El color de la deuda
Hay Calvario y calvarios. Calvario en las representaciones iconográficas de la Semana Santa, y calvarios hic et nunc. A Camps, después de la pascua florida, le puede sobrevenir un buen zarandeo. De una parte, un Zaplana ahora ya desvaído, que lo maniató y lo enmudeció, con todo su Consell, a salvo los pelotas de su cuerda, y así lo tuvo, sin rechistar, hasta el desastre electoral. Y de otra, la crítica desconfianza del adversario político hacia su actitud sumisa. A Camps lo han instalado entre el olvido y la sospecha. El olvido de la cúpula de un PP arrogante y lejano, que se limitó a remitirle postdatas de besos y consignas; y la sospecha de un PSOE con mucho respaldo y más exigencias contables. Y eso que Camps y los suyos llegaban, todo hay que decirlo, a grupas de una derecha más abierta y tolerante, que hasta ahora no ha dado fruto alguno, quizá acosado por sus miedos. Y si ha dado alguno ha sido más bien amargo, por ajeno y judicial, como el del TSJ acerca de la licenciatura en Filología catalana que avala el conocimiento de la lengua estatutariamente valenciana, pero académicamente catalana. Qué sofoco, a estas alturas de la autonomía, aún con esas chorradas, pero, ¿cómo estas gentes se dejan manipular? Criaturas titubeantes y sin criterio propio.
Francisco Camps ya ha mudado de discurso en varias ocasiones, según de donde sople el poder. De modo que sus principales objetivos que antes constituían un formidable arsenal de actuaciones programáticas de su formación política, ahora se han quedado en grandes obras de infraestructura, sin color y sin adscripción. Estas mudanzas del presidente del Consell, le recuerdan al cronista los malabarismos de un alcalde alicantino tan abandonado por unos, como repudiado por otros. Miren, explicaba el buen hombre a quienes querían escucharlo, yo no he venido aquí a hacer política, sino a administrar unos bienes comunes, unos bienes que nada tienen que ver con nuestras respectivas orientaciones ideológicas. Pero como los ediles de las diferentes tendencias que formaban el cabildo municipal no se lo creían, ni les importaban sus peregrinas excusas, el alcalde finalmente cogió carretera y manta, y se dio a la administración de propiedades. A Camps le puede suceder algo parecido, porque, en definitiva, las elecciones locales, autonómicas, generales y europeas, no son para gestores de mercados, sino para representantes políticos de amplios sectores sociales, de diferentes clases sociales, de intereses económicos enfrentados y muy distintos proyectos de vida. Todo ese descaro, que a la derecha no parece interesarle con tal de que pueda sacarle pasta, ha irritado razonablemente a las izquierdas que, por fortuna, mantienen unos principios más generales y solidarios, y ha llevado al secretario de Economía del PSPV a reprocharle con mano dura al PP valenciano "su discurso clónico" invocado por los empresarios. Y ha lamentado "que Camps intente ahora ocultar su propia insolvencia para desarrollar este tipo de proyectos, en lugar de ponerle remedio al principal de sus lastres: la deuda del Consell". A Camps, su antecesor lo ha dejado en el oprobio y en la miseria. Que lo diga sin ambages. El cronista sí sabe el color de la deuda: es rojo. Pero que se la traguen quienes se la han beneficiado. Rostros.
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