¡Boliche! ¡Yabba-dabba-doo...!
Prime, segun, terce..., con estas palabras se dispone el orden primigenio de las cosas. La infancia tiene su argot y unas reglas particulares. El azar del "pito pito gorgorito" confina a los que llevan el corazón en la mano a acabar magando en el escondite o a hacer de burro en el churro mediamanga. Y así se va aprendiendo. Antiguamente, en el campo, era tradición regalarles un juego de bolos a los niños por el día de Reyes. Los bolos tienen su etnografía de juego iniciático y prehistórico. Los han desenterrado tallados en huesos humanos: tibias y calaveras. Una leyenda celta atribuye el sonido del trueno a las imponentes partidas de bolos que los seres superiores juegan allí arriba, en el cielo.
Ante la Sagrada Familia se reúne un grupo para practicar el juego de la 'bitlla' catalana. A veces, los japoneses les fotografían
En la plaza de Gaudí, cerca del estanque, unos jubilados se reúnen a diario con la única pretensión de pasar el tiempo a su manera. La gente se agrupa en torno a ellos y les observa entretenida. A veces, llegan de algún colegio a visitarlos. Y otras, un autocar de turistas, que ha ido de cabeza a la Sagrada Familia, se aparta unos metros del monumento para fotografiarlos. "Nos retratan mucho los japoneses", detalla Robert Cosialls, el secretario del Club de Bitlles Catalanes Sagrada Família, que ascenderá este año a la primera división de la liga territorial de Barcelona. Cloc, cloc, o algo por el estilo, es el ruido que hacen las mazas al golpear contra los bolos.
El juego de los bolos catalanes está documentado desde el siglo XIV y perduró hasta la década de los años cuarenta del siglo pasado, que fue el XX. El juego es pariente, entre otros, de los bolos leoneses, que tienen representación en el barrio de Horta; del pasabolo tablón cántabro, al que se puede jugar virtualmente en Internet en su modalidad burgalesa (www.perso.wanadoo.es/santacruzdeltozo/paginas/juegos.htm), y del bolo celta de gallegos y asturianos, en cuyo nombre quedan grabados milenios de horas mansamente perdidas. Pero, ya se ha dicho, los bolos fueron cayendo en desuso aquí y allá, como ha ido desvaneciéndose la vieja cultura popular. En Barcelona, se vieron recuperados y reactivados en 1987 por el grupo del estudioso Gaspar Aguayo (www.bitlles.com). Hoy, incluso se juega una copa de la Generalitat y el Fòrum de les Cultures les ha dado cabida en su muestra de juegos tradicionales.
Armando llegó de Guayaquil (Ecuador) hace un año. Es uno de los 80 socios del Club de Bitlles de Sagrada Família. Armando lanza el bitllot trazando en el aire una parábola limpísima. Lo hace volar con tanta dulzura que uno piensa que sería un crimen que esa maza volviese al suelo. "Vine a conocer el parque y me quedé mirando. Me dieron una oportunidad... Me trataron bien. Ahora todos se han hecho mis amigos. ¡Son grandes personas estos señores jubilados!". Genaro, de 66 años, nació en Villaverde de Arcayos (León). Allí, de niño, jugó mucho a los bolos. "Desde que salía de la escuela. Los mayores apostaban aceitunas, escabeche, una garrafa de vino...". Y observa que los bolos leoneses son más complicados que los catalanes, y al decirlo, hay humildad en su voz. Termina la conversación y Genaro se coloca en su línea de tiro.
"Si tiras, te enganchas", me ha dicho Cosialls, que no cesa de animarme a que ponga a prueba mi poca puntería. "¿Nunca le has tirado una piedra a un perro o a un gato?", contempla con un punto de reparo el pipicán junto al que el Ayuntamiento ha dispuesto las pistas de juego. Hay 39 años de diferencia entre Robert Cosialls y este cronista de 38. Y sin embargo, podemos hablar de un juego en común. "¡El bèlit!", ríe Robert. Le cuento que nosotros decíamos: "Bèlit! Va!". Recoge la frase al vuelo: "I cap a on va?", espera un instante a que le conteste, pero ve que no sé y continúa: "Cap als collons del capellà! Eso se decía cuando la República", añade.
En los bolos se esconde un puente secreto que une a la gente con el más allá. Esto lo entendió el director de cine Michael Moore cuando tomó como pretexto una partida de bolos para rodar Bowling for Columbine, su documental sobre el miedo y la violencia que atenazan nuestros días. Y también lo intuyeron los dibujantes de Hanna-Barbera al emplazar en el boliche la logia de los Búfalos Mojados, donde se reunían cada mes Pablo Mármol y Pedro Picapiedra. Uno aprende con los juegos cómo fue la humanidad y así juega con atavismo de tiempos olvidados. Los niños esto lo ven con los ojos cerrados. Hay juegos sórdidos, como el tula (que viene de "tú la llevas", la peste, claro), y otros que parecen sacados de las tablas de un cadalso, pero la verdad es que satisfacía meterle un buen lique con el talón al que le tocaba hacer de mula (a las dos, la coz).
Nunca se olvida un juego. Lo explica Antonio, que desarrolló su buena puntería en los bolos catalanes siendo cabrero, tirándoles piedras a las cabras de su pueblo. A los 66 años Antonio sigue recordando el palimocho, el juego de su infancia en Huétor-Tájar (Granada). Y también lo afirma Ángel cuando evoca, buscando con la mirada, la tanguilla a la que jugaba en La Riba de Escalote (Soria). Ahora tira a las bitlles. Aviso a los curiosos: algunos sorianos de Barcelona se reúnen en el paseo de Sant Joan y en el campo de la Trinitat Vella para seguir jugando sus tanguillas.
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