La estación de Atocha se convirtió en un campo de batalla
Tres bombas siembran el terror y causan al menos 34 muertos en un tren de cercanías al estallar en hora punta
Al menos 34 personas murieron y decenas resultaron heridas ayer tras la explosión de tres bombas en un tren de cercanías en la estación de Atocha de Madrid. La primera explosión ocurrió a las 7.39 de la mañana cuando una mochila cargada con 10 kilos de explosivos hizo saltar por los aires el vagón de cola de un tren que cubría la ruta entre Alcalá de Henares y Atocha.
"El estallido fue brutal", narra Miguel, un trabajador de la construcción de 18 años. Se subió al tren, junto a un compañero, en Vallecas a las 7.25 de la mañana. "Él quería que nos hubiéramos montado en el último vagón, menos mal que no le hice caso", recuerda. Puede que esa decisión les salvara la vida.
Cuando el convoy estaba a punto de detenerse en la estación de Atocha, el caos comenzó. El temporizador detonó el explosivo. Ésos fueron los instrumentos del terror. Tras la deflagración, "las puertas del vagón se abrieron", cuentan los dos trabajadores. "Salimos y pudimos ver el agujero enorme que se había abierto en el vagón de atrás". Todo lo que pensaron entonces fue en correr. Cuentan que la gente abandonaba el tren despavorida por el andén número 2 en dirección a las escaleras mecánicas. Pero a esa hora, la de más afluencia de viajeros por las mañanas, la movilidad por Atocha no es muy fluida. La zona de cercanías necesita empujadores, como en Tokio, para que los viajeros -trabajadores y estudiantes en su mayoría- puedan acceder a los vagones. Una media de 39.900 viajeros utilizan a esta hora el servicio de cercanías del Corredor del Henares, según datos de Renfe. Miguel y su compañero corrieron. Intentaban alejarse del desastre sin saber que el terror no había hecho más que empezar.
"No nos podíamos mover. Recuerdo gritos y ruido, pero ninguna frase concreta"
Francisco, un mozo de almacén de 21 años, también trataba de ponerse a salvo. "No había pasado ni un minuto y, de pronto, mis oídos estuvieron a punto de reventar", afirma este joven que hacía trasbordo en los andenes de la estación. Venía de Fuenlabrada y se dirigía a San Fernando de Henares. Otras dos bombas habían hecho explosión (una en un vagón del medio del tren y otra en la cabecera) casi simultáneamente. Lo que hasta entonces era caos se convirtió en pesadilla: "Miré hacia atrás y era como estar en la guerra. La gente estaba tirada por el suelo. Había mucho humo. Vi a un hombre que tenía la pierna atravesada de lado a lado por un tubo metálico. Todo el mundo tenía mucha sangre y a muchos de los que estaban tirados por el suelo les faltaban partes del cuerpo: pies, manos...". En ese momento de su relato Francisco se echó a llorar. No podía seguir hablando. "Me tiemblan las piernas", dijo, y se sentó en el suelo.
Ya estaba a salvo. Había logrado subir por la escalera mecánica, saltando cuerpos caídos y escombros, y había cruzado la Avenida Ciudad de Barcelona y el Paseo de la Infanta Isabel huyendo del desastre. "El tren que tenía enfrente se abrió por en medio. Sólo pensaba en alcanzar la escalera mecánica. La gente se caía. Había humo. Llegó un momento en el que no nos podíamos mover. Recuerdo gritos, ruido, pero ninguna frase concreta. Pensé que allí había habido una masacre", relata Miguel.
Pablo, un vecino de Villaverde Bajo, iba en un convoy procedente de Parla. Las bombas ya habían explotado. "Llegamos al tren atacado caminando por las vías. El nuestro se quedó parado a unos 600 metros de la estación. Cuando llegué vi que a los vagones les faltaba el techo. Había cadáveres en los amasijos de hierro y tirados en la vía. Troncos a los que les faltaban los miembros. La gente deambulaba sangrando y como sorda, por la magnitud del estallido".
Sobre las ocho menos cuarto de la mañana, cuando el desastre ya se había extendido por toda la línea C-1 de cercanías, en la Glorieta de Carlos V se vivía una mezcla de normalidad y agitación. Muchos viandantes ya sabían lo que había ocurrido, pero otros comenzaron a darse cuenta de la magnitud de los hechos al ver salir de la estación a gente con las ropas hechas jirones.
Una chica se tapaba la cara con un pañuelo. Debajo todo era una llaga. Tenía el pelo y el rostro quemados. No lloraba. Otras personas sí. Las ambulancias no paraban de llegar. Decenas, en un goteo incesante. La gente se paraba a curiosear. El desconcierto era total. Los primeros heridos evacuados quedaron tirados en el suelo apoyados en árboles. Unos aferrados a mascarillas de oxígeno. Muchos tenían las caras ensangrentadas; otros, brechas por diversas partes del cuerpo.
De pronto, decenas de policías, guardias jurados y personal sanitario corrían en dirección contraria a la estación gritando: "!Aléjense, aléjense, va a estallar otra bomba!". Los viandantes huían atropelladamente por las calles de Doctor Velasco y Alfonso XII. Hubo momentos de histeria y más de un ataque de pánico. Parecía una falsa alarma y la gente volvió a arremolinarse en torno al cordón policial.
Junto a una de las UVI móviles situadas bajo la torre del reloj de la estación, una de las primeras víctimas, tumbada en una camilla, era cubierta con un manta térmica. Los heridos no paraban de aparecer, como si salieran del infierno. Pero en la calle era como si el tiempo se hubiera detenido. Había coches y autobuses vacíos en medio de la calzada abandonados por sus dueños. Sólo una marea humana corría mirando hacia atrás por las calles adyacentes a la Estación de Atocha.
Las furgonetas de la policía municipal comenzaron a evacuar a los heridos más leves. También se utilizaron autobuses de la Empresa Municipal de Transportes.
A las diez de la mañana, los artificieros hicieron explotar una mochila más que los terroristas habían preparado como una bomba trampa. No era la última dispuesta a sembrar el terror en Atocha. Aún quedaba, incluso, una quinta.
Tan sólo 11 horas después de los atentados la estación de Atocha comenzó a recuperar la normalidad.
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