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Antoni Tàpies, la retrospectiva definitiva

El Macba de Barcelona reúne 180 obras emblemáticas de la trayectoria del artista catalán

La definitiva y más completa exposición retrospectiva de Antoni Tàpies (Barcelona, 1923) abre sus puertas al público mañana en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). El Rey inauguró ayer esta muestra, que reúne, hasta el 9 de mayo, 180 obras del artista desde 1943 hasta 2003, en una rigurosa selección que incluye buena parte de sus piezas más emblemáticas, un tercio de las cuales no se habían exhibido antes en Barcelona. El artista, cansado pero visiblemente contento, explicó ayer algunas claves de su trabajo, en el que siempre hay como telón de fondo la referencia a los valores "relativamente permanentes" del hombre. "Pero yo no hago descripciones ni doy soluciones: cada espectador tiene que encontrar su camino".

El catálogo razonado de las obras del artista contabiliza ya cerca de 8.000 obras

"Hablo de acá, no de allá", explicaba ayer el artista, para quien su intento de "sacralizar" las cosas pequeñas y sencillas se enmarca en esa tradición, tan franciscana, de considerar tan importante un guijarro como una catedral. "No hay nada absoluto ni permanente en esta vida, pero hay una serie de valores que tienen una cierta duración porque son útiles a la sociedad. Tienen relación con esta necesidad de situar al hombre vinculado con el universo y la naturaleza. Después, las circunstancias de la vida y de la historia van cambiando, pero estos valores permanecen y en mi obra intento encontrar imágenes eficaces para provocar un cambio de mentalidad en la gente en relación a estos valores más profundos". Pero, aclara, "no hay descripciones ni soluciones en mi obra. Insinúan al espectador que tiene que cambiar su propia conciencia y en este camino seguramente encontrará una explicación cósmica. Pero esto es un trabajo de cada espectador. Nadie más puede suplirlo porque cada respuesta es individual".

La exposición que ahora se presenta en el Macba -y que después viajará en versión reducida al Patio Herreriano de Valladolid (junio-septiembre) y a la Fundación ICO de Madrid (entre octubre de 2004 y enero de 2005), antes de recalar en otros centros y museos internacionales- es "la más grande, completa, intensa y obsesiva que se ha hecho de su obra", según explicó ayer Manuel Borja-Villel, director del museo y comisario de la muestra. "Tàpies pertenece a una generación bisagra entre un mundo que se acababa, el de las primeras vanguardias, y otro mundo que todavía no había empezado. Todo esto ha hecho que la obra de estos artistas haya sido interpretada a través de elementos anecdóticos y de una hipervaloración de los aspectos técnicos, pero el valor real de su obra en el arte contemporáneo ha quedado eclipsado. Por esto era importante hacer esta exposición".

El carácter retrospectivo de la muestra se rompe en ocasiones a lo largo del recorrido para mostrar el carácter circular de algunas de sus obsesiones, a las que vuelve una y otra vez a lo largo de su extensa trayectoria. "A veces digo que soy un artista que ha pintado un mismo cuadro a lo largo de toda su vida", indicó ayer el artista. "Hay unas constantes que se mantienen y que responden a una cierta visión del universo". Con todo, aunque siempre es Tàpies, en la exposición puede apreciarse la evolución y la diversidad de registros que ha utilizado el artista a lo largo de su trayectoria.

Borja-Villel, que reconoce que la suya es también una visión subjetiva y "exagerada" de la obra del artista, ha dividido la muestra en dos grandes partes; en una está el Tàpies que a través de sus investigaciones con la materia crea un lenguaje nuevo. En la otra, el Tàpies que "intenta escapar de sí mismo", según el comisario. Si en una predominan los grises y ocres, en la otra, los blancos y negros. En una, la referencia es el muro; en la otra, la página en blanco. En una está la tierra y la historia; en la otra, la escritura y los sueños.

La exposición comienza de manera provocativa con una serie de piezas de los años setenta en las que el artista utiliza objetos pobres y cotidianos, como Escritorio con paja (1970), Armario (1973) o Alpargatas (1970-1974). En este mismo espacio se muestran las obras iniciales de los años cuarenta, con una selección de autorretratos en lápiz o tinta sobre papel -a destacar también el autorretrato fotográfico inédito que se incluye en el catálogo-, a la vez que una cuidada selección de sus obras de inspiración surrealista, en la línea de Miró, Klee y Max Ernst, que se corresponden al periodo de su etapa en Dau al Set. Destacan piezas como Zoom (1946) o Composición (1947).

