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Esperanza para Occidente

Estos días pasados, en el dolor, en el luto, en la rabia, el pueblo español ha dado una gran lección a toda Europa. A toda Europa y a todo Occidente. Una lección de dignidad, una lección de pasión civil, una lección de lucidez y de realismo político. Esperemos que toda Europa (y todo Occidente) sepa escucharla y meditar sobre ella. El pueblo español ha gritado su "¡no!" inmediato y unánime al terrorismo, llenando por millones las plazas y las calles de todas las ciudades con su nuevo y más actual "¡No pasarán!": impresionante manifestación de unidad popular, de un intransigente "sentir común" y de una común e intransigente voluntad de no doblegarse a la violencia reaccionaria del terror. Sin embargo, ninguna unanimidad política. Ninguna injuria -ni siquiera en el momento del dolor y del luto- al Gobierno de Aznar, y a su política servil frente a la guerra de Bush. Al contrario: "Por la paz, contra el terrorismo" es el eslogan que se vio más a menudo, junto a "¡Basta ya!". En las calles -once millones- estaba, pues, la misma España que se opuso en un 80%-90% a la guerra de Bush, según los sondeos que se realizaron en su momento, y la que llenó esas mismas calles el 15 de febrero de 2003. Y que al llorar a sus muertos no se ha unido en torno a su Gobierno en modo alguno, poniendo en sordina las críticas, como pretenden y esperan siempre los gobiernos reaccionarios, dispuestos a instrumentalizar el dolor y el luto.

Más aún, la gigantesca fuerza tranquila de todo un pueblo en las calles ha sido decisiva para impedir al terrorismo "decidir" el resultado de las elecciones. Y ha hecho pedazos el proyecto del Gobierno que, instrumentalizando con repugnante cinismo 200 muertos, esperaba garantizarse años de poder (quizá con mayoría absoluta). Porque a esto es a lo que aspira siempre el terrorismo: al "cuanto peor, tanto mejor". A conseguir que el miedo empuje a los ciudadanos a votar a gobiernos reaccionarios, "fuertes" en el sentido de más autoritarios, menos democráticos, dispuestos a pisotear los derechos civiles y la transparencia de la información. Y por lo tanto, a proporcionar a los terroristas nuevas coartadas, nuevas "justificaciones" para sus inmundas hazañas de carnicería barata. En una espiral de destrucción de la convivencia civil que deje, frente al fanatismo de las identidades, exclusivamente democracias que reniegan de sí mismas. El pueblo español no ha caído en la trampa. Ha dicho no al terror sanguinario, que quería empujar al país aún más a la derecha, y ha dicho no a la mentira, que el Gobierno de derechas ha usado de forma vergonzosamente sistemática mientras ha podido. Porque era posible pensar por un momento en un atentado de ETA: es más, es un evidente reflejo condicionado. Pero inmediatamente después el Gobierno empezó a disponer de elementos que indicaban una dirección distinta. Y los escondió con fría determinación, utilizando un periodismo televisivo demasiado a menudo subordinado, engañanando a directores de periódicos y corresponsales extranjeros con la solemne reafirmación de "noticias" que ya sabía que carecían de fundamento, dando vida a un indecente despiste: internacional, ante todo.

Pero la mayoría de los españoles ha sabido transformar el dolor y la rabia en lucidez y realismo político. Hasta hace unos días, esperábamos una disminución de la afluencia a las urnas (según una tendencia que se ha adueñado desde hace tiempo de todo Occidente). En cambio, ha habido un aumento del 7%. Millones de ciudadanos ya desapegados y desencantados de todos los partidos, y que habían decidido quedarse en casa, acudieron a las urnas. Para decir no a la mentira del Estado y del Gobierno, más que para decir sí al PSOE (o a ERC). Y ésta es la lección que hay que tener presente. Y también aquí Zapatero se jugará su futuro, y el de la renovación del PSOE. ¿Sabrá comprender que quienes han decidido el resultado de estas elecciones han sido precisamente los millones de ciudadanos que habían planeado una elección de "antipolítica" (quedándose en casa el día del voto)? ¿Sabrá comprender que estos millones de ciudadanos, a quienes se ha definido como "antipolíticos", lo son sólo porque no se reconocen en las actuales burocracias de partido, pero no son de ningún modo pujadistas, es más, son ciudadanos que quieren "reinventar" la política, hacerla en primera persona, volver a contar y a decidir? ¿Sabrá comprender que sólo escuchando este impulso "antipolítico" (es decir, radicalmente crítico hacia los partidos realmente existentes) podrá dar vida a un "cambio" que vaya a la raíz de los problemas occidentales?

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Porque los gobiernos de derechas (aunque también el de Blair) representan ciertamente una forma particularmente atrevida de desprecio a los ciudadanos y a una información digna de este nombre, pero en este "eclipse de la democracia representativa" están estructuralmente implicados también los partidos de la tradición reformista en Europa (y el Partido Demócrata en Estados Unidos). Y de aquí surge el desencanto de un número cada vez mayor de ciudadanos con toda la política "oficial". De aquí surge el absentismo electoral o la ilusión de subrogar una democracia "sustraída" (por partidos/máquina) con nuevos conformismos identitarios. Si en los días de luto y dolor fuera posible también la alegría, habría que alegrarse precisamente por la elección lúcida de millones de españoles (a menudo jóvenes) que, desencantados con toda la política "oficial", han decidido, sin embargo, que para rechazar el terrorismo y la mentira votar contra el Gobierno se convertía en un elemental deber cívico. La alegría no es posible en días como éstos. Pero la esperanza, sí. Y la esperanza que viene de España es una esperanza para todo Occidente. La esperanza de que la derrota, después de Aznar, le toque a Blair y a Berlusconi en las próximas elecciones europeas. Y a Bush en noviembre. Una esperanza aún mayor si Zapatero, escuchando también la "antipolítica" que se ha echado y se echará a las calles, consigue renovar el sentido de la democracia representativa y el papel (hoy en crisis) de los partidos.

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