el 21 de junio. En definitiva, España ofreció también entonces asistencia logística y humanitaria, pero nuestras tropas no participaron directamente en las "hostilidades abiertas". O sea, que tal vez Mambrú estuviera en las Azores, pero las tropas españolas no fueron a la guerra. Una guerra, la de Irak, que además carece de relación alguna con el terrorismo porque allí con el genocida Sadam había muchos desastres, pero de eso no había ni rastro, además de que, como bien sabemos, el terrorismo no se combate con bombas.

Todo ello mientras el presidente Aznar mantenía incumplida la promesa formulada el 30 de marzo de 1999 ante el Pleno del Congreso de regular "los mecanismos específicos de consulta al Parlamento en supuestos de participación o de colaboración de España en operaciones militares, especialmente en aquellas que conlleven el uso de la fuerza". Además, nuevo datos inducen a nuevas conclusiones y en las actuales circunstancias de insurgencia generalizada en Irak era necesario optar entre prorrogar la presencia de nuestras tropas y darles las misiones de combate que nunca habían tenido con el Gobierno de Aznar o replegarlas en las mejores condiciones. Ánsar se declara avergonzado por ese proceder; otros españoles sentimos una vergüenza distinta.

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