¿Retorno a las cavernas?
Estamos en plena apoteosis integrista y el episodio del filme La Pasión de Cristo de Mel Gibson ha de situarse en ese contexto. El revulsivo de su eventual antisemitismo es un componente casi marginal de ese conjunto que forman la movilización del radicalismo religioso, la espectacularización y la mercadotecnia de la producción cultural, el primado de la violencia sádica y la imparable regresión ideológica y social tan representativos de los EE UU de hoy. Es verdad que Hutton, el padre de Mel Gibson, niega la realidad del genocidio y se alinea con el grupo más extremo de los 100.000 católicos tradicionalistas que reprochan a la Iglesia católica su remozamiento teológico y su laxismo moral. Es verdad también que Mel hizo decir misa en latín según el rito tridentino durante los meses que duró el rodaje en Cineccità y que como miembro de la comunidad de fieles, que se llaman a sí mismos sedevacantistas -porque consideran que la sede de Roma esta vacante desde que se apoderaron de ella los papas modernistas-, hizo construir en California, hace ya unos años, una iglesia reservada exclusivamente a su culto. Pero todo esto es irrelevante en relación con la convergencia, no de los casi sesenta millones de católicos bautizados con la opción fundamentalista pero sí de su ala más conservadora en coaliciones de extrema derecha inspiradas por los fundamentalistas, como la Moral Majority del pastor Jerry Falwell, lobby político-religioso creado en 1979, importante para la primera elección de Ronald Reagan y decisivo para su reelección, conjuntamente con otros elementos de la Nueva Derecha Cristiana como la Religious Roundtable, la Christian Voice y el grupo de los televangelistas, entre ellos Pat Robertson. Quien pierde en 1988 la investidura del Partido Republicano a las elecciones presidenciales frente a George Bush, pero funda la Christian Coalition, que, en menos de tres años, totaliza casi dos millones de miembros, organizados en 1.600 grupos locales. Gracias a esta notable estructura controla al Partido Republicano en 32 Estados y con su presencia en el mundo académico -Regent University- y el mediático, sobre todo la red de TV Family Channel, se convierte en el grupo de mayor importancia en la Nueva Derecha Cristiana.
En un primer momento, los fundamentalistas se ocupaban esencialmente de cuestiones teológicas desde una posición cristiana tradicional. Pero su oposición al protestantismo liberal, agrupado en el Federal Council of Churches, y el ambiente de la guerra fría politiza su acción, lanzándoles a la lucha anticomunista, radicalizando su opción y contenidos e identificándose con la Nueva Derecha Cristiana y con sus objetivos ultraconservadores. Crean el Fundamentalist School Movement, que multiplica el número de comités de padres para controlar los manuales y materiales pedagógicos utilizados en las escuelas públicas y en las bibliotecas escolares; tienen una función determinante en el restablecimiento de la pena de muerte, suspendida por la Corte Suprema en 1972, pero reintroducida y aplicada, cinco años después, en 38 de los 50 Estados de la Unión, incluyendo el Estado de Nueva York; y organizan sirviéndose de organizaciones como Operation Rescue, Rescue America, National Pro-Life Political Action Committee, etcétera, una lucha encarnizada contra el aborto legal, con la creación de piquetes de vigilancia y control de las clínicas donde se practica la interrupción permitida del embarazo, recurriendo a poner bombas a los edificios y a asesinar a los médicos que los realizan. La presión que ejercen sobre los medios de comunicación y la opinión pública se traduce en la limitación en muchos Estados del derecho al aborto, incluso en caso de violación y/o de incesto, y en la exigencia del acuerdo previo de los padres de las jóvenes menores de 18 años que quieren abortar. Es obvio que el fundamentalismo evangélico y el integrismo católico no son la misma cosa. Pero su común hostilidad al pluralismo religioso y a la tolerancia moral, su antievolucionismo visceral, su rechazo total del humanismo moderno, su odio sin matices al feminismo, a las minorías sexuales, al progreso social y el dinamismo y la presencia que tienen en la vida norteamericana son extraordinariamente inquietantes. Claro que aún no son mayoritarios, pero los vínculos, unos conocidos y otros callados, con el clan Bush hacen de Kerry nuestra frágil pero última esperanza.
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