¿Cambiará la convergencia europea la pedagogía?
Esperemos que así sea. De lo contrario, nuestro sistema universitario habrá perdido una excelente ocasión para dar un necesario salto de calidad. El proceso de convergencia en el Espacio Europeo de Educación Superior en el que están inmersas, con más o menos determinación, nuestras universidades, no es solamente un camino hacia la armonización de los sistemas y estudios de los distintos países integrados, es, además, una gran oportunidad para la mejora docente. Oportunidad que, sin duda, tardará tiempo en repetirse, porque las condiciones de apoyo político que impulsan este proceso son muy difíciles de conseguir. Yo no creo que los cambios previstos, y los principios en que se apoyan, sean revolucionarios, pues vienen siendo defendidos desde hace décadas por especialistas en educación superior, pero sí es revolucionario el apoyo al máximo nivel de decisión que han conseguido unas posiciones de planificación, curriculares y pedagógicas progresistas, renovadoras y alineadas con las modernas concepciones de la calidad educativa.
Muchas de las reformas que se proponen, aunque puedan encontrarse con ciertas dificultades y rechazos, son factibles desde la capacidad de decisión de responsables políticos e institucionales. Pero esto no sucede con el cambio en la docencia, elemento central para el logro de la convergencia y la mejora de la calidad y competitividad. La docencia no se cambia con normas ministeriales, autonómicas o institucionales. La docencia la cambian con su conducta, los profesores y los estudiantes.
El proceso de Bolonia se asienta en dos principios fundamentales: a) el diseño y desarrollo de las enseñanzas con el referente del logro de competencias profesionales y b) la organización, gestión y control de la interacción docente en función del aprendizaje del estudiante, esto es, del aludido logro competencial. Se trata, sin duda, de dos buenos principios para tener calidad docente, pero, además, son condiciones casi insalvables para armonizar los estudios entre sistemas nacionales, si respetamos, como se establece, sus características propias. En estas condiciones de diversidad en los contenidos formativos, es muy difícil establecer un buen mecanismo que posibilite la comparación y la movilidad entre sistemas, si no es a partir de competencias profesionales y su aprendizaje.
Estos planteamientos nos hacen visible un problema importante de cambio de cultura pedagógica que no es fácil de resolver. La docencia basada en competencias profesionales y el aprendizaje choca con las concepciones y los hábitos docentes de muchos de nuestros profesores universitarios, formados en una cultura pedagógica de base típicamente disciplinar y de trabajo individualizado, en la que los contenidos de la materia y su enseñanza son el referente principal de la planificación y acción didácticas. Las propuestas convergentes rompen con esta cultura, porque las competencias profesionales son a menudo transversales, inciden en varias disciplinas a la vez, y se necesita una gestión de la docencia desde el trabajo en equipo interdisciplinar. Al mismo tiempo, los contenidos de las materias requieren un tratamiento diferente, más flexible y diversificado.
Asimismo, el eje del aprendizaje nos lleva obligatoriamente a un panorama didáctico mucho más variado que el actual, con profesores más implicados en la colaboración con los estudiantes y en la atención más individualizada, para proporcionarles pautas, recursos y condiciones que potencien y faciliten el logro de las competencias profesionales previstas.
Es obvio que estamos hablando de un importante cambio para muchos profesores que, por la naturaleza de su propio contenido, concepciones y actitudes, no puede ser ni rápido ni fácil, incluso contando con la buena disposición de los implicados. Por ello, resulta imprescindible la intervención en este problema, desde el máximo número de instancias y con el máximo de recursos.
No dudo de que el aludido problema es el asunto más importante para que la convergencia en el espacio europeo de educación superior sea un éxito, y para que se produzca el salto de calidad esperado. Sí que dudo de que muchos de los responsables, políticos y académicos, consideren el problema tan crítico. Pienso que sí se cree que la implicación del profesorado es importante para el éxito del proceso, pero sospecho que no se dimensiona bien la necesidad de cambio de cultura pedagógica entre el profesorado (también entre el alumnado, pero ese es otro asunto). Aunque reconozco que se están realizando esfuerzos en acciones con el profesorado, no veo programas de calado e intensidad suficiente como para resolver el problema.
El Ministerio, las Comunidades Autónomas y las propias Universidades, a su nivel y en coordinación, deben incentivar este cambio, con estímulos y apoyos al profesorado de muy diverso tipo, formación, asesoramiento, seguimiento y recursos. Y esto debe hacerse sin demora, porque los plazos del proceso de convergencia apremian.
Algunos creen que la solución vendrá de la mano de la transformación de los actuales créditos a los europeos (ECTS), concebidos con y desde los nuevos planteamientos docentes. Esta posición peca de alguna ingenuidad. La transformación me parece un acierto que favorecerá el cambio de cultura pedagógica, pero dudo que se produzca el cambio sólo con su aplicación. Entiendo que los ECTS son más una consecuencia obligada a los nuevos planteamientos docentes que el motor del cambio. Si previamente no cambian las concepciones y actitudes de los profesores, la transformación a los créditos europeos podría desembocar, en la práctica, en un mero cambio de polinomio de contabilidad docente y curricular. Y esto debe evitarse.
Vuelvo a preguntarme si con motivo del proceso de convergencia europea cambiará nuestra cultura pedagógica universitaria y me reafirmo en que es la gran ocasión. Creo que aún estamos a tiempo, pero, con urgencia, es necesaria una intervención más intensa. Sin ella, las probabilidades de que el proceso de Bolonia engrose el abultado saco de reformas educativas fallidas son amplias.
Tomás Escudero Escorza es catedrático de la Universidad de Zaragoza y presidente de la Asociación Interuniversitaria de Investigación Pedagógica (Aidipe).
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