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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pulsión de la muerte

En alguna ocasión, Elizabeth Hardwick escribió de la poeta Sylvia Plath, el objeto central de esta extraña, absorbente, pero un punto insatisfactoria, biografía cinematográfica, que "tuvo la particularidad de no ser nunca, al menos en su obra, una 'persona agradable"..., y tal vez tampoco, agregamos, en su vida. El caso Plath es curioso: casada con un reconocido poeta, Ted Hughes, sólo publicó un libro en vida, aunque tras su muerte conocieran las imprentas varios volúmenes más, incluida su tremenda novela La campana de cristal. Vivió poco, murió prematura y dramáticamente, y tras ella dejó un rastro de incomprensión y de misterio que algunos años después de su suicidio habría de apasionar a numerosas autoras; no en vano se tiene a Plath, y con razón, por un paradigma de la literatura escrita en femenino, en primera persona y con rabiosa, reivindicativa fuerza.

SYLVIA

Dirección: Christine Jeffs.

Intérpretes: Gwyneth Paltrow, Daniel Craig, Jared Harris, Blyter Danner.

Género: drama.

Reino Unido, 2003.

Duración: 110 minutos.

Más información
"No pude protegerme del personaje de Sylvia Plath"

La neozelandesa Christine Jeffs aborda, en su segunda película, la interiormente tumultuosa vida de la Plath. Y hace de ese personaje torturado y complejo un retrato respetuoso y bien documentado. Tiene un gran inconveniente: cómo reflejar la inestabilidad del carácter de una mujer de extremada sensibilidad a quien su tiempo maltrató, a quien le fallaron los afectos; que vivió el amor como una dramática posesión, y a quien, en suma, la vida le pareció (casi) siempre un juego absurdo.

Simpatía

Sin alharacas, pretendiendo no hacer melodrama de lo que es un drama personal espeluznante, Jeffs se confía en Paltrow para dar cuenta de lo que, en puridad, rara vez puede ser transmitida: la pulsión de la muerte y el suicidio. Se centra tal vez en exceso en la vida de casada; sólo da algunas pinceladas de su periodo formativo y pretende mantener distancias, ser imparcial, aunque sin negar nunca que su simpatía está con su biografiada. Se ayuda de una cuidadosa puesta en escena, en la que una fotografía progresivamente deteriorada en la brillantez de los colores, desde la amorosa luminosidad de los primeros días de casada hasta la opaca suciedad de los últimos días, es su mejor aliada. Pero se queda en la superficie respecto de las grandes respuestas que rodean a toda vida truncada como la de Plath: demasiado se cargan las frágiles espaldas de una Paltrow que hace lo que puede, pero que parece siempre un poco más aquí de la insondable, voraz dimensión del horror que padeció su modelo.

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