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Columna
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Se tocan los tontos

En mala hora, un pediatra de Alcalá de Henares aconsejó a los chicos en los pasados exámenes de febrero que se masturbaran para relajarse. Se detectaron en seguida señales de alarma entre las almas puras por semejante receta. El consejo del pediatra se publicó en la revista Cidaj, que además de juvenil es municipal, y el alcalde, que actuó como le corresponde hacerlo a un alcalde de derechas, comprendió de inmediato el estremecimiento de algunos de sus votantes a los que no podía negar la satisfacción hipócrita del escándalo. Pero cualquiera diría que el pediatra en cuestión dedicaba su artículo a contar las excelencias de la masturbación, sin dar otras alternativas al sosiego de los chicos, cuando también les aconsejaba escuchar música relajante, tomar baños de espuma, ducharse, correr o nadar. Los escandalizados, sin embargo, tan pronto leyeron la palabra masturbarse, buscaron raudos a un inquisidor. Pudo pensar el obispo del lugar que, como ya entendieron sus colegas monseñores en el caso de los malos tratos, esta recomendación era también "un amargo fruto de la revolución sexual". Pero eso supondría atribuir al pediatra una originalidad que no merecía: mucho antes de que él naciera cualquiera podía contar en este mundo su personal experiencia: puesta la imaginación al servicio del sexo, además de pasártelo bien, quedas muy relajado. De ahí aquella perorata que por los años 50 nos daban los curas en los ejercicios espirituales sobre el caso de un Manolito que, después de tocarse su miembro viril con fruición, se subió a la moto, se estrelló con ella y por haberse tocado tanto cayó al fuego del infierno para siempre. Y no menos antigua es aquella teoría tan poco científica como piadosa de que tocártela te comía el cerebro y te volvías loco en consecuencia o tonto del culo. Pero es de suponer que el obispo de Alcalá habrá actuado con la humana comprensión con que lo hizo el de Tui ante el cura pederasta de su zona: "No juzguéis si no queréis ser juzgados". Bien es verdad que cada uno tiene derecho a hablar desde su particular experiencia y en la de los obispos puede que el nerviosismo que origina la idea de pecado les haya podido más en el trance de la masturbación que la serenidad que da ese pecadillo. Y digo pecadillo no porque sea yo un catalogador de ofensas divinas en sus mínimos y en sus máximos, sino porque el cardenal Ratzinger, inquisidor oficial, se nos apareció un día a las almas eternamente adolescentes y nos trajo una tranquilidad: nuestra culpabilidad moral por tocarnos lo intocable es, según él, mínima. Pero como lo suyo no era tranquilizarnos, ya que el Santo Oficio ha perseguido siempre lo contrario que el pediatra con los jóvenes de Alcalá, nos espetó a continuación lo que pensaba: que eso de las maniobras con nuestro sexo en busca del placer nos humilla porque somos inmaduros afectivamente o angustiados. O sea: que si masturbarnos nos llevaba antes al eterno horror, ahora sólo era una cuestión de seres con complejos. Pensaba Ratzinger que bastante tenemos los masturbadores con nuestras limitaciones y que, en función de tales carencias, la paja, con perdón, se había convertido en la condena merecida.

Él nos rebajaba la penitencia a fuerza de considerarnos retrasadillos para que, ofendidos, dejemos de sobarnos por donde no debemos. Y eso es lo que ahora inquieta a los escandalizados por el artículo de la revista Cidaj que han puesto contra las cuerdas al concejal de Juventud y al alcalde de Alcalá. El alcalde dio una de cal y otra de arena.

Dijo que con él no contaran para censurar al pediatra, pero añadió que no comparte que la masturbación relaje, de modo que ya contamos con el caso de alguien al que le fue mal con esa experiencia, prefiere la ducha y no corre el peligro de que Ratzinger lo tenga por tonto. Pero en la llamada al inquisidor participó también una concejal socialista que, aunque no se atrevió a recomendar la censura del pediatra, dijo : "No me parece bien que se entre en el ámbito privado del joven y se le diga lo que, en este sentido, debe hacer o no para relajarse". Así que lo que aconseja la supuesta progresista es que tampoco se entre en el "ámbito privado del joven" para recomendarle una lectura, una medicina y, mucho menos, digo yo, un voto.

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