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Columna
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El universo de la prisa

Al parecer no existen razonables motivos para poner en duda que Javier Mariscal (Valencia, 1950) sea harto competente en las especialidades de diseño gráfico, mobiliario, interiorismo, con incursiones en espectáculos de teatro, junto a películas de dibujos animados, entre otras de las muchas actividades que su irrefrenable compulsión creativa le lleva a participar.

Otra cosa sucede a la hora de juzgar cuanto presenta en la galería bilbaína Colón XVI. Todo lo mostrado resulta nimbado por un ente surgido del universo de la prisa. Y así han salido los cuatro acrílicos, con poca calidad y fundamento, lo mismo en cuanto al color como a la forma. Los dibujos a carboncillo son de un pedestrismo supino, dado su insulso y convencional trazo gráfico, salvo los dos que representan únicamente grupos agolpados de sillas...

Es en las sillas forjadas en hierro fundido, que Mariscal llama esculturas, donde puede provocar algún matiz comentarista. De entrada, poco favorable en cuanto a las sillas que se presentan en unidades separadas. Hay escasa armonía escultural en ellas, demasiado acento atrabiliario, además de estar rematadas al buen tuntún, quiere decir, a la remanguillé...

Tan sólo suscitan algo de interés dos piezas: el conjunto que forman las sillas, trabadas entre ellas, de la terraza de cualquier café público, y la que tiene una connotación cubista, al menos en lo concerniente a la mesa partida, la silueteada taza de café y el humeante cigarrillo.

Así todo, es poco bagaje la mueca de sonrisa que producen esas dos piezas, si tenemos en cuenta la suma de lo mostrado. Estaría de acuerdo con quien haya pensado que se le ha invitado a exponer a Mariscal en la galería de la calle Henao 10, no tanto por sus empobrecidos valores plásticos como por su nombradía en los medios de masas.

De todo esto se colige que a lo mejor en la especialidad del diseño gráfico, mobiliario y otros vericuetos afines es preciso moverse a unos ritmos compulsivos que culminen en un canto a la prisa más fulgurante. Es decir, todo hecho muy rápido, abocetado, casi a voz en grito y a la samotana.

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Si en estos casos llegaran a darse errores o resultados poco acertados, siempre se le puede echar la culpa a la prisa. Ciertamente, la prisa suele enmascarar la mayoría de las veces la chapuza más palpable. La prisa viene a ser la celestina de lujo del verdadero arte. Los espejos donde se refleja la verdad del arte ya no provocan interés real alguno, debido a que la prisa chapucera se ha comido voraz y estúpidamente todo su azogue.

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