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Columna
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Las cosas que se nos van pegando

Soledad Gallego-Díaz

El profesor de la Universidad de Nueva York Siva Vaidhyanathan, de origen indio, llevaba pegada en la tapa de su ordenador la famosa inscripción que, en los años sesenta, tenía escrita en la caja de su guitarra el cantante country Woody Guthrie: "Esta máquina matafascistas". Pero el pasado día 5, Siva volaba a San Francisco y, llegando al aeropuerto, pensó que se podía meter en problemas y raspó todo lo que pudo, con las uñas, la vieja pegatina.

Luego, cuando ya había pasado el control de seguridad, se dio cuenta de lo que acababa de hacer: "Si evito hacer declaraciones que no tienen peligro en momentos sensibles como éste, simplemente para huir de complicaciones, ¿adónde llegaré cuando tenga que hacer declaraciones más serias en tiempos que sean realmente difíciles?" (www.opendemocracy.net).

La Embajada de Estados Unidos ha pedido a los periodistas españoles que, antes de viajar a ese país por motivos de trabajo, solicitemos un visado especial indicando "qué tipo de actividad" vamos a desarrollar. Luego, en una entrevista personal, un funcionario valorará si nos puede dar el visado en el momento de la entrevista o si necesita más tiempo (quizás más de un mes, advierten) para "procedimientos especiales de seguridad". Nos explican que los periodistas extranjeros que entren como simples turistas y sean detectados trabajando (es decir, enviando sus crónicas a sus periódicos o radios) sin ese visado especial, se expondrán a complicaciones e incluso a su expulsión del país. "No compre su billete hasta después de la entrevista", recomienda amablemente el impreso consular.

Raros tiempos estos en los que los periodistas debemos explicar de qué vamos a escribir a un funcionario del país en el que habíamos confiado durante décadas para defender la libertad de expresión. ¿Se sintieron así, como nosotros hoy, los centroeuropeos que admiraban la cultura alemana, su música, su pintura, su cine o su literatura, y que, de repente, se vieron enfrentados a una Alemania desconocida que tiraba por la borda todo aquello que habían amado durante tantos años?

Somos muchos los que extrañaremos aquel otro Estados Unidos. Muchos los que nos lamentaremos: nosotros que os quisimos tanto. Margaret Atwood, la escritora canadiense, lo explica, sin duda, mejor: "¿Dónde fue tanto esplendor?".

El problema ahora, en nuestra vida diaria, ha pasado a ser el que plantea Siva: ¿hasta dónde es posible acomodarse? Porque es precisamente eso, huir de complicaciones, lo que se nos pide cada día. Si no fuera así, ¿cómo es posible que nos acomodemos al hecho insólito de que siga al frente de los servicios informativos de Televisión Española un profesional que ha sido condenado por un tribunal por manipulación de la información? Y, todavía más increíble, que esa persona sea la responsable de la cobertura informativa de unas elecciones generales.

¿Es cuestión de acomodarse? Se diría que cada vez se nos van pegando más cosas viscosas. Como el caso de Toques. Por la salud de todos nosotros, de los vecinos del pueblo, los habitantes de A Coruña y los ciudadanos de toda España, el alcalde condenado por abusos sexuales a una menor debería ser expulsado. Pero no hay forma de conseguirlo. Nos acomodaremos.

Como nos acomodamos a la violencia sexista. El problema de este país no es que este año haya habido más mujeres asesinadas que el año anterior: lo terrible es que en 1987 hubo casi el mismo número que en 2003. Es decir, que nada ha cambiado. Éste no es un problema de las mujeres. Las mujeres lo padecen. Es un problema de hombres. Y asombra que todavía la mayoría de ellos no se sienta abrumada y comprometida a remediarlo. Salvo que tuviera razón Virginia Woolf cuando escribió que la historia de la oposición masculina a la emancipación de la mujer era casi más digna de estudio que la propia historia de la liberación femenina. Acomodémonos todos a lo que viene. solg@elpais.es.

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