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Reportaje:

El gran negocio chino

Los locales dedicados a la venta de ropa al por mayor proliferan en el popular barrio valenciano de Russafa

Juan es el nombre ficticio del dueño de un bar ubicado en la calle del Literato Azorín, en el popular barrio valenciano de Russafa. Su negocio está rodeado de establecimientos chinos de venta de ropa y complementos al por mayor. A principios de esta semana entró un hombre con rasgos asiáticos en el bar de Juan. Apenas había gente en el interior. Con mucha educación, le preguntó a Juan si conocía locales por la zona en venta o alquiler. "No; ahora mismo no hay". "Y usted", insistió el chino, "¿qué pide por este local?". "Yo soy joven", contestó el dueño del bar, "pero si me pagáis 15 millones lo traspaso". "Uf, mucho dinero".

A Juan le han hecho "un montón" de ofertas por el local. Siempre chinos. La presencia de éstos en la zona más deteriorada y cosmopolita de Russafa es cada vez mayor. El negocio de venta al por mayor de ropa u otros artículos se ha extendido últimamente por las calles de Cuba, Sueca, Puerto Rico o Literato Azorín. Los inmigrantes chinos pagan "mucho y bien" por los locales de la zona, estén ocupados o vacíos. "A mí", dice la propietaria de uno de los escasos negocios dirigidos por españoles de la calle de Cuba, "me han llegado a ofrecer irme a otro local más barato que ellos mismos me habían buscado. Todo para que yo les alquilara éste. O sea, me pagaban 200.000 pesetas al mes por mi bajo y yo me iba a otro, un poco más lejos de aquí, que me costaba 100.000 Pero nunca me ha interesado: llevo aquí muchos años".

Los chinos pagan "mucho" por los bajos de la zona, estén vacíos u ocupados

En Russafa están desapareciendo hasta los after-hours, los singulares antros de la zona. El Pastel, antes un tugurio peligroso, es ahora un negocio chino: Whoo Suyun. Por lo visto, la venta de ropa al por mayor es un gran negocio. Sólo hay que ver cómo ha proliferado este tipo de actividad. Frente a la única guardería que hay en la calle del Literato Azorín, en el bajo de una finca nueva, hay un negocio dirigido por chinos. Éstos, o el dueño, pagan entre 1.800 y 2.400 euros por el alquiler. "El local", cuenta una vecina, "estaba a la venta por casi 300.000 euros. Creo que al final lo alquilaron". La mayoría de pisos de esa finca están habitados por familias chinas. "Los pisos costaban 200.000 euros. Digo yo que les irán muy bien las cosas. Además, los chinos no son como los ecuatorianos o los magrebíes, que se meten 10 en un piso pequeño. Los chinos no; cada familia vive en su casa".

Las leyendas urbanas sobre los asiáticos son múltiples. Su discreción, el hecho de que apenas se relacionen con el resto de razas, han alimentado los rumores. "Yo", afirma la vecina antes citada, "no veo que entre nadie a comprar. De vez en cuando entran unos gitanos, y ya está. No creo que con eso puedan pagar el alquiler y el piso en el que viven". El dueño de una droguería de la calle de Cuba asegura que la principal clientela de los chinos son los gitanos: "Vienen en furgonetas y las cargan de ropa para venderlas luego en los mercadillos. Pagan al contado, porque los chinos no fían a nadie".

Vendan o no, la realidad es que el negocio de venta de ropa y complementos al por mayor y de artículos de todo tipo se expande sin freno en una zona que reúne una gran diversidad de razas. "Se están adueñando del barrio; han desplazado a los magrebíes", dice Vicente, propietario de una tienda de comestibles en la zona; "A mí han llegado a ofrecerme 28 millones de pesetas por el local".

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Los mismos chinos también contribuyen a que la gente hable. El propietario de un local arrendado a un empresario asiático dice que éste, cada seis meses, firma con un nombre distinto el contrato de alquiler. "Empezó firmando Woo Sho y ahora escribe Wu Shin-Ho, o algo así. A mí me da igual, porque pagan bien y puntualmente". Este hombre dice que han querido comprarle el bajo a toda costa: "No es que me hayan puesto un cheque en blanco, pero casi". Los chinos buscan locales grandes para almacenar todo el material que exponen. El dependiente o dependienta suele ser chino, pero a veces contratan a suramericanos. Éstos también son empleados para hacer los trabajos de carga y descarga. La gente habla pero nadie quiere que aparezca su nombre en la prensa. "Oye, ni se te ocurra poner que te lo he dicho yo", le espeta al periodista un comerciante de la calle de Sueca. Es el mismo que cuenta lo siguiente: "Mira, yo llevo aquí toda la vida. Es imposible que cubran los gastos que supone tener abierto un local de estas características con las ventas que hacen. No se lo creen ni borrachos. Al dueño se le ve poco por aquí, pero lleva un BMW y sus dos hijos van al colegio británico. Los chicos que ves en la puerta son empleados y tienen un sueldo mísero, pero nunca te lo dirán. Se pasan ahí 15 horas al día". Otro vecino, el dueño de la droguería, discrepa: "Sí que venden, sí. Y lo hacen al por mayor, grandes cantidades. Está claro que algunos no funcionan y acaban cerrando, pero la mayoría vende. Debe ser un negocio muy rentable".

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