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Reportaje:

Carpas de Hitler en ríos de Madrid

El dictador nazi regaló a Franco cuatro parejas de peces, cuyos descendientes han servido para repoblar embalses de la región

Hoy hace 60 años del comienzo de esta historia: Europa arde en plena Segunda Guerra Mundial y Madrid afronta una dura convalecencia posbélica. En la Universidad Complutense, Joaquín Miranda de Onís, alto funcionario de Patrimonio Nacional y profesor de Cultivos Herbáceos en las Escuelas de Ingenieros y Peritos Agrónomos, recibe la orden de trasladarse al aeropuerto militar de Cuatro Vientos. Allí debe recoger a pie de avión un paquete que procede de Berlín, de la Cancillería del III Reich. Se trata de una tela de sarga marrón humedecida que oculta un insólito contenido: cuatro parejas de carpas, Cyprinus carpis especulum. Pertenecen a una especie rara en España, de origen centroasiático e introducida por los romanos en Europa dos milenios atrás.

"Las carpas fueron depositadas en el estanque de la Reina, donde crecieron"

Los peces, cuya carne se aprecia mucho en Alemania, muestran un destello de hiriente luz en su lomo y alrededor de sus opérculos branquiales, que recuerda los de un luminoso espejo. Se les conoce también bajo la denominación Raza de Galitzia. Quizá tan racial nombre fuera el que convirtió a las carpas en objeto de un obsequio singular del Reichsführer Adolf Hitler, canciller de Alemania y jefe del Partido Nacionalsocialista, a su amigo Francisco Franco, generalísimo de los Ejércitos y jefe del Estado español.

Ya en julio de 1939, según registró el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Hitler había recibido de Franco un tríptico del pintor Ignacio Zuloaga. Por su embajador en España, Stohrer, el canciller sabía que el general ferrolano era un pescador vocacional. Así lo asegura años después al Ideal Gallego Jesús Manso, un guarda forestal que le acompañaba en sus veladas de pesca al río Mandeo, en La Coruña. "Ha cazado salmones de hasta nueve kilos sin inmutarse y jamás consentiría que le amarraran la pesca", dice indignado, para salir al paso de las habladurías que indicaban con sorna que los salmones que pescaba mostraban siempre en su lomo el sello "Casa Civil de su Excelencia el jefe del Estado".

Como recuerda el hoy profesor emérito Manuel Arroyo Varela y entonces alumno del funcionario Joaquín Miranda, éste recogió en el aeródromo madrileño el paquete con las carpas -que pueden vivir simplemente humedecidas en su envoltura- y lo llevó consigo al Campo de Prácticas de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, un predio enorme que abarca, entonces, desde los altos de Moncloa, junto al Manzanares, hasta el estadio Metropolitano, en las colinas de la avenida de Reina Victoria.

En la finca hay pastores con rebaños de ovejas, vacas y piaras de cerdos. Uno de sus 26 guardas a caballo era FelipeVerdejo, abuelo de Francisco Verdejo, de 46 años, que hoy recuerda haber sido el último cuidador de aquel regalo de Hitler a Franco. "Las carpas fueron depositadas en el estanque de la Reina, situado en la senda que une el Palacio Real con El Pardo; es una piscina -que recibe agua de un pozo cercano- de cuarenta metros de longitud por más de veinte de anchura y hasta 4,30 metros de profundidad", explica Verdejo. "Allí las carpas-espejo comieron, engordaron y crecieron, hasta un día de 1994 en que el agrietamiento del lecho del estanque, que causaba filtraciones, tuvo que ser desaguado". "Entonces, las cuatro parejas de peces habían proliferado de tal manera que entre ellas y sus descendientes se contaban hasta 7.000 ejemplares", precisa. En pequeñas piscinas de PVC, aquellas carpas, incluidas una de 24 kilogramos, de casi un metro de longitud, y al menos seis de 16 kilos cada una, fueron trasladadas a una piscifactoría junto a la depuradora municipal de Migas Calientes, al otro lado de la carretera de circunvalación M-30. "Yo me fotografié con la carpa más grande", comenta Verdejo.

Con ellas se repoblaron algunos de los pantanos de la Comunidad de Madrid, en cuyas riberas los pescadores se las disputan cada fin de semana. "No obstante", dice Miguel Vicente Batalla, biólogo, allí destinado entonces, "las carpas llegaron a la piscifactoría aunque creo que una cuota importante fue reenviada al Campo de Prácticas de la Escuela de Agrónomos". Sin embargo, según Francisco Verdejo, "una vez reparado el estanque de la Reina, me encargué personalmente de repoblarlo, pero con carpines rojos, de otra especie".

Otros testimonios destacan que durante la avenida catastrófica que sufrió el río Manzanares en el comienzo del verano de 1994, la piscifactoría se vio arrasada y la mayor parte de aquellas carpas fue destruida por la fuerza de las aguas. "El Manzanares lleva un caudal de entre 1 y 2 metros cúbicos por segundo; en aquella ocasión, subió hasta 200", explica Miguel Vicente, que hoy cifra en unos 12.000 los ejemplares de peces de tamaño superior a los 8 centímetros que surcan el río en su fachada capitalina, entre nueve puentes y dos depuradoras.

En el lecho del río, descendientes de aquellas carpas destellan hoy junto al fango.

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