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Tribuna:VIOLENCIA DOMÉSTICA
Tribuna
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Otro muro está cayendo

Mueren como moscas y apenas cuatro salimos a la calle con pancartas. Proponemos leyes globales y la mayoría parlamentaria las rechaza. Se lamenta la ciudadanía, pero el lamento parece quedar suspendido en el aire, resulta inoperante. Se imparten másters, hacemos declaraciones políticas, se movilizan activamente las organizaciones de mujeres y no se detiene la sangría. ¿Qué está pasando? ¿Será cierto que la brutalidad masculina resulta imparable y tal vez se acreciente en estos momentos? ¿Se trata de una nueva toma de conciencia de las mujeres que ya no aceptan, como sus abuelas o sus madres, que vivían con un control completo sobre sus vidas, cuerpos y mentes, de acuerdo con la tradición y el mandato de la iglesia?

Un poco de todo hay. Los fenómenos humanos, sociales suelen ser el resultados de múltiples factores que coinciden en un momento histórico dado, porque el fenómeno de la violencia de género es tan universal como antiguo, se manifiesta de forma más o menos brutal en todas las partes del mundo y aparece en todas las clases sociales. Camina desde Oslo a Pakistán, desde la China a Estados Unidos y toma formas que abarcan desde la escisión del clítoris hasta la quema de mujeres con ácido, pasando por el tráfico de niñas y todo tipo de violaciones, etcétera. Pero en la actualidad hay algo más, la violencia contra las mujeres parece ser la máxima expresión de una cultura de la violencia que está presente en todas partes y que se ceba en este caso en las más vulnerables. Es la expresión de una amplia cultura de la violencia que emana desde los grandes poderes y que construye día a día un discurso obsceno que contradiciendo los últimos avances en términos de legalidad internacional de derechos humanos, justifica y aplaude el uso de un tipo de violencia-guerra preventiva, justifica la imposición de la fuerza bruta militar ante el diálogo. El más puro machismo circula en los discursos políticos, ¿pueden llamarse así?, de los que detentan poderes políticos y mediáticos. Tal vez la violencia contra las mujeres esté en estos momentos hallando una inconsciente justificación en esta militarización de la palabra, el pensamiento y el discurso.

Algo grave y a la vez revolucionario está pasando. En este contexto, resulta que la toma de conciencia de los derechos humanos de las mujeres está teniendo resultados explosivos. Se está pasando del grito y la angustia secreta individual, de la vergüenza, a la proposición, a la exigencia colectiva de medidas jurídicas y policiales que detengan el fenómeno. Aquello que pertenecía al mundo de lo privado, de lo personal, que ocurría dentro de la alcoba, que protegía cualquier abuso, se ve ahora iluminado por potentes focos, que nos muestran tan sólo una pequeña parte de lo que ocurre. La alcoba se ha abierto ahora a lo público, a lo político. Se ha roto en mil pedazos el muro que separaba lo público y lo privado, lo personal de lo colectivo. Nunca como ahora resulta tan adecuada la expresión de las históricas feministas cuando decían: "Lo personal es político".

La caída de este nuevo muro nos muestra un deplorable espectáculo que ocurre en la invisibilidad social. La punta del iceberg sólo nos enseña los cadáveres, pero el fenómeno de la violencia tiene unas raíces tan profundas que hacen de esta cuestión un tema de Estado, una cuestión estructural de una gran envergadura. Se trata de un mal que se ceba en el corazón mismo de la sociedad y que abarca desde las estructuras económicas y sociales, pasando por los procesos educativos, hasta anidar en las relaciones más intimas.

En el fondo los malos tratos resultan ser el paradigma de la profunda discriminación que sigue sufriendo la mujer en todas nuestras sociedades, discriminación que se reproduce en el interior de muchos seres humanos, sobre todo varones, que se sienten avalados por culturas centenarias y a menudo por las voces de la religión, que parecen darles derechos de propiedad sobre los seres humanos femeninos. En la situación presente, el número de mujeres muertas y maltratadas muestra contradictoriamente tanto el avance de los derechos humanos de la mujer como de las profundas resistencias al cambio. La actual toma de conciencia, voz de un problema estructural, requiere respuestas estructurales, leyes integrales, medidas educativas, cambios en las prácticas judiciales y, también, la voluntad de hombres y mujeres de trabajar en la difícil tarea de transformar los más internacionalizados modelos de relación hombre-mujer, para que dejen de comprenderse en términos de poder y de dominación, para pasar a conjugarse en términos de pacto y negociación entre iguales y diferentes. Hay que consolidar y profundizar en la democratización, no sólo de las instituciones políticas que parecen estar amenazadas de regresión, sino también de las relaciones humanas que se dan en todos los ámbitos de la vida cotidiana, y sobre todo en las relaciones interpersonales hombre-mujer y en el seno de las distintas formas de convivencia y de familias.

Mientras estos cambios se producen es urgente disponer de una Ley Integral contra la violencia de Género y tener la posibilidad de desarrollarla, mientras intentamos que por fin, de una vez por todas, los derechos de la mujer sean reconocidos y puestos en la práctica como plenos derechos humanos.

Micaela Navarro es secretaría de Igualdad del PSOE y M. Dolors Renau ha sido presidenta de la Internacional Socialista de Mujeres.

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