Propuesta admirable

He aquí una propuesta insólita, desde el punto de vista del lenguaje, una de las más radicales de toda la historia del cine: un filme de 96 minutos que es, al mismo tiempo, un único plano-secuencia (una proeza tanto del director, el ruso Alexandr Sokurov, como de su operador, el impresionante Tilman Büttner) y un discurso metafórico sobre ¡200 años de historia de Rusia, desde Catalina la Grande hasta hoy! Ambientada toda ella en el museo Ermitage de San Petersburgo; con un personaje-cicerone, un aristócrata y viajero francés, al que siempre acompaña un invisible narrador que es el propio director, El arca rusa es mucho más que un desafío técnico; es una proeza a secas.

Porque, ante todo, es capaz de integrar, en un ballet inhumano, descomunal, una impresionante serie de acontecimientos y personajes (no siempre reconocibles para un espectador occidental) que desfilan, como en un cuadro animado (obvio paralelismo con las pinturas de la propia pinacoteca que alberga la función), ante nuestros atónitos, extasiados ojos. Y también porque logra, a partir de la creación de un tempo propio, fantástico pero al tiempo perfectamente concomitante con el propio discurso del filme, trazar toda una hipótesis de las relaciones de Rusia con Europa, una crítica de lo que en la película se llama "el Directorio de 80 años" (el periodo soviético) y hasta una inmensa duda sobre el futuro del país. Es un desafío inmenso, sólo al alcance de pocos cineastas; y vale la pena verlo, aunque en ocasiones uno pueda sentir que se queda momentánea, aunque también anhelantemente, en provisional fuera de juego.