Hacia un desierto intelectual
Ante el rector de la Universidad Humanitaria Europea (UHE) de Minsk, Anatoli Mijáilov, estudioso de Unamuno y de Ortega, es fácil sentirse trasladado al siglo pasado, a una universidad alemana cada vez más asfixiada por el nazismo o a la Salamanca de 1936. La realidad de la ciudad europea de Minsk en pleno siglo XXI es que el profesor Mijáilov, en vez de consagrarse a Martin Heidegger, que es su especialidad, tiene que dedicar su energía a luchar contra la cerrazón intelectual.
Sobre su mesa está la carta del ministro de Educación prohibiéndole impartir estudios de doctorado. En su archivo, las disposiciones que humillan a un centro, cuyas vinculaciones con prestigiosas universidades occidentales son justamente el motivo que le ha convertido en el blanco de las iras de Lukashenko. En nombre de una ideología "patriótica", el presidente ha declarado la guerra al liberalismo, sobre todo en la enseñanza.
Una inspección ideológica constató que en la UHE no había retratos de Lukashenko ni afiliados a la Unión de las Juventudes Patrióticas Bielorrusas. La universidad está amenazada por una normativa que obliga al centro a registrarse de nuevo y por las directivas que se sacan de la manga los dirigentes bielorrusos. Los embajadores de la UE y EE UU acudieron en bloque al Ministerio de Educación para apoyar a Mijáilov, pero, aun así, el rector teme perder la batalla, entre otras cosas, porque la UHE, donde se imparte desde legislación europea a teología, no tiene locales en propiedad.
Presiones semejantes a las que Mijáilov experimenta ahora fueron soportadas antes por el liceo humanístico de Vladzimir Kolás. Ante la imposibilidad de echarlo, las autoridades cerraron el colegio más prestigioso de Bielurrusia, haciendo caso omiso de las protestas de los embajadores. Desde el otoño, 120 niños desafían al régimen acudiendo a clases en domicilios privados. "La imbecilidad se está fortaleciendo", dice Kolás.
Un total de 51 organizaciones no gubernamentales fueron liquidadas en 2003 por decisión de los jueces, señala Aleh Hulak, del Comité de Helsinki. La presión es sentida también por el semanario Belorrusskaia Delovaia Gazeta, que junto a otras cuatro publicaciones más, se imprime en la provincia rusa de Smolensk, tras haber sido clausurado durante tres meses. El semanario se vende casi clandestinamente después de que la distribuidora estatal de prensa se negara a repartirlo. "La situación ha empeorado, pero, gracias a la presión occidental, el régimen conserva cierta apariencia de legalidad", dice Svetlana Kalinkina, directora de la publicación.
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