Tiempo de elecciones
No salen las cuentas. Dicen que no se ve por televisión la gala de los Goya, y desde entonces no hay columnista que haya obviado un comentario sobre el tema, ni periódico o radio que no hayan abierto sus espacios para que cada cual exponga su opinión sobre la ceremonia, las pegatinas, el discurso de la Sampietro, la ausencia de Berlanga, lo que los académicos pueden o deben decir, o todo ello a la vez. Algunos de los que tras la pasada edición escribieron artículos y cartas insultando a los premiados que se atrevieron a decir no a la guerra, ahora se desgañitan porque la última ceremonia no se politizó en la línea que ellos querían. Hubo entonces quien pidió la cabeza de la presidenta por un motivo opuesto por el que ahora pide la cabeza de la nueva. ¿En qué quedamos? Están enguarrando el patio.
Otros quieren hacernos creer que el cine español es culpable de todos nuestros males, y se empeñan en convertir a los cómicos en muñecos del pimpampum. Sugieren que estos miserables son un problema, y aseguran muy en serio que los cómicos están obligados a la sumisión incondicional, como las demás industrias económicamente favorecidas por el Gobierno o por el Estado. Si cobran, callan, o sólo dicen lo que yo quiero. Seamos serios, señores. Si los cómicos acataran servilmente al poder, ¿para qué los necesitaríamos?
Nervios que se calmarán seguramente el próximo mes con el estreno de la nueva película de Almodóvar, La mala educación, sobre la que se deshacen en elogios cuantos ya la han visto. Será éste el primer gran estreno español del año y con su éxito subirá la cuota del cine español y amainarán las tempestades. Y habrán terminado por fin las elecciones, y cada cual sabrá dónde se encuentra. Mientras todo eso llega, seguimos en un insoportable periodo de insultos.
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