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Reportaje:

El fiasco de los espías de Guantánamo

El Pentágono creyó erróneamente que Al Qaeda se había infiltrado en la base militar estadounidense

La supuesta trama de espionaje que condujo el verano pasado a la detención de tres militares y un civil en Guantánamo, donde hay detenidos cerca de 600 talibanes y presuntos miembros de Al Qaeda, ha empezado a desmoronarse. Al capellán musulmán de la base estadounidense, sospechoso de traicionar a la patria y candidato a la pena de muerte, le han retirado todos los cargos, y al acusado principal, 13 de los 30 que originalmente le habían imputado, incluido el de "llevar pasteles a los detenidos". ¿Qué motivó al Pentágono a encausarles precipitadamente para después tener que desdecirse y perder credibilidad?

"Ha sido una mezcla de paranoia, incompetencia y prejuicios. Se estaban imaginando cosas y esa imaginación está muy bien para escribir novelas, no cuando se tiene poder para meter a alguien en prisión", afirma Eugene Fidell, abogado civil del capellán James Yee, que desde hace una semana es un hombre libre. Si no fuera por las repercusiones que ha tenido para la reputación de Yee, su caso se aproxima más al guión de una comedia de espionaje que al sumario ante un consejo de guerra.

El capellán musulmán fue acusado de llevar pasteles a los detenidos

A mediados de junio, el Pentágono estaba convencido de que había espías en Guantánamo, probablemente de una rama de Al Qaeda que había logrado infiltrarse en el penal. La actividad sospechosa que les había alertado era la relación de Yee, capitán del Ejército, con un soldado de aviación encargado de traducir las cartas de los detenidos talibanes, Ahmed al Halabi. Los agentes del Pentágono empezaron a vigilarles después de verles dos veces cenando junto a otros musulmanes en el apartamento de Yee y enterarse de que estaban planeando instalar un centro de oración donde se pudieran reunir los musulmanes de la base.

Las sospechas fueron aumentando al descubrir que los dos tenían conexiones con Siria. Yee, un estadounidense de origen chino de 36 años, educado en la religión cristiana, había ido a estudiar allí después de convertirse al islam y abandonar el Ejército de EE UU tras la primera guerra del Golfo; además, se casó con una siria. Y Al Halabi, nacido en Siria hace 25 años, mantenía correspondencia electrónica con la Embajada de su país en EE UU y con un receptor anónimo en Damasco, al que mandaba copias de las cartas traducidas de los cautivos.

Cuando el general al mando de Guantánamo, Jeoffrey Miller, creyó que tenían suficientes cabos atados, decidió arrestarles y, al mismo tiempo, ampliar la investigación sobre la posible conspiración de Al Qaeda. Primero detuvieron a Al Halabi, cuando aterrizaba en Florida para viajar, el 23 de julio, rumbo a Siria, donde iba a contraer matrimonio. Y el 10 de septiembre arrestaron a Yee al bajarse del avión militar que le trasladó al mismo lugar, la base de Jacksonville, para desde allí volar a Seattle a pasar unos días con su esposa y su hija. A ambos se les incautaron documentos clasificados, entre ellos mapas y fotos de la base, diagramas de las celdas y listas con los nombres de los más de 600 detenidos.

De entrada les recluyeron en un calabozo, Yee en Carolina del Sur y Al Halabi en la base militar de Vandenberg, en California, donde sigue a la espera de juicio (que probablemente se celebre a partir de la semana que viene). Supuestamente habían cometido delitos que el código de justicia militar de EE UU castiga con la ejecución: espionaje, ayuda al enemigo, conspiración, traición a la patria y sedición.

El capellán Yee pasó 76 días incomunicado, hasta que por mediación de su defensor, Fidell, le redujeron los cargos a "desobediencia a las órdenes de un superior y mal manejo de documentos clasificados" -por los que tendría que afrontar un consejo de guerra-, pero al mismo tiempo le añadieron cargos de adulterio y pornografía (en venganza, según Fidell). Luego, los fiscales se atascaron con la definición de clasificados y se vieron obligados a posponer cinco veces las vistas del caso mientras trataban de determinar si lo eran o no. Durante ese espacio de tiempo le enviaron a Fidell, por error, copias de varios documentos clasificados del sumario y de otros que no estaban seguros de que lo fueran. Al darse cuenta, le pidieron que los devolviera todos. "No me pareció que fueran clasificados", explica ahora Fidell sin dar más detalles.

Hace mes y medio, el general que había dado luz verde al enjuiciamiento, Miller, tomó la decisión de retirar las acusaciones contra Yee, aduciendo que en un consejo de guerra hubieran tenido que revelar los documentos, lo cual, según él, "hubiera representado un peligro para la seguridad nacional". Miller optó, en cambio, por castigarle con una reprimenda administrativa por cometer adulterio y descargar pornografía en un ordenador militar. Yee apeló ante el general que dirige el Mando Sur del Pentágono, en Miami, que supervisa la operación de Guantánamo. El general James Hill le ha dado la razón y ha anulado la reprimenda.

Lo cómico del asunto es que a los fiscales del caso de Al Halabi les sucedió lo mismo: mandaron por error a su abogado copias de una porción del sumario, sobre la que tenían dudas de que fuera secreta. El defensor de Al Halabi, Donald Rehkopf, se ha quejado diciendo que "si ellos no saben qué es y qué no es clasificado, ¿cómo esperan que lo sepa un soldado de 25 años?", y ha pedido que le retiren todos los cargos.

La policía militar de EE UU acompaña a uno de los detenidos en Guantánamo. 

/ EPA
La policía militar de EE UU acompaña a uno de los detenidos en Guantánamo. / EPA

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