_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La demagogia identitaria

Fernando Savater

Tomo prestada como título de esta nota una expresión que utiliza mi amigo Paolo Flores d'Arcais en su último libro, El soberano y el disidente: la democracia tomada en serio, recién aparecido en Italia y que sería bueno ver pronto traducido en España. Así rentabilizo, además, otro poco una breve estancia en Roma -entre soles lluviosos e inopinados granizos con cielo azul- para participar en un congreso internacional sobre las perplejidades y a veces conflictos motivados por las identidades nacionales en la Europa actual. Se oyeron cosas muy interesantes en esa reunión y me he traído la moleskine atiborrada de apuntes sustanciosos para ir rumiando en los próximos meses.

Gianni Vattimo, que parafraseando el ritornello de una canción muy popular hace décadas comenzó diciendo "la identità me fa male!", explicó que la biografía de cada uno de nosotros está formada a base de superar nuestras identidades pasadas y adquirir otras que las subsumen, aunque sin cancelarlas. Tales identidades se establecen siempre frente a otras posibles (eligiendo, pero también descartando), lo cual no implica necesariamente hostilidad. A su juicio, la identidad común que hoy buscan los europeos debería consistir en mantener lo específicamente social de nuestros Estados frente al modelo americano, mientras aspiramos a un mundo eficazmente multipolar más que a un cosmopolitismo sin ningún tipo de fronteras. Insistió en esta línea Giacomo Marramao, reivindicando un "universalismo de la diferencia" y el asentamiento de un espacio público y social para toda la UE que debería ser la consagración constitucional de la Carta de Derechos Fundamentales propuesta en Niza. Señaló que es posible una Constitución única sin un Superestado, lo mismo que una moneda única pese a que cada país conserve su propio banco central. Peter Sloterdijk advirtió contra una creciente "deseuropeización" del mundo, favorecida por la nueva Administración USA (lo que me hizo recordar que ya Emmanuel Todd apuntó la voluntad norteamericana de disminuir la influencia europea en Oriente Próximo como una de las causas verdaderas de la guerra de Irak) y por el auge imparable de China. Después, durante la comida, Sloterdijk me expuso que terrorismos etnicistas como el de ETA suponen la visión unilateral "heroica" de los pioneros ("esta tierra es nuestra porque fuimos los primeros en llegar"), retrógrada frente al tiempo actual de la multilateralidad poliétnica en que ya viven efectivamente las sociedades que pretenden emancipar por la fuerza.

Aunque no participó en el coloquio romano, también en el libro antes mencionado Flores d'Arcais habla de "las aventuras de la identidad". Según su análisis, uno de los obstáculos que hoy encuentra la democracia "tomada en serio" es la demagogia de las identidades grupales de toda índole (étnicas, nacionales, religiosas, sexuales, lingüísticas, etcétera) cuando se absolutizan frente a la ciudadanía compartida, en nombre de la exaltación de la individualidad. A su juicio, esta radicalidad reivindicativa irresponsable no reafirma a los individuos-ciudadanos, sino que, por el contrario, lleva a cabo una despolitización devastadora de la política misma en que deben ejercer su condición de tales. La pertenencia a tales identidades, que subsume la voluntad de cada cual en la ebriedad de lo comunitario, se convierte en una especie de "conformismo" antisistema que bloquea la participación en la gestión de lo público. "Se busca la identidad -dice Flores d'Arcais- como antaño el alma gemela: para conjurar un vacío, un miedo, una soledad. Una ausencia: para sustituir la dotación de sentido prometido por una ciudadanía negada". Porque la hipertrofia de las identidades disgregadoras viene abonada por la disminución efectiva de los derechos ciudadanos constitucionales en sociedades en las que todo (desde la educación a la sanidad, pasando por las comunicaciones y la información) se privatiza y luego pasa a manos oligárquicas...

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Más allá de las objeciones y comentarios que se me vinieron a las mentes en cada caso, inevitablemente procesé todas estas sugerencias en clave de actualidad hispánica. Porque aquí -es decir, en el país más descentralizado de la UE, en el que la autonomización parece ya el primer paso hacia la atomización- no se sabe qué asombra más, si la radicalización del enfrentamiento identitario étnico y nacionalista (el religioso, antaño tan popular en estos pagos, ahora parece más decaído) o la negativa de mucha gente ilustre a tomarlo en serio, ni siquiera en ocasiones a reconocerlo. La doctrina oficial de la corrección que no piensa establece lo siguiente: a) como el Gobierno y el PP utilizan de modo sectario el tema de la unidad de España y del terrorismo (lo hacen, y con abuso), no existe el problema de la unidad del país y el terrorismo ya es cosa del pasado, desvanecido por arte de magia y sin arte ni parte de la política gubernamental; b) como el Gobierno y el PP se ceban en el turismo filoetarra de Carod Rovira (lo hacen, como no podía ser menos), son unos miserables porque el susodicho Carod, ya que es evidentemente indefendible, debiera ser también inatacable. Y lo mismo su partido, y también el clima político de exaltación nacionalista en Cataluña que le impulsó a realizar su guiño a los incomprendidos muchachos de ETA. El colmo de esta doctrina son las glosas a la estupenda actuación policial que nos libró de un comando etarra cargado con media tonelada de explosivos: para unos es un gesto electoralista; para Azcárraga, quizá un montaje policial, y para el sorprendente Anasagasti, la prueba de que, como ETA no se hace presente en la campaña electoral, el PP se empeña en sacarla de la caja de los truenos. Y Madrazo, vete a saber lo que dirá.

Nada, que vivimos en un mundo sin más problemas ni amenazas que los causados por la derecha. Aquí no hay más lobo que quienes gritamos "¡cuidado con el lobo!". Es lo que asegura, por ejemplo, Juan Aranzadi, felizmente recuperado de su coma, que ha durado más de veinte años (aunque esos traumas suelen dejar como secuela lesiones cerebrales y a veces el interesado es el último en enterarse). A Aranzadi le sorprenden supuestos cambios ideológicos acaecidos durante su letargo, pero no la propia quiebra de ETA, hoy evidentemente capitidisminuida pese a que dista mucho de haberse despedido de escena. Claro que si durante los últimos 20 años todos hubiésemos estado en coma, o en punto y aparte, o hubiésemos tirado el escudo haciéndonos los locos o los Arquílocos, puede que no hubiera sido Carod quien hubiese visitado ayer a Mikel Antza, sino Mikel Antza quien se habría presentado ante Carod... En fin, que preocuparse es signo de rendición ante el conservadurismo.

¿Puedo empecinarme en mi inquietud? El problema no es la cuestión esencialista de la unidad de España, sino cómo quedan con todos estos achuchones diferencialistas los derechos ciudadanos de los españoles. ¿Siguen siendo mi voto y mi voz válidos a escala del país entero o debo resignarme a que sólo tenga validez ante los jibarizados ídolos de la tribu que me toca en suerte regional? ¿Se ven así mejor protegidos y garantizados mis derechos generales en el Estado del que -si no me equivoco- aún formo parte? ¿Serán mejor defendidos con este despedazamiento pluralizante ante los nuevos países que pronto se incorporarán a la UE? Y la propia Europa, ¿va así mejor servida en su Carta de Derechos Fundamentales? Porque no se me va de la cabeza lo que aseguraba el profético Nietzsche en Más allá del bien y del mal: "El nacionalismo es la enfermedad y sinrazón más destructiva de la cultura que existe, es la neurosis nacional de la que Europa está enferma y que perpetúa la división de Europa en pequeños estados y su pequeña política".

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_