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"Tengo una pregunta para Dutroux: ¿Por qué no me mató?"

Una víctima planta cara al pederasta belga

Gabriela Cañas

Sabine Dardenne tiene sólo 20 años, pero ayer fue capaz de encararse a su verdugo, el famoso pederasta Marc Dutroux, y hasta ironizar sobre las mentiras con las que la mantuvo secuestrada durante 80 días. La sala le evitó la descripción de los abusos sexuales vividos entonces, cuando tenía 12 años, a pesar de lo cual los padres de otras dos víctimas del hombre más odiado de Bélgica se indispusieron y fueron evacuados en camilla. Dutroux se enfrenta a cadena perpetua por haber raptado y violado a seis niñas y jóvenes entre 1995 y 1996 y haber matado a cuatro de ellas.

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El testimonio de Sabine Dardenne era esperado con emoción contenida en Bélgica. Es la principal testigo de cargo contra Marc Dutroux y la que más sufrió las penalidades impuestas por el monstruo. Ochenta días de cautiverio, la mayor parte de ellos en un zulo de apenas seis metros cuadrados, sufriendo las violaciones del pederasta desde el primer día, como ayer dejó bien claro ante el tribunal que juzga el caso desde el 1 de marzo pasado.

Sabine fue secuestrada el 28 de mayo de 1996 cuando se dirigía en bicicleta al colegio. Pasó casi tres meses en el mismo zulo -sólo tras su liberación lo sabría- en el que otras cuatro niñas y adolescentes habían sufrido ya su misma experiencia antes de morir abandonadas y desnutridas.

En contra de lo esperado, Sabine Dardenne, que acudía por vez primera a la sala de audiencia de Arlon, al sur del país, no sólo miró de frente al pederasta, sino que desplegó cierto sentido del humor para relatar su experiencia. Fue, quizá, su venganza. Y así se rió, algo nerviosa, al contar cómo desde el primer momento, al llegar a la funesta casa de Dutroux, éste la desnudó, la encadenó por el cuello a una cama y le dijo que en realidad le estaba salvando la vida porque su jefe quería matarla. La niña le creyó hasta tal punto que cuando el pederasta la encerró tres días más tarde, se alegró. "Sí, estaba contenta. Contenta de algún modo porque creía que me escondía así mejor de ese jefe que me iba a matar", contó ayer Sabine, sentada en una silla alta, sola, en medio de la sala, ante el tribunal (detrás, la otra víctima viva, Laetitia Delhez, como dándole aliento), con los pies apoyados en alto, nerviosa, pero controlando la situación.

El testimonio de Sabine Dardenne demuestra hasta qué punto es manipulable un niño inocente. Dutroux le hizo creer a Sabine que sus padres no querían pagar el pretendido rescate pedido por ella y ella les escribía cartas suplicándoles cariño y generosidad.

Las misivas las encontró la policía después bajo una alfombra, pero desempeñaron su papel. Dutroux las leía y le hacía creer que incluso su madre le aconsejaba en la distancia ser más buena y amar el sexo. Son tales las mentiras que Sabine Dardenne asegura que nunca podrá perdonar, según ha declarado con anterioridad a la prensa.

Ayer, en cambio, no hubo reproches, sino su relato desdramatizado. Cuando el 9 de agosto Dutroux la sacó del zulo y le presentó a Laetitia Delhez, a la que acababa de secuestrar, ella cuenta que estaba desnuda y que, bueno, la otra niña debió pensar qué cosas más raras ocurrían en esa casa. Aceptó haber pedido una amiga para estar acompañada, pero ríe también al aclarar que nunca supuso que ésta tuviera que ser secuestrada también. Dutroux asegura haberlo hecho sólo para satisfacer el deseo de Sabine.

Al final del testimonio, ante la oferta de si quería añadir algo, Sabine contestó: "Sí, quiero preguntarle una cosa a Marc Dutroux". Se volvió hacia él, aunque no le habló directamente. "Si yo tenía un carácter tan difícil como él decía, ¿por qué no me mató". La voz grave y fría de Dutroux respondió: "No pensaba hacerlo. Reconozco haber abusado de ella, pero no pensaba matarla". Sabine Dardenne ya ha perdido la inocencia y a la salida del juicio sólo hizo una declaración para decir que la respuesta de Dutroux no fue convincente.

Sabine Dardenne, secuestrada por Dutroux en 1996, el pasado febrero.
Sabine Dardenne, secuestrada por Dutroux en 1996, el pasado febrero.REUTERS

Un drama sin perdón

En el banquillo de los acusados, junto a Marc Dutroux, se sientan su ex mujer, Michelle Martin, su cómplice en los secuestros, Michel Lelièvre, y el supuesto contacto con la red mafiosa, Jean-Michel Nihoul. Cuando Sabine Dardenne abandonaba ayer la sala, Martin reclamó su presencia para presentarle sus excusas por no haber denunciado a la policía ni su secuestro ni el de las demás niñas. "Usted sabía dónde estaba y el daño que me estaban haciendo", le contestó Sabine. "No puedo aceptar sus excusas".

Michelle Martin colaboró activamente en las fechorías de su marido, si bien se escuda en su condición de mujer maltratada, paralizada por el temor. Ayer reconoció haber cocinado sólo para las dos primeras secuestradas de esta segunda tanda de crímenes de Dutroux (en 1985 violó a otras seis niñas, hechos por lo que cumplió seis años de cárcel). Preparaba comidas para Julie Lejeune y Melissa Russo, de ocho años, ambas muertas. Pero no lo hizo para las otras cuatro: An Marchal (17 años) y Eefje Lambrecks (19), muertas también, ni para Sabine ni para Laetitia Delhez.

Martin, que tiene tres hijos con Dutroux, incluso ayudó a su marido a filmar algunas de sus violaciones, como las grabadas en 1995 y 1996 con tres jóvenes eslovacas que se han negado a acudir al juicio.

Son etapas morbosas de un juicio que no está dando respuesta a todas las incógnitas que este caso plantea. Tras ocho años de investigación, la justicia belga cuenta casi en exclusiva con las versiones de los acusados y sus dos víctimas vivas, razón por la cual algunos padres no acuden a la vista oral.

La ausencia más clamorosa es la de la familia Russo, la más activa durante años, que sólo conoce los últimos días de su niña Melissa por el relato de su verdugo.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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