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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un niño como los demás

El concepto de libro como paliativo de la soledad se nos antoja tan antiguo como la invención de la imprenta. Sin embargo, una mirada más detenida a esa circunstancia nos indica enseguida que, como tantas otras cosas, este hecho ni es tan nuevo ni tan rotundo. Es durante el siglo XIX cuando la novela, en su época de auge, provoca que el lector se identifique con los avatares, pensamientos y sensaciones de algunos personajes a través de sus argumentos y en su investigación sobre el misterio de las conductas: una lectura superficial, si se quiere, pero desde luego la más emotiva. Durante el siglo XX, ese propósito balsámico de la novela se extendió a un tipo de libros, que se han denominado de autoayuda, que unen la épica del psicoanálisis -grandes fuerzas míticas luchando incansablemente en la psique de un sujeto que ya de pequeño era Edipo- con aquellas "fisiologías", los auténticos best sellers del XIX, que tanto electrizaron al Benjamin de Iluminaciones. Así, los Cómo ganar amigos y los Piense y hágase rico, al tiempo que se iban sofisticando en un ramaje de divulgación psicológica, mostraban que no sólo es posible paliar la soledad, sino ser el héroe de una existencia que, además, acaba estupendamente. Una tercera vía entre la ficción y la exageración circula por un carril muy nutrido por la que libros con mayor o menor pretensión de seriedad fingen instruirnos e informarnos sobre diversos aspectos de nuestro itinerario vital, pero, sobre todo, se dedican a pulsar la misma cuerda, la que proporciona siempre el sonido más agradecido y dice: "No estás solo".

TODO LO QUE HAY QUE SABER A LOS SIETE AÑOS

Donata Elschenbroich

Traducción de Nuria

Villagrasa Valldivieso

Destino. Barcelona, 2004

267 páginas. 18 euros

Todo lo que hay que saber a los siete años pertenece a esa tercera vía. Donata Elschenbroich, su autora, nos expone lo que los modernos pedagogos denominan conocimiento transversal. Esta noción está aquí aliñada, por no decir enmascarada, con el gancho irresistible de las aptitudes que la infancia debería reunir a esa edad. Una relación digna, al primer vistazo, del cortesano ideal de Castiglione. Entre una lista de setenta y un talentos, recogidos por la autora en diversas entrevistas, entre los más obvios -querer ganar y saber perder, qué significa portarse mal, relacionar imágenes con emociones, haber vivido la naturaleza como amiga y enemiga, haber pasado una enfermedad al cuidado del padre, recordar una promesa cumplida- destacan los que parecen excéntricos: saber escribir un signo chino, haber sentido la tensión y la expectativa que provoca una hoja en blanco, conocer insultos y palabrotas en dos idiomas o saber cocinar dos recetas. Después de la primera impresión, descubrimos que esa lista y su comentario atañen a las únicas y verdaderas guías educativas: la entrega y el sentido común. El lector responsable, ante la acogedora divulgación de la señora Elschenbroich, sabe finalmente que no está solo en su preocupación por el hijo y encuentra en estas páginas una ilustración amena y una herramienta comparativa.

Sin embargo, el libro presenta

un problema. Tal como reza la faja, el título ha vendido 300.000 ejemplares en Alemania, una venta y localización razonables, puesto que el libro trata sobre la pedagogía en Alemania, salvo un pequeño anexo que comenta, por mera curiosidad, algunas peculiaridades de Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Hungría.

Aunque en la actualidad se considere a los métodos germanos como la vanguardia en ese campo, las diferencias educativas con nuestro país, tanto en contenidos como en organización, son demasiado grandes para que la lectura resulte del todo satisfactoria para el lector español. Esta brecha no es óbice para que el libro, en su ámbito, nos relate hallazgos y métodos interesantes, la enseñanza de que la ciencia no es magia, por ejemplo, o la formación de museos infantiles. Esas descripciones dan un buen tono al libro que sólo manchan algunas comparaciones peligrosas -"abandonado en la autopista de la información, el niño se encoge"-, o pedantes -"la lista (de talentos infantiles) está inacabada, al igual que El hombre sin atributos de Musil". O que mi lista de la compra para hoy, digo yo-.

Si lee este libro y tiene un hijo menor de siete años se sentirá acompañado. Y más culto, quizá, más preparado. Una mamá o un papá modernos.

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