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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No acaba de arrancar

A pesar de la inseguridad que transmiten episodios como los del 11-M o el manifiesto deterioro de la situación en Irak, cuyo potencial desestabilizador no descarta el FMI, la economía mundial sigue asentando sobre bases firmes sus posibilidades de crecimiento en este año. Firmes, pero desiguales. De los tres grandes bloques económicos -América del Norte, Asia y Europa-, los dos primeros se encuentran inequívocamente en un proceso de recuperación de la actividad y de la confianza de sus agentes, según ponen de manifiesto los indicadores sobre expectativas empresariales y familiares. En la zona del euro ocurre lo contrario. Las previsiones de crecimiento económico para este año de EE UU son superiores a un 4%, y las de Japón, en torno a un 2,5%. De la eurozona no cabe esperar más del 1,7% (2,8% para España, menos que anteriormente), según el Informe de Primavera de la Comisión Europea, que, además, no prevé un incremento del empleo superior al 0,4%.

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En EE UU y Japón, las políticas monetarias y presupuestarias están claramente orientadas a la recuperación: los tipos de interés decididos por los bancos centrales son significativamente inferiores a los fijados por el europeo, al tiempo que las políticas presupuestarias son más expansivas. Ninguna de las economías de la eurozona tiene un déficit público similar al de EE UU, superior al 5% del PIB, o al 8% de Japón. Sin embargo, una suerte de masoquismo presupuestario invade esta Europa. Los países que tienen necesidades de inversión en educación y tecnología se empeñan en aplazar la satisfacción de esas carencias, cuya superación es necesaria para fortalecer la eficiencia productiva. Y los que podrían utilizar el presupuesto para eludir estos riesgos recesivos se enfrentan a sanciones derivadas del Pacto de Estabilidad, como ha ocurrido con la extensión de la aplicación del procedimiento por déficit excesivo a Holanda e Italia, y fuera del euro, al Reino Unido.

Hay que esperar de los responsables políticos, comunitarios y nacionales, que cumplan las normas pactadas, pero también que las adapten a la realidad. La distinción entre medios y fines, entre instrumentos y objetivos, es esencial en política económica. Cuando los primeros se revelan un obstáculo sistemático para el crecimiento lo aconsejable es adaptarlos. De lo contrario, la disciplina servirá de poco, más allá de su puritana exhibición.

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