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ELECCIONES 2004
Columna
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El viento de la historia

La jornada de ayer se celebró bajo la presión emocional del atentado del 11-M, el desconcierto en torno a la identidad de sus autores y la ominosa sospecha de que el Gobierno había manipulado con objetivos electoralistas la información policial disponible. Tras sostener durante 12 horas que ETA era responsable de la matanza (una conjetura en si misma razonable transformada innecesariamente en dogma de fe por el presidente Aznar) y calificar moralmente de "miserables" a quienes osaran poner siquiera en duda esa predicción (en favor de cualquier otra hipótesis de trabajo también plausible), el hallazgo por las Fuerzas de Seguridad de las primeras pruebas materiales del crimen obligó al Gobierno a rectificar a regañadientes y de manera oscura ese empecinamiento: aunque el Ministerio del Interior reconoció que ese material indiciario orientaba la investigación hacia una pista islámica, los portavoces políticos y mediáticos del PP no renunciaron a seguir acusando de compañeros de viaje del terrorismo a quienes considerasen gravemente debilitada la hipótesis etarra.

En cualquier caso, los resultados de las urnas arrojaron una significativa desviación respecto a la intención de voto registrada por la mayoría de los sondeos con anterioridad al atentado terrorista: la pregonada mayoría absoluta -o suficiente- del PP fue barrida por una clara victoria del PSOE, que ha sacado a los populares cinco puntos porcentuales en término de sufragios (alrededor de un millón doscientos mil votos) y 16 escaños. Aunque sólo las encuestas poselectorales podrán explicar empíricamente las causas de ese brusco viraje, parece razonable suponer que la pésima respuesta dada a la dramática crisis del 11-M por el Gobierno y el recuerdo de los crispados debates sobre la participación española en la guerra de Irak han desempeñado un decisivo papel en el cambio de la marea. Además de constituir una emocionada y conmovedora manera de manifestar tanto su solidaridad con las víctimas como su confianza en las instituciones democráticas para hacer justicia, el notable incremento de la participación en las urnas (casi diez puntos en relación con el año 2000) seguramente puede ser interpretada en esa dirección.

La tendencia de las sociedades amenazadas por un grave peligro externo a evitar rupturas de continuidad en el ejercicio del poder y a ratificar los mandatos de los políticos electos encargados de administrar el mopolio de la violencia legítima y garantizar la seguridad colectiva no ha logrado superar la desconfianza de los ciudadanos respecto a unos gobernantes que habían venido abusando de la maquinaria propagandística del Estado durante la pasada legislatura. Tras la huelga general de junio de 2002, la catástrofe del Prestige y los debates en torno a la guerra de Irak, el cartero de James Cain llamó de nuevo a la puerta cuando la mayoría de los votantes llegó a la conclusión de que el Gobierno había tratado de sacar un sucio rendimiento electoral a los trenes de la muerte del 11-M. Aznar se había jactado hace un año de haber sacado a España del rincón de la historia con su aventurera decisión de retratarse en las Azores con el presidente Bush; los vientos de la geopolítica mundial se han vuelto contra su arrogancia.

Por lo demás, las alternativas plausibles y los escenarios contrafactuales de historia virtual construidos para imaginar lo que hubiese podido suceder en las urnas de no producirse el atentado tal vez consuelen retrospectivamente al derrotado con una victoria compensatoria en esos fantasmales comicios nunca celebrados; sin embargo, tales simulaciones en ningún caso deberían ser esgrimidos por demócratas dignos de tal nombre para restar legitimidad a los resultados del 14-M.

En este sentido, la comparecencia pública de Rajoy reconociendo su derrota y felicitando a Zapatero no es únicamente merecedora de reconocimiento sino también un ejemplo para los portavoces mediáticos del PP que comenzaron a preparar desde el mismo día del atentado una alevosa campaña desestabilizadora de las instituciones democráticas para el supuesto de una victoria socialista. Y cabe esperar también que la acritud, prepotencia y juego sucio del mandato de Aznar dejen paso en esta legislatura al espíritu de consenso constitucional.

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