Barcelona, la gran librería
La lluvia no arredró a los cientos de miles de ciudadanos que celebraron Sant Jordi
Todo el mundo a la calle. La consigna se cumplió ayer rigurosamente. Por la mañana cayó un sol de justicia que engañó al más suspicaz. El chaparrón de las seis de la tarde, apenas un cuarto de hora de tromba, acabó con autores y libros pasados por agua. No sirvió para que la gente se recogiera. En cuanto a los autores, sería más fácil decir quién estaba que quién no. La fiesta prosiguió hasta última hora del día por todas las calles de Cataluña. La intensidad de Sant Jordi es tal que en un solo día los libreros catalanes venden el doble de lo que se factura durante la Feria del Libro de Madrid, que se prolonga durante más de dos semanas: 18 millones de euros frente a 9,1 millones. Se dice que es el día del comprador de libros, no del lector. En cualquier caso, bienvenido sea.
Escritores sacando el hígado por la boca, corriendo de mesa en mesa para llegar puntuales al ritual de la firma. Joan Puigcercós, un político republicano, con un libro de un monárquico de una pieza bajo el brazo: José Luis de Vilallonga. Miles de ciudadanos tomando fotos con sus cámaras digitales. Camiones donde las principales radios instalaron estudios desde los que retransmitían. Librerías de lance celebrando su Día del Libro casi en familia. Puestos de libros sobre sexualidad en tiendas de lencería picante. Pequeñas mesas donde autores vendían libros autoeditados. Arlequines repartiendo entre la multitud puntos de libro en los que se anunciaba una agencia matrimonial. Son algunas imágenes que dejó el Sant Jordi de 2004 en Barcelona.
La cosa empezó hacia las diez de la mañana. Algunos se dieron cita en el hotel Regina, que convoca a autores y medios de comunicación a un desayuno desde hace unos años y que suele terminar con una foto de familia. Allí estaban los escritores Carme Riera, Andreu Martín, Màrius Serra, Emili Teixidor, Ramon Solsona, Eduard Márquez, Empar Moliner, Maruja Torres, Suso de Toro, Susana Fortes, Màrius Carol, Joan Rendé, Marc Romera, Antonio Soler, Ignasi Riera, Mercedes Salisachs, Valerio Massimo Manfredi y Lluís-Anton Baulenas, quien afirmó sentir "extrañeza" por la poca atención que a su juicio los medios de comunicación dispensan a los autores en catalán en un día como el de ayer. También estaban los periodistas Jon Sistiaga -cuyo libro de testimonio sobre la guerra de Irak, Ninguna guerra se parece a otra (Plaza y Janés), atrajo la atención de no pocos ciudadanos- y Jaume Figueras, los humoristas gráficos Maitena y Juanjo Sáez, y los presentadores de televisión Boris Izaguirre y Tomàs Molina.
Colas interminables
A partir de ahí, la pléyade de firmantes se repartió por la ciudad, convertida en una librería gigantesca. Josep Maria Espinàs celebró su 50º Sant Jordi como escritor, y lo hizo a lo grande, atendiendo colas interminables de lectores que se quedaban su A peu per la Costa da Morte (La Campana y Edhasa en castellano): "Graciñas!", le escribió a una mujer que le pedía una dedicatoria en gallego.
Además de los autores autoeditados, otros más famosos tenían caseta propia, como el showman de TV-3 Andreu Buenafuente, que con su No sé si m'explico (Columna) se convirtió -algo que ya no es noticia- en uno de los autores más vendidos en lengua catalana. Buenafuente y sus colegas guionistas se instalaron en una caseta en la plaza de la Universitat. Forrado de lona verde y tocado con un caganer gigante con la cara del humorista, el puesto registró una cola incesante durante todo el día.
Más de 150 escritores se repartieron por los 250 tenderetes (agremiados) instalados, sobre todo, en el Eixample y Ciutat Vella. Eran más los que estaban que los que no. Una de las excepciones fue Albert Sánchez Piñol, el feliz autor de La pell freda (La Campana y Edhasa en castellano), a quien no le gusta el ritual de la firma. Sí estuvieron Enrique Vila-Matas, Quim Monzó, Javier Cercas, Julià de Jòdar, Gemma Lienas, Juan José Millás, Jesús Moncada, Alejandro Jodorowsky, Matilde Asensi, Isabel-Clara Simó, Asne Seierstad, J. J. Armas Marcelo y Rosa Montero, entre otros muchos.
En La Rambla y en la Rambla de Catalunya, sobre todo, las casetas de los partidos competían con las de los libreros. En la de CiU, una gran fotografía anunciaba una biografía de Marta Ferrusola; en la del PSC, Anna Balletbó firmaba libros; en la de Iniciativa Verds, un gran cartel clamaba contra la guerra. En la de Esquerra Republicana se anunciaban libros de Josep-Lluís Carod Rovira y de Joan Puigcercós. Triunfaron los globos republicanos, y en la de EUiA tenía éxito un kit antimonárquico que se vendía a un euro, con la senyera y la bandera tricolor combinadas. Junto a él, para sorpresa de muchos, El código Da Vinci.
Cavall Fort, que celebra sus 1.000 números, también tenía caseta en La Rambla; como la ONCE, con un importante despliegue de libros en braille. No faltaron los voluntarios en lucha contra el sida, los defensores de los derechos de los animales, miles de estudiantes buscando fondos para sus viajes de fin de curso y, al final, una caseta con camisetas con el lema "Antimadridista".
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