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VISTO / OÍDO
Columna
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Revoluciones

Las revoluciones se hacen por hambre. En Haití, en Uganda. La palabra está mal vista, poco escrita: se dijo que las revoluciones ya no tenían razón de ser, confundiendo el muro de Berlín con la comida, y las llamamos de otra manera: terrorismo, por ejemplo. Es verdad que se disfrazan de otras cosas: unos de musulmanes, que quieren implantar el Corán como ley civil; otros de cristianos, como los que pretenden en Uganda instaurar el régimen de los Diez Mandamientos, y empiezan por no cumplir el de no matarás. Y los judíos: "El que hiera mortalmente a otro morirá...", dijo Moisés que le dijo el Señor, pero no explicó si quien mate al que mató morirá también a manos de otro, que a su vez... Haití es uno de los países más pobres del mundo: Aristide fue elegido para acabar con la corrupción, y ahora quieren acabar con él porque siguen sin comer. Las urnas no alimentan. Cuba hizo su revolución; acosada, entumecida, envejecida, sus ciudadanos viven mal: diez veces mejor que en Haití. No digo que la situación de Cuba se deba perpetuar, pero sin el acoso criminal ya sería otra cosa.

Todas las revoluciones mundiales, que son muchas, se hacen para comer: la gente se juega la vida al azar de la guerra para evitar la muerte segura por hambre, y la de los suyos. Todavía en esos países existe una cierta idea de la virilidad que supone que el hombre es guerrero para defender el pasar de los suyos. Las mayores desigualdades económicas se dan en los países del hambre. Los hambrientos se suelen sublevar contra sus enriquecidos: creen que son ellos los que les quitan la comida. Hay excepciones; en países musulmanes suponen que sus emires son los delegados de Estados Unidos: persiguen la doctrina que les hace pobres. Estados Unidos también acepta esa idea y es él quien lanza las contrarrevoluciones, que no otra cosa es lo que hace en Irak, Afganistán, los Balcanes: como hizo en Corea o en Vietnam. Bush fue a ver qué pasaba en Uganda, y no se enteró. Le visitó hace unos días el coro de niños de Watoto, y les dijo que "comunicaban un mensaje de esperanza y alegría". Un ejemplo ante los niños guerreros del Ejército del Señor, que matan a los de otras religiones o de ninguna. Por nada divino: para comerse su comida, y por si los países cristianos les ayudan: a matar y a comer. (Haití: conviene leer El siglo de las luces, de Carpentier, rojo cubano. Es el número 6 de los Clásicos del siglo XX editados por este periódico).

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