Salud mortal
Hay libros cuyo título es desconcertante. Al enterarme del de éste, pensé primero que se trataría de un relato autobiográfico sobre la experiencia de Ángel Gabilondo como rector de la Universidad Autónoma de Madrid; el comprender que no era así fue, no obstante, una agradable decepción. Entonces me fijé en el subtítulo: en él, la filosofía está separada de la muerte sólo por un pequeño espacio, el que ocupa la no menos enigmática "salud". Leer estas páginas es, pues, en cierto modo, descubrir el significado de este pequeño espacio o al menos aceptar su juego: la filosofía como salud de la muerte o incluso como saludo a la muerte, a todo lo mortal. Desde aquella misteriosa declaración de Sócrates, que dejó helados a sus amigos en el Fedón al confesar que hacer filosofía es ejercitarse en la muerte, hasta el heideggeriano ser-para-la-muerte, que anticipa en su impotencia su poder más propio, pasando por Montaigne, Cicerón, Hegel (especialmente Hegel), Nietzsche o Foucault, este ensayo interroga a la filosofía en busca, no de una solución o una salvación, sino del planteamiento de un problema; o, acaso, más que de un problema particularmente difícil, de la dificultad fundamental en la que los mortales nos jugamos la posibilidad de aprender algo en el curso de nuestras vidas. Aquí, pues, no comparecen tanto los pensadores -mortales por necesidad- como los pensamientos, llamados a testificar a propósito de esa prueba que es, para todo hombre, el lugar de una decisión insoslayable (la decisión de su vida, en realidad): ¿cómo evitar hacer, de aquello que en todo caso se nos oculta, y a lo que por tanto no podemos enfrentarnos como a un objeto entre otros, un objeto de ocultación? ¿Cómo investigar las huellas, las pistas que nos van desvelando el secreto de nuestras vidas, si sabemos que estas pesquisas acabarán por llevarnos a la ruina y que sólo descubriremos la verdad cuando ya sea demasiado tarde para una enmienda?
MORTAL DE NECESIDAD. LA FILOSOFÍA, LA SALUD Y LA MUERTE
Ángel Gabilondo
Adaba. Madrid, 2003
200 páginas. 16 euros
Desde este punto de vista,
"filosofía" no designa, en el que quizá es el libro más propio de Gabilondo, un corpus de conocimientos más o menos eruditos, sino el temple necesario -necesariamente mortal- para acudir a esa convocatoria. Yendo más allá de la "meditación de la muerte", y lejos de todo intento de consuelo, el autor nos enseña que la filosofía requiere rigor -la rigidez del argumentar, el "arduo trabajo del concepto"-, y al mismo tiempo que este rigor se convierte en la rigidez acartonada del miedo cuando se olvida de despejar la extraña consigna de Sócrates acerca del "ejercitarse en morir". Entre el rigor del lógos -que nada puede finalmente contra la muerte, como prueba a la perfección el mismo caso de Sócrates- y el rigor mortis -que, como prueba también el mismo ejemplo, nada puede definitivamente contra la razón- y, por tanto, entre la filosofía y la muerte, se extiende ese mínimo espacio de "la salud" como el trayecto que va de la aparente evidencia de la premisa mayor de un silogismo ("todos los hombres son mortales") a la tarea, siempre interminable, que a cada mortal se impone bajo la vieja fórmula clásica de estar a la altura de su propio ser, es decir, de llegar a ser lo que es. Una tarea tan desconcertante como el título de un libro que nos hace sentirnos menos solos a la hora de intentar, seguramente en vano, cumplirla.
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