El niño que lo perdió todo
Unos 40 heridos llegan al hospital especializado en quemaduras
Jaime Mancebo tiene cuatro años, quemaduras en el 12% de su cuerpo, la pierna destrozada y su padre está desaparecido. Ayer por la tarde, estaba en la sala de reanimación del quirófano del Hospital de Getafe, después de que le operaran de una fractura abierta de tibia y peroné sin tener a sus padres a su lado. Sólo su abuela le pudo acompañar. Todo eso le sucedió ayer, cuando viajaba en tren con su padre. Jaime, que ayer permanecía consciente, es uno de los 40 heridos que ingresaron ayer en el hospital de Getafe, el único de Madrid junto con la Paz que dispone de una Unidad de Quemados y adonde llegan los casos más graves. Cuatro de ellos se encontraban ayer en el dispositivo de grandes quemados, una especie de Unidad de Cuidados Intensivos, específica para quemaduras muy extensas y profundas y atendida por cirujanos plásticos.
Allí, la primera medida es el soporte vital, evitar infecciones y la pérdida de líquidos. En una fase posterior, los médicos evalúan la necesidad de un trasplante de piel (del propio cuerpo del herido o de donantes y cultivos que conservan en un banco de piel). Uno de los quemados que ingresó ayer fue diagnosticado como "gran quemado", informó el subdirector médico del hospital, Manuel Freire.
A partir de mañana se espera que lleguen heridos con quemaduras graves que inicialmente acudieron a los hospitales más cercanos al lugar de las explosiones.
"Ministerio del Interior. Ayuda a las Víctimas del terrorismo", rezaba un cartel a la entrada del Hospital de Getafe. Debajo, una flecha apuntaba a la sala que el centro habilitó para atender a los familiares de los heridos y desaparecidos que fueron llegando a lo largo del día. En ella, los familiares escuchaban los consejos del psicólogo y clavaban la mirada en un un televisor por el desfilaban una y otra vez las imágenes de la tragedia. No hubo escenas de histeria, ni gritos. Las familias lloraban en silencio y esperaban noticias. Algunos ni siquiera tenían la certeza de que sus hermanos, maridos y amigos estuvieran vivos. Llegaban allí después de un doloroso periplo por hospitales de la ciudad. En Getafe tampoco estaban.
Un grupo de jóvenes, vestidos con el mono azul de trabajo buscaban a un amigo. Una mujer a su hermana. "Cogió el tren en Vallecas para venir a mi casa a cuidar a mi hija. Ahora sólo sé que tiene una pierna quemada porque me llamó la enfermera del hospital de campaña, pero no sé dónde está", relata Esther Montero, acompañada por dos amigas.
Dos filas de asientos más adelante, un hombre cabizbajo espera solo. Su tren llegó a Atocha a las 7:25 procedente de Villaverde. Allí, cogió otro tren para ir a la obra en la que trabaja. "A mí no me pilló, de milagro, pero a mi hermano, de 23 años, sí. Hace sólo dos meses salió del hospital. Estaba enfermo por respirar las pinturas tóxicas (monta puertas blindadas). Ahora se le han roto los oídos", cuenta este ecuatoriano, que lleva tres años en España ahorrando dinero y que no entiende nada de lo sucedido ayer. "¿Quién ha puesto la bomba?".
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