Los intereses provinciales de Fabra
Entre lo más llamativo del serial Carlos Fabra, convertido hoy en personaje nacional por demérito propio, destacan sus reiteradas manifestaciones sobre los motivos que según el han presidido todas sus actuaciones, tanto públicas como privadas: la defensa de los intereses de la provincia de Castellón. Dicha explicación no constituye novedad alguna, es la repetición histórica de una osadía que se prolonga en Castellón durante más de cien años.
El fabrismo actuó en Castellón del mismo modo desde hace más de un siglo. De forma que pocos se extrañan del caso Fabra, habida cuenta que todo el mundo conoce que el propio Fabra es un caso. Lo es él, como lo fueron sus antecesores al frente de uno de los entramados caciquiles más boyantes de nuestro País Valenciano surgido en la época de la Restauración: el cossi, cuyo espíritu perdura hasta nuestros días bajo la pretendida coartada de defensa desinteresada de los intereses de otros y no de los propios.
Su centro estratégico de operaciones, como hoy, fue la Diputación Provincial desde la que se repartían licencias, permisos, favores y empleos. No hace mucho, el ínclito presidente del PP y de la Diputación de Castellón se atrevía a declarar, con absoluta impunidad, que cuando quería dar un empleo a alguien lo nombraba asesor personal, y en paz.
Resulta asombroso el paralelismo de situaciones entre la de hoy y la del último cuarto del siglo XIX. Si el tío Pantorrilles, el Fabra decimonónico, y sus sobrinos levantaran la cabeza contemplarían satisfechos la perdurabilidad del fenómeno, al que vengo en llamar caso. El fabrismo en Castellón es un claro ejemplo de supervivencia política a través de sistemas democráticos o dictatoriales, regímenes republicanos o monárquicos, guerra y paz.
Siempre mirando a la derecha. Hoy es su cómplice el Partido Popular, como en otros tiempos lo fue el Conservador o el Liberal. Camps y Zaplana se lo disputan, como antaño Cánovas y Silvela. Pero el fabrismo carece de ideología, aunque siempre estuvo a merced de algún disfraz para su propia impostura.
En el siglo XIX, cuando la economía castellonense -vinos del Palancia y citricultura de la Plana- reclamaba el librecambismo, el cossi se ocupó de conseguir en Madrid la aprobación de leyes comerciales proteccionistas. La construcción del puerto de Castellón sufría dilaciones innecesarias por su propia obstrucción. Y todo bajo el permanente embuste de defensa del interés general de los castellonenses; el lema de su secular campaña electoral, el leitmotiv de su espectacular artificio.
Mi presencia en las Cortes Generales en representación de Castellón por el PSOE a lo largo de seis Legislaturas, cuatro como cabeza de lista al Congreso, me ha otorgado, además de alguna responsabilidad, al no haber visto acabar algo tan anacrónico, una privilegiada tribuna de observación del fenómeno Fabra que, durante cierto tiempo, me tuvo como objeto preferente de sus invectivas.
Del proyectado aeropuerto de Castellón, obra impulsada por nuestro personaje, se ha dicho casi todo, excepto que el PP no ha promovido debate alguno sobre la conveniencia de su carácter público o privado y, en especial, sobre cómo encajar sus prestaciones dentro de una red integrada de comunicaciones, a nivel al menos de la Comunidad Valenciana. Ha bastado la voluntad personal de Carlos Fabra de construirlo, con la ausencia cómplice de planificación territorial por parte de la Generalitat.
Álvarez Cascos, por presiones previas al congreso de su partido, declaró el aeropuerto de interés general, dejándolo a continuación en manos privadas, sin respetar el Art. 149.1.20ª de la Constitución que le obligaba a mantenerlo dentro de la competencia exclusiva del Estado. Para solucionar tal agravio jurídico tuvo la ocurrencia de establecer la obligatoriedad de una autorización previa de Fomento para salvar la anterior contradicción. Respetar el Estado de Derecho es también respetar los intereses provinciales de Castellón.
Algún éxito hay que reconocer, sin embargo, a Fabra: su camelo de defensa provincial ha impregnado de provincianismo a algunos sectores de la vida de las comarcas de Castellón, lo que ya resultaría extenso de describir. Que Castellón se merece algo mejor, lo acaban de ratificar sus ciudadanos.
Sin embargo, hoy como en el siglo XIX, frente al cossi de los Fabra se está preparando otro, en el seno del propio PP, semejante al decimonónico cossi de la tía Javiera que le presentó batalla, y que desea administrar el posfabrismo sin que nada cambie. Ante tal operación de continuismo, no debemos los progresistas permanecer cruzados de brazos
José Martínez, el primer diputado socialista elegido por el distrito de Castellón, ya clamaba por el cambio definitivo en 1901. Su partido, que es el mío, era entonces puramente testimonial y poco podía hacer frente a una maquinaria caciquil tan engrasada.
Cuando Fabra manifestó no hace mucho que estaba "hasta el pirri del PSOE" señalaba donde más daño sentía: otra manera, la auténticamente real y desinteresada, de interpretar y hacer valer los intereses reales de los castellonenses, que en muy elevado número acaban de decirle a Fabra, a través de las urnas que están "hasta el pirri de él".
El posfabrismo no debería ser otro, en lógica consecuencia, que el final político de un engaño centenario.
Francisco Arnau es senador por Castellón, miembro titular de la Diputación Permanente del Senado.
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