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El 11-S marca la Bienal del Museo Whitney

La ansiedad y la incertidumbre traspasan las creaciones de los 108 artistas que reúnen su obra en Nueva York

La Bienal del Museo Whitney de Nueva York siempre ha sido una muestra controvertida. Nunca se ha quedado a medias; ha despertado críticas despiadadas o alabanzas desmedidas. Este año, por primera vez en mucho tiempo, impera una cierta unanimidad. La exposición ha conseguido reunir con acierto y gusto las obras más interesantes, tanto de los jóvenes creadores como de las figuras consagradas. Unas piezas muy marcadas por los profundos cambios políticos, sociales y culturales de los últimos dos años que tratan de mostrar, hasta el próximo 30 de mayo, el panorama más completo de lo que se crea, se piensa, se esculpe, se pinta y se filma hoy en Estados Unidos.

El opaco edificio del Museo Whitney, diseñado por Marcel Breuer a mediados de los sesenta, un búnker gris que contrasta sin escrúpulos con las casas pudientes de la avenida Madison, alberga este año la obra de 108 artistas y colectivos. Como en ediciones anteriores, algunas de las piezas también se dispersan por el vecino Central Park -cubierto ayer de nieve por una tormenta de invierno-, como la gigantesca escultura rosa de Paul McCarthy Daddies bighead.

La muestra, de increíble diversidad, se articula en torno a tres grandes apartados que se solapan y se cruzan: la fascinación por el arte, la cultura popular y la política de los años sesenta y setenta, enormemente presente en el rastro de figuras como Marina Abramovic, Mel Bochner, Jack Goldstein, David Hockney, Mary Kelly, Yayoi Kusama, Robert Mangold, Paul McCarthy y Richard Prince; la búsqueda de nuevas formas narrativas, la construcción de un mundo fantástico para escapar de la realidad; y un renovado interés por la pintura y los dibujos abstractos y figurativos, así como por las películas caseras de temas a menudo obsesivos.

Tono escéptico

El tono es escéptico sin llegar a ser cínico. Entre lo apocalíptico y lo etéreo, lo fantástico y lo político, lo sensual y lo obsesivo, muchas de las piezas expuestas crean un mundo de ansiedad e incertidumbre. Los artistas de la Bienal han elegido una gran variedad de fuentes -música, ficción, ocultismo, historia, antigua y reciente, el cine y los últimos acontecimientos- para responder a las interrogantes de principios de este siglo.

Todas las críticas han coincidido en señalar que el éxito de este año se debe a la acertada selección de los tres comisarios encargados de escoger las piezas; Chrissie Iles, Debra Singer y Shamin Momin, y de su nuevo director, Adam Weinberg. Éste debería aportar una cierta estabilidad a una institución que ha conocido cuatro directores en menos de 14 años y que recientemente se ha visto obligada a abandonar su proyecto de expansión de 200 millones de dólares.

"Los acontecimientos recientes actuaron de telón de fondo de nuestro trabajo de selección y nuestras discusiones con los artistas durante el año que pasamos viajando por Estados Unidos para escoger las obras. Aunque no se refleje directamente en el contenido de las piezas, los profundos cambios políticos y sociales desde el 11 de septiembre de 2001 han provocado una profunda respuesta en artistas de todas las edades. Aunque llevamos a cabo nuestra investigación por separado, pudimos comprobar las mismas tendencias en narrativa, abstracción, estrategias conceptuales, tecnología e historia que crean la base de la exposición y su sinergia", explican los comisarios en la introducción del catálogo.

Visualmente, lo más destacado es sin duda el nuevo protagonismo del dibujo y la pintura en las obras de David Hockney, Elizabeth Peyton, Julie Mehretu, Laura Owens, Amy Sillman, Laylah Ali, Cecily Brown, Ernesto Caivano y James Siena. Pero las categorías también se confunden: los dibujos y las pinturas se parecen a las fotografías (Banks Violette, Dike Blair, Robert Longo); la fotografía toma forma de escultura (Jim Hodges); las esculturas emiten sonidos (Julianne Swartz); los vídeos imitan cuadros (Sharon Lockhart, Eve Sussman).

Lo cotidiano y la política

Los cambios se operan a todos los niveles. Los años noventa trastocaron el concepto de lo material debido a la generalización de Internet como forma de comunicación e intercambio. La alteración de lo cotidiano se nota en las esculturas provocativas de Paul McCarthy, las caravanas híbridas de Rob Fischer, hechas de fragmentos de casas, aviones, coches, o los ensamblajes de viejas computadoras de Cory Arcangel.

La nueva generación de artistas también se involucra más en la política. Emily Jacir, estadounidense de origen palestino, se imagina una región fuera del conflicto. Decide cumplir los sueños y deseos de los habitantes atrapados en la situación: visitar una tumba, pagar facturas, comer en un restaurante al borde del mar.

Otros, sin embargo, refiriéndose el pasado como si fuera una tierra extraña, construyen un mundo alternativo y fantástico para entender un entorno que se ha vuelto cada vez más peligroso y desconocido. Para construir esa dimensión paralela apelan a los cómics, la ciencia-ficción y los cuentos de hadas. En ese contexto destaca una cierta sensibilidad gótica: recurrir a la oscuridad para acceder a lo sublime.

Fotografía de la artista estadounidense Chloe Piene en la Bienal del Museo Whitney de Nueva York.
Fotografía de la artista estadounidense Chloe Piene en la Bienal del Museo Whitney de Nueva York.
Obra de Assume Vivid Astro Focus.
Obra de Assume Vivid Astro Focus.

Pasado y presente

El pasado está muy presente en la bienal, donde se multiplican los homenajes a los grandes de los años sesenta y setenta como Sol LeWitt y Lucas Samaras. Se nota en las instalaciones de Mark Handforth, que recuperan las fluorescencias de Dan Flavin y la simetría de Richard Serra, o en las creaciones de los dibujantes Zak Smith y Olav Westphalen, donde se descubre la influencia de Raymond Pettibon.

El relevo generacional se apropia del pasado, de los acontecimientos que marcaron los profundos cambios sociales de aquella época. Algunos artistas también se apropian de sus sueños psicodélicos: es el caso de las instalaciones de Christian Holstad y Virgil Marti, las obras de Fred Tomaselli y las películas de Andrew Noren.

Es una tradición de la bienal unir las épocas. La idea de la muestra nació en el Studio Club, la galería que luego se convertiría en el Whitney en 1931. El museo nació gracias a la mecenas Gertrude Vanderbilt Whitney. La rica heredera tenía un importante patrimonio artístico que pensaba donar al MOMA, pero cuando éste lo rechazó, decidió crear su propio centro. La bienal, que antes se articulaba por categorías, decidió en 1973 mezclar todos los soportes y las formas para presentar un panorama mucho más abierto.

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