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Columna
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Lista de esquela

Es un hecho innegable y de creciente magnitud: Madrid necesita camas, faltan hospitales y los pacientes se hacinan en habitaciones individuales o dobles hasta que no es posible entrar en ellas una litera más. Reciente el lamentable caso de La Concepción, del que se ocuparon los periódicos. En estas fechas invernales, con la recurrente gripe al acecho, aunque este año parezca más benigna, son desbordados los servicios de urgencia y es una entelequia, para el beneficiario de la Seguridad Social, la posibilidad de elegir el centro adecuado. No se trata de adaptarse a los caprichos individuales, sino que muchos enfermos crónicos peregrinan de unos a otros hospitales, perdida la pista de sus informes clínicos, desconocedores del historial de quienes se les viene encima en situación crítica.

Un paciente de largo recorrido es tratado en el Clínico, pero la saturación de sus salas obliga a remitirle, en recurrencia aguda, a La Paz, al 12 de Octubre, al Gregorio Marañón, donde es un caso nuevo en el que ensayar prácticas que han sido desechadas o no se sigue la terapia más acertada. Soy un defensor y usuario de la Sanidad pública y no desdeño ocasión de proclamarlo. Hoy creo que se encuentra desbordada. El crecimiento de la población -aquí en Madrid y supongo que en toda otra parte- produce el colapso de los servicios, que no aumentan al ritmo de los habitantes, sin que de ello pueda culparse a los facultativos de la bata blanca. El problema no está en la remuneración, que siempre se estimará corta, sino en los medios humanos y técnicos, que lleva al meollo del problema: dinero.

En el desarrollo habitual de cualquier comunidad hay necesidades prioritarias, y en el caso de la salud pública, urgentes, y no viene mal hostigar a los gestores para que remedien estas carencias perentorias. Algunos tienen la suerte de pertenecer a entidades privadas, gremiales o profesionales, concertadas con la Seguridad Social y, en consecuencia, disponen de ciertas ventajas, aunque todos sean iguales al utilizar servicios comunes, como analíticos, radiológicos, quirófanos, etcétera.

Hace poco se publicaba un amplio reportaje sobre la apertura del recién inaugurado hospital de Fuenlabrada, que restablece la acertada política de instalar centros sanitarios completos en núcleos densos de población. La de esta localidad madrileña está en los 200.000 habitantes, contando con dos o tres localidades de las inmediaciones, que acabarán convertidas en barrios, casi los que tiene una capital de provincia pequeña. Leganés, Alcorcón, San Sebastián de los Reyes, muchos pueblos de la comarca representan entidades administrativas que requieren la titularidad de buenos hospitales. Esto descongestiona los grandes instalados en el centro de la capital, cuya capacidad ha desbordado sus límites. Ya no son dispensarios elementales, sino forjas de la salud. En el que ahora se ha puesto en marcha se afanarán 1.100 trabajadores que aseguran una marcha eficaz, con 11 quirófanos, consultas de cardiología, traumatología, neurología, laboratorio y sería ideal fomentar una incipiente vía investigadora.

En el recorrido de la vida los dos extremos son los que precisan mayores atenciones: los venidos al mundo con el cortejo de previsiones pediátricas, atenciones prenatales, paritorios y el rosario de vigilancias en las edades primeras. En la otra punta, los viejos, cuya existencia se alarga, en general, gracias a la presteza y competencia con que se abortan sus claudicaciones. La zona intermedia, por fortuna, es la que goza de buena salud, los jóvenes y los que llegan a la madurez protegidos desde la infancia. Son quienes cargan con el peso económico que supone cuidar y mantener a otros seres, lo que han sido ellos y lo que serán irremisiblemente.

Quizá no marche pareja con este crecimiento la situación de los facultativos. Durante muchos años, intereses personales, en ocasiones espurios, congelaron la renovación de las plantillas, no se convocaban oposiciones y la profesión -en el alto nivel de los licenciados- vivió con la incertidumbre de la precariedad. Parece que aquella guerra sorda -que duró décadas- ha tenido final, lo que redundará en provecho general. Asunto de permanente primera necesidad, que atañe y afecta especialmente a los que, pasados de fecha, esperamos que nos llegue el turno en la lista de esquela.

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