Perdió un congreso y ganó un ministerio
"José Luis sabe que puede haber gentes menos leales que yo, pero no las hay más leales ni con más ganas de verle en La Moncloa". Lo que no sabía José Bono cuando pronunció estas palabras, hace dos años, es que sería el primer ministro confirmado por José Luis Rodríguez Zapatero, sólo cuatro días después de ganar las elecciones. La vida política de José Bono, 53 años, natural de Salobre (Albacete), casado y con cuatro hijos (entre ellos, una niña adoptada), está jalonada por grandes victorias y derrotas. Más satisfactorias las primeras, aunque probablemente le hayan sido más provechosas las segundas.
El fiasco que supuso su presentación como candidato a diputado por su provincia natal en las primeras elecciones democráticas, en 1977, le llevó a impulsar la fusión del Partido Socialista Popular (PSP) con el PSOE, aunque ello le costara un temporal distanciamiento del viejo profesor, Enrique Tierno Galván. Más de 20 años y cinco mayorías absolutas en Castilla-La Mancha después, optó a la secretaría general del PSOE en el 35 Congreso del partido. Por sólo nueve votos y contra todo pronóstico, el barón al que avalaban Felipe González y Manuel Chaves perdió ante un diputado leonés que ni siquiera había ganado las elecciones en su circunscripción.
"Decía Azaña que el que pierde y no se enfada es un miserable. Yo me enfadé, pero me duró poco el enfado", confesaría más tarde. Tan poco que en las elecciones autonómicas de 2003 batió todos los récords: casi el 58% de los votos. Un resultado especialmente meritorio en una región en la que el PP gana siempre las elecciones generales, aunque en las últimas el PSOE recortara la ventaja a sólo 11.000 votos.
La clave de su éxito, que ha puesto en fuga a todos los candidatos que han intentado disputarle el cargo, está en su cercanía a los ciudadanos, que le ha llevado a visitar en sus 21 años como presidente casi los 900 municipios de su comunidad, y en la imagen de que anteponía los intereses de su región a su propia militancia socialista. Ello le impulsó en 1987 a declarar parque natural la finca de Cabañeros, donde el entonces ministro de Defensa, Narcís Serra, pretendía instalar un campo de tiro. Católico, moderado, hijo de un alcalde franquista, resulta difícil hacer creer que un Gobierno del que forme parte José Bono pueda dejarse arrastrar por la deriva nacionalista y poner en riesgo la unidad de España.
Quizá por ello, acabó en el Ministerio de Defensa, en vez de en el de Seguridad al que estaba inicialmente destinado. Cuando era un joven abogado en el despacho de Raúl Morodo, asumió la defensa del capitán José Ignacio Domínguez, uno de los oficiales de la proscrita Unión Militar Democrática (UMD), aunque no pudo ejercerla. Pero su mayor contacto con las Fuerzas Armadas se deriva del hecho de que Toledo, capital de su comunidad, albergue dos instituciones tan emblemáticas como la Academia de Infantería y El Alcázar, sede del nuevo Museo del Ejército, que, como ministro de Defensa, inaugurará.
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