_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hablando del asunto

Se puede plantear también de esta manera: si Euskadi no estuviera en Euskadi o España no estuviera en España, esto es, si no perteneciéramos a la zona y a la cultura meridional de Europa; si nos localizáramos un poco más al Norte, en cualquiera de esas sociedades donde lo normal es que los hijos no vivan con sus padres más allá de la mayoría de edad, ni los padres jubilados, con sus hijos adultos; si Euskadi no estuviera aquí, hoy por hoy, la nuestra sería una sociedad de homeless, de ciudadanos SDF (sin domicilio fijo). Si aquí la gente tuviera que buscarse la vida y sobre todo la casa desde los 18 hasta el final, la mayoría estaría en la calle. Porque lo que tenemos, y vamos a peor, son trabajos de aire y viviendas como fortalezas de la Edad Media, inaccesibles. (Y la imagen medieval alcanza además para representar la fijación casi vitalicia a la tierra, a la gleba, que supone una hipoteca de 30 años). Esa es la realidad, la intemperie de realidad, que equilibran y amortiguan y remedian como pueden las familias. La familia generosamente entendida, la familia de banda ancha. Y, en consecuencia, de manga ancha.

Y la cuestión es cómo hemos llegado hasta aquí, a consentir que las familias sigan colmando los agujeros que dejan o forman las políticas públicas. A aceptar que se llame empleo, y se contabilice como tal, a un contrato de trabajo que dura cuatro horas; o que concluye el viernes y se vuelve a firmar el lunes para no tener que pagar el fin de semana. Cómo hemos llegado a considerar normal que el derecho a una vivienda digna haya quedado reducido a una posibilidad remota, que en caso de cumplirse condena además a cadena casi perpetua la mayor parte del salario de alguien.

Creo que la respuesta, o al menos una parte de la respuesta, se contiene y se refleja en la campaña electoral que padecemos: es evidente que los destinatarios de los discursos de nuestros políticos -y aquí hablo esencialmente de los que están en los dos gobiernos, por lógica de responsabilidades- no somos nosotros, son ellos mismos. Se hablan entre ellos, se critican entre ellos, y sólo de vez en cuando vuelven la mirada y la voz hacia la ciudadanía para lanzar, a todo correr, un discurso resumido y retórico, la superoferta de bienestar para mañana. El no te preocupes, voy a hacerlo todo por ti; voy a hacer por ti lo que todavía no he hecho ni en cuatro ni en ocho ni en veinte años de gobierno.

En fin, que el gobierno autonómico se siente en la obligación de protegernos del gobierno central y el central del autonómico y mientras tanto las casas por las nubes y el trabajo por los suelos y la cultura desaparecida o disuelta (a algunos concursantes de la televisión hay que hacerles preguntas de parvulario para que puedan llevarse los miles de euros de premio). Estos gobiernos no presentan verdaderas cuentas de resultados a sus jefes que son los votantes; sólo se piden cuentas entre ellos; sólo discuten, calculadoramente, entre ellos. E insisto en lo del cálculo porque lo que persiguen es forzar al ciudadano a elegir entre dos; convertirle a la idea (casi siempre falsa) de que alguna de las dos administraciones tiene, tiene que tener, razón.

Y así en Euskadi, uno de los lugares del mundo donde la vivienda es más inaccesible (inconstitucionalmente impagable) tenemos que sufrir que el consejero del ramo (de la rama, que vamos a acabar viviendo en los árboles como el barón rampante) justifique su gestión diciendo, por ejemplo, que aquí se hacen más viviendas de protección oficial que en otras autonomías. Como si eso quisiera decir algo. Como si eso le sirviera de tejado o de tejadillo a la gente. Como si una gestión pública no tuviera que medirse en primer y único lugar consigo misma; y responder de lo suyo, de por qué se hacen aquí ocho viviendas si hay que hacer ochenta u ochocientas; por qué siguen aquí miles y miles de pisos vacíos. Por qué no se resuelve el asunto de este suelo. Por qué no se interviene, en definitiva, para invertir inercias. La inercia del ladrillo con label exclusivo; el totalitarismo del ladrillo a precio de lingote.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_