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El velo en la cabeza o la venda en los ojos

Quizá los empresarios y directivos vemos con más nitidez que otros sectores de la sociedad en qué medida nuestro país necesita a los inmigrantes.

Sorprende cómo algunos de nuestros políticos no aprenden de la experiencia de nuestros vecinos. En Francia nos llevan años de ventaja en el acierto y en el error. Algunas de sus decisiones se han demostrado acertadas y otras no. Aprendamos de las primeras y no repitamos los errores.

No hace mucho, en Ciutat Vella me adelantó una mujer vestida de negro, o mejor podría decirse cubierta totalmente de negro. Con ella iban dos niñas de unos 10 y 12 años con vaqueros y camiseta. Imaginé su vida: una mujer a la que su marido no permite trabajar fuera de casa; para salir a comprar tiene que ir acompañada. Una mujer que antes no se cubría la cabeza, pero que ahora el marido se siente más seguro si lo hace. Que no pudo asistir a la escuela y no sabe leer. Sus hijas van al colegio y hablan en catalán con sus compañeros. Cuando llegan a casa poco o nada pueden contarle a su madre; creen que ésta no les entendería. Y las niñas cada vez la comprenden menos. Pasarán los años y la distancia entre madre e hijas será cada vez mayor. Incluso les será difícil encontrar un idioma común. Como sucedió en Francia, de pronto estas niñas descubrirán que no son como su madre, pero tampoco como nosotros, y volverán la mirada hacia atrás, hacia su madre, hacia su tierra y lamentablemente no recordarán. No tendrán pasado, raíces, identidad. Se sentirán inseguras como miles de francesas de origen árabe. Esa inseguridad las llevará al desengaño, al desprecio hacia la tierra de acogida, y buscarán sus raíces pero no para enriquecer sus vidas. Al contrario, esas raíces las utilizarán para sentirse diferentes para enfrentarse a los demás, a los que las rodean. Pronto sustituirán el respeto por el odio hacia el otro: nosotros.

Cuando oigo la oposición firme de ciertos políticos ante la propuesta de la enseñanza del árabe en la escuela, fuera del horario escolar, no alcanzo a comprender. ¿No decía Salvador Espriu "quien pierde los orígenes pierde la identidad"? ¿Sólo se refería a nosotros? Debemos quitarnos la venda de los ojos. Si la identidad implica el abandono de una parte de uno mismo, sabemos que entonces conduce a la amargura y la humillación, y que ante la dificultad, que la habrá, los inmigrantes (como ya hicieron en Francia) se girarán contra la sociedad de acogida.

Sabemos que necesitamos inmigrantes, y queremos que aprendan nuestra lengua y abracen nuestra cultura y que cuanto antes la reconozcan como propia. Pero nos produce miedo que mantengan su identidad, un derecho por el que tanto hemos luchado cuando se trataba de la nuestra.

¿Por qué preocupa la enseñanza del árabe en la escuela? No podemos seguir ignorando que con ella evitaríamos muchos de los problemas que sufren ahora mismo en el país vecino. No podemos sino constatar que es muy difícil aprender árabe en una ciudad como Barcelona, exceptuando la enseñanza subvencionada por el islamismo más conservador. ¿Es esta la situación que necesitamos?

Invertir en la enseñanza del árabe sería beneficioso para los inmigrantes, pero especialmente positivo para nuestro país. Es el mejor modo de reconciliar el pasado de estos inmigrantes con su presente, y es una buena manera de avanzar hacia el futuro. Hacia ese futuro que compartiremos y hacia ese futuro en el que nos necesitamos. De lo contrario, ellas llevarán el velo y nosotros la venda en los ojos.

Helena Guardans i Cambó es empresaria.

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