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Columna
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No nos callarán

La información se ha transformado casi por completo en propaganda. Pero los poderes que nos gobiernan, tanto políticos -izquierda y derecha, aunque éstos se llevan la palma- como económicos quieren que la conversión sea total, definitiva. No les basta con el vasallaje de los medios públicos a los Gobiernos en ejercicio, que apenas tiene excepciones -¡esforzada BBC!- ni con la compacta complicidad que éstos mantienen con los medios privados, en la mayoría de los casos en régimen de oligopolio, que esos mismos Gobiernos han favorecido. El último escándalo en 2003 fue la decisión de la Comisión de Comunicaciones Federales (FCC), autoridad reguladora de la comunicación en EE UU, en que sus tres miembros republicanos, incluido su presidente, Michael Powell, impusieron a los dos demócratas la derogación de la disposición que impedía que una misma empresa pudiera poseer más de una cadena. Lo que permitió a Rupert Murdoch, propietario de News Corp y de TV Fox comprar Direct TV y reforzar su posición dominante, servicio pagado al contado a Bush con un entusiasta servilismo mediático a su política y a su persona. Incondicionalidad a la que se habían incorporado con diligencia casi todos los grandes de la comunicación de EE UU, en particular Viacom y AOL Time Warner. Sólo así se explica que hayan logrado ocultar todos los hechos adversos a Bush y que se haya hecho de la mentira -alianza de Sadam y Bin Laden, armas de destrucción masiva en Irak, etc.- la trama misma del acontecer político real, en el que han creído los norteamericanos. Este proceder que Bush ha empujado hasta el paroxismo corresponde a la fase actual de la comunicación y encuentra su cima en la experiencia italiana en la que poder político, poder económico y poder comunicativo aparecen no ya cofundidos, sino fundidos. La caricatura berlusconiana con su pretensión de hacer de su realidad mediatica la realidad más real y de identificar el destino de Italia con la anécdota de una vida rebosante de éxitos y de mediocridad, ¿puede convertirse en nuestro modelo?

Pero a los señores que nos mandan y nos dominan no les basta. Y recurren a la mordaza cada vez que alguien alza la voz de la disidencia mediática. Kristine Borjesson nos presenta en un libro ejemplar -Into the Buzzsaw: Leading Journalists Explore the Myth of a Free Press, Prometheus Books, 2002- la historia de 15 casos de amordazamiento periodístico en EE UU narrados por sus protagonistas. Ahora bien, la mordaza está cada vez más generalizada, incluso por actores de la sociedad civil. Desde que comenzó la Intifada se lanzó en Francia una campaña cuyo objetivo fue y es impedir cualquier crítica a la política del Gobierno de Sharon, utilizando siempre el mismo argumento de que se trata de comportamientos antisemitas. Cualquiera que se atreve a condenar las acciones políticas del Gobierno israelí es objeto de agresiones que van desde la difamación de los autores de artículos, como fue el caso del gran politólogo Alfred Grosser por un comentario en L'Express y del antiguo presidente de Médicos sin Fronteras, Rony Brauman, hasta las manifestaciones frente a las sedes de los periódicos que los publican -Le Monde, Libération, Témoignage Chrétien, etc.- hasta procesos contra intelectuales -por ejemplo, Daniel Mermet, uno de los más conocidos hombres de radio, en Francia- y últimamente, Edgar Morin, autor de diversos artículos sobre el conflicto israelo-palestino, uno de los cuales, del que son coautores Sami Nair y Daniel Sallenave, ha sido objeto de una querella judicial. Acusar a uno de los mayores intelectuales franceses, pero sobre todo al hombre de la resistencia, al luchador permanente por las causas de la justicia y la libertad, a un judío que ha hablado con tanta dignidad de la identidad judía de antisemita, de defensor del terrorismo y de incitador al odio racial, no es sólo grotesco, es una operación intimidadora. Si amordazamos a Morin, dicen los sharonianos franceses, nadie se atreverá a hablar. Pero estos ataques contra la libertad de pensamiento y de expresión no acabarán con las voces de la disidencia y la verdad; 156 intelectuales se han dirigido al diario Le Monde para decir simplemente: no nos callarán.

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