Europa: otro Pacto
El último año ha sido nefasto para Europa. A las disensiones por la guerra y ocupación de Irak se han añadido el desacuerdo en aprobar una Constitución; la voladura incontrolada del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), con el objeto de no perjudicar el orgullo del eje franco-alemán, y la discusión inacabada por conseguir un marco presupuestario europeo para 2007-2013. Todo ello con un calendario que cambiará la naturaleza de la UE: su ampliación de 15 a 25 miembros.
En este entorno se multiplican las noticias inquietantes sobre la coyuntura: un presente de estancamiento moderado por perspectivas de "recuperación económica gradual", según el último boletín mensual del Banco Central Europeo (BCE). La alegría la ha dado un país pequeño como Grecia, que ha crecido en 2003 un 4,7%, el mayor avance en los últimos 25 años y la tasa más alta de la UE; los dos ejes de ese crecimiento han sido el consumo de los ciudadanos y las inversiones en infraestructuras para los Juegos Olímpicos de este año. La preocupación sigue instalada en el eje franco-alemán: Francia creció el pasado ejercicio tan sólo el 0,2% (frente al 1,2% en 2002 y un 2,1% en 2001), y Alemania redujo su PIB una décima, aunque en el último trimestre de 2003 creció un 0,2% después de tres trimestres a la baja (recesión técnica). Con todo, lo peor lo ha pasado Holanda, fundador de la UE, que vio disminuir su PIB ocho décimas, la recesión más profunda desde 1982.
¿Cómo salir de esta coyuntura de escaso crecimiento, que aleja a Europa de las otras dos zonas desarrolladas, EE UU y Japón? La Comisión Europea, con el visto bueno del Ecofin, aprobó hace poco la Iniciativa de crecimiento estratégico, una política económica de signo keynesiano consistente en cebar la bomba a través de la inversión pública en infraestructuras y en la sociedad del conocimiento (I+D+i), siguiendo las directrices de la cumbre de Lisboa del año 2000, que pretendía hacer de Europa la zona más dinámica del planeta en una década.
El problema de esta política económica es cómo financiarla, máxime cuando varios países de la zona no cumplen los criterios de déficit y deuda pública establecidos en el PEC. En la última reunión del Ecofin, celebrada en Bruselas la semana pasada, los ministros de Finanzas conocieron de primera mano las posibilidades de que este año no satisfagan un déficit público máximo del 3% países como Francia, Italia, Grecia, Holanda y, fuera de la zona euro, el Reino Unido.
El comisario de Economía, Pedro Solbes, ultima estos días su propuesta para sustituir el enterrado PEC por un nuevo Pacto de Estabilidad y Crecimiento más flexible. Estando en ésas, ha recibido la satisfacción (moral) de que el Tribunal de Luxemburgo ha admitido a trámite el recurso presentado por la Comisión Europea contra la decisión del Ecofin de no sancionar a Francia y Alemania por sus excesivos déficit, que dio la estocada final al PEC.
Pero mientras Solbes presenta su propuesta, un organismo que está bajo su jurisdicción (y que le ha dado muchos disgustos), Eurostat -la oficina estadística europea- ha tomado una decisión contable muy importante: a partir de ahora, las obras públicas en infraestructuras no computarán en el cálculo del déficit presupuestario si la mayor parte de la inversión de la obra la realiza un consorcio empresarial mixto (público y privado). Ello aumenta el margen de holgura contable de los Estados para incrementar su gasto público en infraestructuras sin violar las normas del nuevo PEC, si es que son aprobadas.
Con todos estos mimbres, está previsto que pasado mañana, miércoles, se celebre en Berlín una reunión entre Tony Blair, Gerhard Schröder y Jacques Chirac que puede marcar el futuro inmediato de la UE cara a la ampliación de mayo y en relación con las dificultades de la coyuntura económica. Aunque esa cumbre puede leerse en clave de los problemas internos de cada uno de los mandatarios en sus respectivos países, el resto de la UE teme que en la práctica se esté creando un directorio que margine el papel de los demás socios en las decisiones centrales.
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