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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lamentable parla

Fernando Savater

"¡Ay, Sir John, Sir John, las cosas que hemos visto!", le decía con temblorosa nostalgia el viejecillo a Falstaff en Campanadas a medianoche. Podríamos parafrasearle, aunque suprimiendo desde luego la nostalgia, para invocar las cosas que hemos visto pero sobre todo que hemos oído y leído sobre el País Vasco en tiempos bien recientes. Porque las hay que cuesta creerlas pero que precisamente por eso merecen ser rememoradas... ahora que de nuevo abundan los hechos y dichos asombrosos sobre el encallecido tema de la opresión nacional-terrorista sobre los vascos y el resto de los españoles (incluidos por supuesto los catalanes decentes, que son la inmensa mayoría). Hay un lema frecuentemente coreado en las manifestaciones antietarras que asegura: "Sin pistolas no sois nada". En efecto, sin pistolas sólo quedan discursos vacuos o contradictorios "llenos de estruendo y furia pero que no significan nada", como diría Macbeth. Sin embargo esos discursos preceden y luego proceden de las pistolas, multiplicando su efecto liberticida. Por eso mientras sigan presentes las armas no cabe ceder a la tentación de pasarlos por alto.

PALABRA DE VASCO

Santiago González (editor)

Espasa. Madrid, 2004

325 paginas. 18 euros

Y es que todos los asaltos a la convivencia democrática comienzan por una perversión del lenguaje y una degeneración de la argumentación racional que termina generando sus propias razones de fuerza. Se presenta más y más como indiscutible no lo irrefutable sino aquello que, por su falta de precisión o de sustento inteligible, no resistiría ningún debate imparcial. Al principio uno toma a broma los extravíos balbuceantes de estas voces de gesta... hasta que aparece la partida de la porra que obliga a tomarse con lúgubre seriedad lo que no la merece. De modo que es imprescindible analizar la deriva lingüística que a partir de la confusión y el "todo vale" acomodaticio termina desembocando en el enfrentamiento civil. O en la imposición totalitaria. Es lo que han hecho en otros contextos brillantemente el filólogo Victor Klemperer (sobre las palabras corrompidas por el uso que los nazis hicieron de ellas) y el filósofo Jean Pierre Faye en su libro El lenguaje totalitario, por citar solamente dos ejemplos señeros de esta necesaria tarea de desenmascaramiento. Aunque no hace falta recordar que es George Orwell el auténtico santo patrono de esta benemérita iniciativa.

Santiago González no es fi

lólogo ni filósofo, Dios le bendiga, sino nada más ni nada menos que un excelente periodista. Y es precisamente desde el periodismo como afronta la parla soberanista y radical que sirve de soporte legitimador cuando no de acicate de la agresión terrorista al Estado de derecho. Su libro es interactivo, porque exige una permanente cooperación de la capacidad reflexiva del lector para prolongar las consideraciones que indica -casi siempre con un gratificante sentido del humor- a partir del abundante material documental que aporta. En ocasiones, los dictámenes examinados provienen de rutinas y lapsus significativos de personajes públicos que probablemente no simpatizan en absoluto con la violencia pero pavimentan la autopista ideológica por la que sus administradores la hacen llegar contra nosotros. Otras veces, la lengua bífida responde más inequívocamente a la peor de las intenciones. Confieso mi preferencia por el capítulo titulado Los amigos de los vascos, en el que se revela la calaña de quienes -desde el parmalático Cossiga hasta Álvarez Solís o el juez Navarro Esteban- han obtenido esta aclamatoria calificación por parte del nacionalismo reinante.

Ya sé que ustedes han soportado quizá demasiados libros sobre el "asunto vasco", algunos -¡ay!- perpetrados por quien firma esta nota. Pero éste aborda el tema desde una perspectiva diferente y aunque no menos inquietante, por lo menos con frecuencia más divertida. Es inevitable reírse leyéndolo, aunque duela. Eso sí, uno tiembla después de haber reído, y mucho más que con aquella simpática sección de la vieja Codorniz...

Pintada de ETA en una calle de Aginaga (Guipúzcoa), en 1998
Pintada de ETA en una calle de Aginaga (Guipúzcoa), en 1998AP

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