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Columna
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El apogeo del té

Se puede beber café, e incluso mucho café, pensando en nuestros amigos colombianos, pero la deriva de la sociedad postconsumista está cargada de té. El café es una secreción muy masculina, una bebida que mancha las dentaduras de los hombres y ha sido la base, como la misma tinta, de los escritos políticos, los intelectuales con barba, los noctámbulos y los holgazanes. El prestigio del café se aúna tradicionalmente a la conversación entre caballeros y a sus casinos con escupidera. El té, sin embargo, en países como España, fue siempre cosa de las señoras o de británicos emperejilados. Cuando no de tísicos. Hoy, sin embargo, cuando todo es más femenino -ya sea en la ropa, en la sexualidad o en el carácter- el olor a té se corresponde con el tono del futuro. Tanto como China es un porvenir más joven que Europa y la mujer, en cuanto modelo, una potencia de mayor recorrido futuro que los patriarcas.

No saber actualmente de té significa estar fuera de la época. Como también creer que el té es como el café, su alternativa o su pariente, es dar muestra de ignorancia. El té es incomparablemente mucho más que una infusión. Como dice la propaganda en Internet: "El mundo está redescubriendo lo que los emperadores chinos sabían hace milenios: el té es el elixir de la vida". No exageran. El té verde, por ejemplo, contiene elementos antioxidantes, eficaces en la lucha contra el envejecimiento. Las mujeres, sobre todo, conocen bien esta propiedad benéfica y las farmacias se encuentran ampliamente surtidas para ellas.

Hay, no obstante, otros tés dentro del consumo en boga. Si el té verde contiene antioxidantes, selenio, vitamina C, promueve la digestión, regula la presión y cuida la juventud, el té rojo brinda hierro, calcio, potasio, sodio, magnesio, zinc; mantiene sano el sistema nervioso, alivia dolores de estómago, combate el estreñimiento y las infecciones intestinales. Y, además, adelgaza. Finalmente, el té negro contribuye, según un estudio del American Heart Association, a dilatar las arterias y a fomentar el flujo sanguíneo. También inhibe la producción de bacterias bucales y relaja aunque, paradójicamente, debido a su cafeína, estimula. Un enigma más en el interior del elixir oriental que traspasa el tosco cuerpo de occidente.

La estrella, no obstante, de todos los tés es, naturalmente, el té blanco. El más caro y benéfico de todos. Tan caro que Bulgari vende un frasquito cosmético por 61 euros y todavía - según se mire- es casi tan difícil de conseguir en España como una sustancia prohibida.

El té blanco es bajo en cafeína y muy rico en antioxidantes. Cultivado en la provincia china de Fujian, su exclusividad y alto precio se justifica porque sólo se aprovechan los brotes cerrados de las hojas, recolectados a mano durante un par de días en primavera. Se necesitan además 80.000 brotes para producir apenas 250 gramos de té, que se blanquea sobre seda virgen y se seca al aire. La clase más estimada de esa grama blanca es el Yinzhen, bautizado como agujas de plata (Silver Tip). ¿Sería necesario esperar algo más? El té blanco marca la sublimación del té. Su transfiguración de brebaje encomiado por las abuelas a estracto erótico y energético.

El té, en general, según la medicina china, "reduce el sueño, calma el espíritu, elimina la angustia, estimula la visión, refresca la mente". El té es tan paradójico como un amor y tan decisivo en su curso como un ser vivo. Hacerlo ingresar en nuestro interior es como franquear la entrada a un duende que se alía con los secretos del organismo, conversa con ellos, los convence y los vuelve más listos. En suma, el té nos concita, el té te llama. Podría ser que los mayores propagadores de este elixir fueran, como de otras importaciones, los hombres, los mercaderes, pero son, efectivamente, las mujeres de clase media y clase alta que ahora llevan saquitos de té en el bolso y en cualquier viaje se preparan una infusión en el cuarto del hotel. Sin té la feminidad parece incompleta. O bien esta yerba ha ido mostrándose como un signo bioquímico de la feminización social, un bisel de oriente entre los pliegues del emergente estilo del mundo.

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