Nubarrones en el horizonte
Durante los pasados seis meses, el mundo ha vivido con la esperanza de que lo peor hubiera pasado. El fantasma del terrorismo a gran escala parecía estar más o menos controlado, a pesar de las escaramuzas aquí y allá de los grupos terroristas islámicos, y la mayoría de los analistas consideraban que la economía mundial estaba finalmente de camino hacia una recuperación sostenible. El fuerte crecimiento en Estados Unidos y en China, la desaparición del fantasma de la deflación, los primeros signos de vida en Japón después de una década desastrosa, el fuerte avance de las bolsas mundiales, y el aumento de los beneficios empresariales y de la productividad americanas, hacían presagiar el retorno a los felices años noventa.
De repente llegó la borrasca. Los primeros avisos llegaron con las continuas decepciones sobre la creación de empleo en Estados Unidos. La euforia del crecimiento americano está empezando a decaer, y empieza a ser evidente que existe una probabilidad no desdeñable de que, una vez que el estímulo fiscal desaparezca este verano, la economía americana no alcance la senda de crecimiento sostenido. El empleo no crece, los salarios no aumentan, y dado el elevado nivel de endeudamiento de las familias americanas, el riesgo de una caída del consumo se hace cada vez mayor. La combinación de mercados sobrevaluados -al menos hasta la semana pasada- de desequilibrios globales todavía intactos y de consumidores altamente apalancados puede crear un cóctel explosivo. El fantasma del crack de 1987 aparece en la mente de muchos analistas y observadores.
A estas dudas sobre la economía americana se unieron las decepciones sobre la recuperación europea. Los datos del PIB del cuarto trimestre fueron bastante negativos, y los indicadores, tanto de confianza como de producción y consumo, están dando señales preocupantes. El Banco Central Europeo (BCE) tuvo que reconocer, en su última reunión, la existencia de riesgos a la baja en el consumo, y las declaraciones del presidente Trichet asegurando que el BCE hará lo imposible para mejorar la confianza de los europeos revelan la gran preocupación que existe en dicha institución.
Y finalmente llegó el terrible atentado de la semana pasada en Madrid. Las repercusiones de este atentado van mucho más allá del cambio de gobierno en España, y abren una nueva etapa plagada de incógnitas. Se pueden extraer varias conclusiones. La primera es que los terroristas han conseguido perpetrar otro atentado burlando los servicios de inteligencia occidentales. La sensación de inseguridad que se produjo tras el 11 de septiembre se transforma ahora en indefensión y se amplifica. La sensación -y los indicios, revelados recientemente por fuentes noruegas- de que los terroristas consideran Europa como la zona más asequible para actuar marcará de manera importante a los ciudadanos europeos. En segundo lugar, el debate sobre la política de seguridad en Europa y las relaciones con los Estados Unidos reabrirán viejas heridas, pero también llegará forzosamente a la conclusión de que hay que mejorar el sistema actual y reforzar las medidas de seguridad. El concepto de soft power, según el cual Europa prefiere la diplomacia a la fuerza usando como incentivo la futura adhesión a la Unión Europea, vendrá probablemente puesto en entredicho ahora que nuestros vecinos del sur son también una fuente de terroristas. La conexión marroquí del atentado y la cadena de atentados desde el 11 de septiembre atribuidos a distintas facciones islámicas no necesariamente conectadas, llevan a pensar que nos enfrentamos a una ideología y no a una infraestructura: grupos extremistas islámicos se estarían desarrollando por todas partes, sin una conexión real o aparente, con la figura de Bin Laden como líder espiritual y guiados por el concepto político del islam. Está claro que combatir este tipo de enemigo será mucho más difícil que combatir una red formal de terroristas. Finalmente, es imposible no pensar que el terrorismo islámico ha contribuido a lograr un cambio de régimen en una democracia occidental, y que los aliados de Estados Unidos constituyen un eje del mal para los terroristas. Es sencillo desarrollar a continuación una teoría del dominó donde se empieza a pensar quién será el próximo. Con elecciones en los próximos años en Estados Unidos, Gran Bretaña, Polonia e Italia, más elecciones este mayo al Parlamento Europeo, el miedo está servido.
Desde un punto de vista económico, todo lo anterior se puede resumir en que la confianza europea, ya de por sí frágil, ha sufrido un mazazo tremendo, del cual seguramente tardará bastante en recuperarse. Son demasiados shocks para que no infundan una profunda sensación de incertidumbre en el consumidor europeo. Aun sin considerar otro atentado en un futuro próximo, los mercados están ya revisando a la baja las previsiones de crecimiento. En un escenario negativo que comprendiera una desaceleración del crecimiento en los Estados Unidos y/o otro atentado en la segunda mitad de este año -esto último altamente probable según los servicios de inteligencia americanos-, las consecuencias podrían ser nefastas. Los indicadores adelantados han comenzado a caer, las monedas consideradas de reserva, como el franco suizo, se han apreciado, la inflación implícita en los bonos ha disminuido, las bolsas de valores han caído más de un 5% en lo que va de mes, y los mercados están empezando a descontar bajadas de tipos en Europa y eliminando las subidas de tipos en casi todos los países; todo ello señalando esta falta de confianza en el futuro.
Todo esto no sería tan preocupante si no fuera porque la capacidad de actuación de las políticas económicas está ya bastante desgastada. El margen de maniobra de las políticas fiscales y monetarias en Estados Unidos y en Japón es prácticamente nulo, y en Europa el margen disponible, sobre todo el monetario, no parece que se vaya a usar en el futuro próximo. La capacidad de cooperación al nivel del G7 ha perdido mucha credibilidad tras las últimas reuniones. Los líderes mundiales deben reconocer esta precaria situación en la que nos encontramos y enterrar el hacha de guerra por el bien de todos. Europa hace tiempo que sufre una crisis de liderazgo, con políticas nacionales en varios países sumidas en la incertidumbre, y con opacidad de ideas y confrontación a escala europea. En Estados Unidos las encuestas muestran el nivel más bajo de aprobación de la gestión del presidente Bush. El mundo necesita más que nunca líderes decisivos que usen los instrumentos disponibles de manera eficaz. El pronóstico es de tormenta, y parece que no tenemos paraguas.
Ángel Ubide es economista y director de Análisis de Tudor Investment Corporation, Washington DC.
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