_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Decisión popular, pero equivocada

Hasta ahora, y a falta de conocer la reacción de Corea del Norte, el único entusiasmo de las cancillerías del mundo ante el anuncio del presidente electo del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, de retirar las tropas españolas de Irak, si la ONU no se hace cargo de la situación en el antiguo feudo de Sadam Husein, proviene de La Habana. Como era de esperar, Fidel Castro se ha deshecho en elogios hacia la medida y ha aprovechado la ocasión para repetir sus insultos habituales contra Bush y Aznar. Nada nuevo bajo el sol en las reacciones contrarias de Washington, Londres, Roma, Tokio, Canberra y el resto de los 30 países que participan en la actual coalición, aunque quizás en el entorno de Zapatero haya sorprendido la rapidez con la que el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, John Kerry, ha pedido al líder socialista español que reconsidere su decisión. ¡Estamos apañados si ni siquiera podemos contar con los afines!

Lo que debería hacer reflexionar a Zapatero es la tímida reacción de los dos países, tres si contamos a Rusia, que encabezaron la oposición europea a la guerra, Francia y Alemania, y el silencio estrepitoso de los países árabes y musulmanes. Preguntados al respecto al día siguiente de la victoria socialista, tanto el presidente francés, Jacques Chirac, como el canciller alemán, Gerhard Schröder, se limitaron a calificar la propuesta de Zapatero con un escueto "interesante". Lacónica declaración, que proporciona una pista interesante sobre el comportamiento futuro que París y Berlín tendrían hacia España en un hipotético conflicto con nuestro vecino del sur, en contraste con el decidido apoyo de Washington en el contencioso sobre Perejil el pasado año. Claro que esperar una reacción más calurosa hubiera sido pueril si se considera en el contexto de la reciente visita del alemán a la Casa Blanca y de los esfuerzos del francés, a partir de la resolución 1.511, para conseguir "olvidar el pasado y concentrarnos en la futura reconstrucción de Irak". En cuanto a árabes y musulmanes, quizás haya reacciones con reductora, pero hasta la fecha las intenciones de nuestro presidente electo no han merecido una sola alabanza oficial desde Rabat a Yakarta pasando por Ankara. Por no hablar del mutismo de los propios iraquíes, no sólo del Gobierno provisional -designado, sí, pero el más representativo de la pluralidad nacional desde la independencia en 1932-, sino también de los portavoces del influyente ayatolá Alí el Sistani.

A este respecto sería interesante que Zapatero leyera con atención la reciente encuesta del Oxford Research International, encargada por la BBC y otros medios occidentales, según la cual el 70% de los iraquíes considera el futuro con optimismo, el 53% declara vivir ahora mejor que con Sadam y sólo el 29% dice estar peor. Con esos porcentajes, ¿merece el pueblo iraquí el abandono de España en estos momentos considerando la extraordinaria labor de ayuda y reconstrucción que llevan a cabo nuestras tropas? Todo el mundo sabe, sólo los sectarios lo ignoran, que la promesa de Zapatero de retirar a las tropas es muy anterior al 11-M y que su compromiso con el pueblo español en este sentido es sincero, aunque no tiene por qué ser inamovible. Las circunstancias han cambiado y no sólo por el 11-M, sino por la puesta en marcha del proceso de devolución de la soberanía a Irak y la disposición de la ONU a colaborar en ese proceso.

Decía un gran presidente estadounidense, Harry Truman, que la diferencia entre un político y un estadista es que mientras el primero piensa en la próxima elección, el segundo piensa en la próxima generación. Su antecesor en el cargo, Franklin Delano Roosevelt, se pasó la campaña electoral de 1940 prometiendo la neutralidad americana en la II Guerra Mundial. En el fondo se trata de optar entre el halago y el aplauso fácil y las decisiones amargas y difíciles -los sapos de Clemenceau-, que definen a los verdaderos estadistas. Se trata de elegir entre las posturas de Chamberlain y Churchill. El hombre del bombín fue recibido como un héroe a su vuelta de Múnich. Dos años después, el héroe era el hombre del puro.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_