En otro espacio se presentan las primeras pinturas matéricas, que le valieron el reconocimiento internacional en los años cincuenta, pero en las que, indica Borja-Villel, aún estaba buscando su propio lenguaje. Aquí se encuentran obras como Pintura roja (1955), que no se había expuesto antes en Barcelona y que ahora ha sido adquirida por un coleccionista catalán; Gran pintura gris número III (1955); Óvalo blanco núm. LI (1957), o Puerta metálica y violín (1956), que es uno de sus primeros objetos-assemblage.

Se pasa después al apogeo de sus materias, en las que aumenta el formato y comienza a introducir referencias a objetos reales, en ocasiones de manera mimética. Se presentan piezas como Pizarra (1965), Arco blanco (1961), Materia gris en forma de sombrero (1966) o Desnudo (1966), una impresionante obra de una mujer arrodillada fregando el suelo que causó escándalo en su época. Es un periodo especialmente denso en el que se define gran parte de su poética, si bien, añade Borja-Villel, se advierte el carácter abierto a su época del artista, que incorpora y asimila las nuevas corrientes. En los setenta alcanza gran protagonismo el aspecto político y de compromiso nacionalista, como se hace evidente en El espíritu catalán (1971), cuadro procedente de una colección madrileña y que se ha prestado excepcionalmente para la muestra, ya que para sacarlo de su ubicación habitual ha sido necesario tirar una pared.

En la segunda planta pueden verse las obras de plena madurez del artista, realizadas a partir de los años ochenta, cuando se inicia la elaboración del catálogo razonado de sus obras -y que está ya contabilizando unas 8.000 piezas-, y también comienza el proyecto de su fundación barcelonesa, que se inauguró en 1990. Estos dos factores le provocaron al artista, explica Borja-Villel, una revisión de su propio trabajo, lo que se refleja en la recuperación de temas o técnicas utilizadas en las décadas anteriores, aunque con nueva fuerza y una potencia excepcional. Entre otras, pueden verse obras como Pie (1991), Transfiguración (1994) o Ni identidad (2003).

Dos obras de Tàpies de la exposición inaugurada ayer en Barcelona. En primer plano, <i>Pie</i><b> (1991); al fondo, </b><i>Rèquiem </i><b>(1995).
Dos obras de Tàpies de la exposición inaugurada ayer en Barcelona. En primer plano, Pie (1991); al fondo, Rèquiem (1995).CARLES RIBAS

"Además de ver mi obra, también hay que leer mis libros"

Antoni Tàpies es un hombre paciente, pero lleva una temporada repitiéndose ante la insistencia de tantos y tantos periodistas que quieren volver a escuchar sus reflexiones. "Estoy encantado de que las imágenes fluyan y se conozcan, pero, además de ver mis cuadros, también hay que leer mis libros porque allí lo he escrito todo, y mucho de lo que ahora me preguntan está mejor explicado en estos textos", comenta sonriente y amable. En el catálogo-libro editado con motivo de esta exposición, coproducida con el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, se reproducen algunos de sus textos extraídos de libros como Memoria personal, El arte contra la estética, Valor del arte o La práctica del arte.

Además de estos escritos y los de otros autores que le influyeron o que escribieron sobre él, el libro incluye textos de análisis teórico de sus obras y la transcripción de una mesa redonda sobre la pervivencia actual de su obra que puede levantar ampollas, ya que algunos de los participantes ofrecen una perspectiva crítica de su trayectoria, eso sí, desde el respeto y la valoración de lo que ha representado en el arte contemporáneo español.

Pocos artistas como Tàpies han provocado y siguen provocando tanta controversia, tanto por su obra como por sus opiniones. Combativo y atento a lo que pasa a su alrededor, insiste en que su mirada sobre la actualidad nunca es descriptiva, pero tampoco ausente. "No me he desentendido nunca de los problemas sociales y tengo que confesar que hay política en mi obra, pero hay que deducirla, porque no se advierte a simple vista", señaló ayer. "Lo que busco es interpelar al hombre para que sea consciente de su libertad".

Ésta es la primera retrospectiva del artista en Barcelona desde mediados de los años setenta. En octubre se presentará otra muestra de sus cerámicas y obras con tierra en el Reina Sofía de Madrid con motivo de la concesión del Premio Velázquez en 2003.

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